Capítulo 1 – EVOLUCIÓN POLÍTICA DEL BRASIL [1933]

“No debemos discutir la forma de la lucha, sino comenzar a luchar. Luego, son las contingencias del momento las que van a indicar qué clase de lucha se concretará. Si se dice, concretamente, que en San Pablo existen 30 o 40 mil trabajadores dispuestos a tomar las armas y asaltar el poder, es evidente que nuestra tarea es obtener las armas para estos obreros y ayudarles a asaltar el poder. Pero es en vano programar la lucha armada, si no existen los elementos capaces de concretarla. La forma de acción se encuentra determinada por las circunstancias y condiciones del momento”.

[“Entrevista a Caio Prado Jr.”, Revista Revisão – Gremio de la Facultad de Filosofía de la Universidad de San Pablo, agosto de 1967].

PREFACIO (DE LA PRIMERA EDICIÓN DEL LIBRO)

Traducción: Ailton de Souza Pereira y Carlos dos Santos Fonseca [revisión de la traducción: Pablo Carrizalez Nava y Yuri Martins Fontes].

Esto que el lector va a leer no es una Historia del Brasil como indica el título, es un ensayo. Quise apenas ofrecer la síntesis de la evolución política del Brasil y no contornar su historia completa. De ahí los defectos que se podrán encontrar, yo soy el primero en reconocerlos. Como he pensado ofrecer solo el resultado promedio de los incontables hechos que componen esta historia, y la línea maestra en torno a la que se agrupan, me encontré obligado a realizar una selección rigurosa que excluye todo lo que no sea absolutamente necesario para la comprensión general del asunto. Estoy seguro de que esto me ha llevado, en algunos momentos, a despreciar las circunstancias cuya ausencia se entienda como un sacrificio para una mayor claridad en la exposición. Pero, como se trata de un método relativamente nuevo para analizar la historia brasileña –hago referencia aquí a la interpretación materialista–, ignoro las exigencias de los lectores.

Evidentemente todos estos inconvenientes no existirían si se tratara de una historia y no de una síntesis. Pero, por dos motivos, preferí esta última. En primer lugar, para hacer la historia completa –lo que pretendo algún día intentar– sería necesario un material que todavía está, en gran parte, por constituirse. Nuestros historiadores, que se han preocupado únicamente por la superficie de los acontecimientos –expediciones sertanistas, entradas y banderas1, reemplazos de gobiernos y gobernantes; invasiones o guerras–, olvidaron, casi por completo, lo que pasaba en el interior de nuestra historia, del que estos acontecimientos no son sino un reflejo exterior.

En estas condiciones, sería necesario un tiempo considerable para presentar una historia completa, que en este momento no es posible. Vale la pena citar un concepto del escritor del prefacio a la obra de Marx Beer Historia general del socialismo sobre la historia universal, que se puede afirmar también en nuestro caso “desde hace mucho se siente la necesidad de una historia que no sea la glorificación de las clases dirigentes”. Y trazar esa historia es todo lo que pensé hacer.

En segundo lugar, una historia completa solamente podría interesarle a una cantidad reducida de lectores. Por su naturaleza, sería una obra larga, que alejaría a cualquiera que no tenga un interés particular por los estudios históricos. Mi intención fue evitarlo. Quise mostrar en un libro al alcance de todos que también en nuestra historia los héroes y los grandes hechos son construcciones que utilizan las clases dirigentes en su interés, y en cuyo beneficio se escribe la llamada historia oficial.

A pesar de la intención de evitar detalles, me extendí un poco más sobre el panorama histórico de las Revoluciones de la Menoridad (1831-1840) y del principio del Segundo Reinado, porque es uno de los hechos de nuestra historia más incomprendidos, lo que no le resta en nada su primordial importancia. Según la mayoría de nuestros historiadores, la Cabanada del Pará (1833-36), la Balaiada del Maranhão (1838-1841) y la Revuelta Praieira de 1848 en Pernambuco –que son las principales revoluciones populares de la época– son hechos de poco significado social, y que solo expresan la explosión de los “bestiales” sentimientos y pasiones de la masa. Esto se afirma, principalmente, sobre las dos primeras. Rocha Pombo, cuando escribía su historia en diez gruesos volúmenes, le dedicó a la Cabanada apenas una simple nota, y a la Balaiada, unas pocas páginas en las que explica los hechos militares, y solo glorifica los hechos del héroe Caxias.

Joaquim Nabuco realizó un análisis más serio2 sobre la Revuelta Praieira. Sin embargo, su enfoque fue un de orden personal. Nabuco pretende justificar o, por lo menos, destacar la actuación de su padre, que fue el juez de los rebeldes y su adversario más feroz. Por eso, su análisis contiene fallas importantes, que lo llevan a conclusiones lamentables. En todo caso, se trata de un estudio que se puede llamar “serio”.

Al analizar la Revuelta Praieira, y las demás revueltas que mencionamos, Nabuco no las sitúa en la historia brasileña, las muestra como hechos ocasionales y aislados, en lugar de presentarlas como el fruto del desarrollo histórico de la revolución de la Independencia. Y como estas agitaciones son tan importantes para la comprensión de la historia política de la época, creo que vale la pena analizarlas con más detalles.

Hay una última observación sobre la división que adopté para la historia brasileña. Dividí la historia colonial en dos periodos: el primero se extiende desde el descubrimiento hasta el final de las guerras holandesas (mediados del siglo XVII); el segundo, de ahí hasta la llegada de D. João VI de Portugal en 1808. El lector encontrará en este texto la justificación sobre esta división.

La explicación sobre la revolución de la Independencia es bastante amplia, porque quería cubrir todos los hechos que se relacionan directamente con ella. Desde la llegada de D. João hasta la institución del Imperio (1808-22) es período preparatorio. El siguiente, hasta la revuelta del 7 de abril de 1831, es de transición: todos reconocen que el 7 de abril es un complemento del 7 de septiembre. La Menoridad es la fase de ebullición en la que las diferentes clases y los grupos sociales se disputan la dirección del nuevo Estado nacional brasileño. En el primer decenio del Segundo Reinado, estas agitaciones decaen y se define el carácter político oficial, el carácter político definitivo del Imperio. Como puede verse, nuestra historia política en estos cuarenta años gira alrededor de la revolución de la Independencia, y así se debe estudiar.

LA COLONIA

El carácter general de la colonización brasileña

La colonización de Brasil constituyó para Portugal un problema de difícil solución. Con su población poco superior a 1 millón de habitantes y sus otras conquistas ultramarinas en África y Asia que debía proteger, no le quedaba mucha gente ni recursos para dedicarle al inesperado descubrimiento de Cabral3.

El pequeño reino lusitano no era ni podía ser una potencia colonizadora semejante a la antigua Grecia. Su capacidad marítima que enorgullece la historia del siglo XV no resulta de la exteriorización de ningún exceso de la población, sino que es provocado por una burguesía comercial sedienta de ganancias que no lograba satisfacer su desmedida ambición en el reducido territorio portugués. La llegada del fundador de la Casa [real] de los Avis al trono portugués colocó a la burguesía en el primer plano. Para liberarse de la amenaza castellana y del poder de la nobleza, representado por la reina Leonor Teles, la burguesía le otorgaba al Maestro de Avis la corona lusitana. Por lo tanto, la burguesía merecería del nuevo rey la mejor de sus atenciones. Cuando las posibilidades del reino con las pródigas dádivas reales se agotaron, y solo el condestable Nuno Álvares recibió lo que los contemporáneos juzgan como la donación más rica y sin precedentes en toda España, solo quedó el recurso de expandirse al exterior para contentar a los insaciables compañeros de D. João I.

Y comenzó por África, con la toma de Ceuta en 1415, y una vez que el movimiento empezó, no se detuvo más. Menos de medio siglo después, ya se consideraba a la India, “vaga expresión geográfica que se aplicaba a todos los países ubicados entre el Mar Rojo, el reino de Catay y la isla de Cipango”4, donde había especias, perlas y piedras preciosas, los más finos tejidos y las raras maderas tan apreciadas en Europa, y cuyo comercio enriquecía a venecianos y genoveses. El tráfico con las Indias se convierte en la meta principal de todos los esfuerzos lusitanos, y los navegantes se dedicarán a buscar la ruta que conduce a los mercaderes de Portugal hasta allí. Súbitamente, a mitad camino de este largo emprendimiento comercial, Portugal se encuentra con un territorio inmenso, habitado por tribus nómades.

El régimen de capitanías hereditarias en su inicio presentó características semejantes al sistema feudal. Los donatarios5 no gozaban de ningún derecho directo sobre la tierra, excluyéndolos expresamente en los forales6 de la posesión de más de diez leguas (algunos dieciséis) de tierra. Sin embargo, les correspondía un derecho eminente, casi soberano, sobre todo el territorio de la capitanía, y que se expresaba en varios tributos: el diezmo de los frutos, el diezmo del quinto, el pago a la Corona, del oro y las piedras preciosas, el pasaje por los ríos, el monopolio de la marina, la molienda de agua y cualquier otro ingenio; y finalmente, la nominación de los oficios y cargos públicos de la capitanía.

Este ensayo de feudalismo no funcionó. Decayó con el sistema de colonización que lo engendró, desapareció sin dejar rastro en la formación histórica de Brasil. En 1549, con la institución del Gobierno General, la Corona comienza a intentar rescatar las capitanías donadas. En este mismo año se recuperó Bahía, que sería la sede del nuevo gobierno. Después de la guerra contra los holandeses, Pernambuco a principios del siglo XVIII, Espirito Santo, San Vicente y Santo Amaro (estas dos últimas juntas formaban la capitanía de San Pablo). A lo largo de este siglo, Paraíba del Sur (1753), Porto Seguro (1759) e Ilhéus (1761). Las del extremo norte, abandonadas y olvidadas por los sucesores de los primitivos donatarios, se agregaron automáticamente al dominio de la Corona. Esta es la historia de la primitiva enfeudación del territorio brasileño.

La economía colonial

Mucho se ha discutido sobre los latifundios brasileños. Meticulosamente, algunos historiadores se han dedicado al trabajo de catalogar de forma cuidadosa la extensión de las propiedades territoriales que se conocían, con el fin de llegar a otras distintas conclusiones. Sin embargo, lo que interesa no es la cantidad de leguas de cada propiedad, ya que esta información, en realidad, solo representa una expresión matemática que nada nos dice sobre el carácter de la economía agraria colonial. Lo importante es saber a qué se dedicaban: si a la gran explotación agrícola, es decir, que reúne a un gran número de personas trabajando conjuntamente, o si, por el contrario, se define por el trabajo individual de pequeños agricultores autónomos que labran tierras propias o arrendadas.

La respuesta no deja dudas, una de las características de la economía colonial era la gran explotación rural. Ahí estaban los sembradíos de caña y de azúcar –la principal riqueza de entonces–, los extensos latifundios dedicados al ganado, las otras industrias agrícolas que, aún en menor escala, siempre contaban con las mismas características que las grandes explotaciones.

Cabe recordar que el trabajo agrícola siempre se fundamentó en el brazo esclavo, negro o indio. En San Vicente, donde se encontraban las propiedades más pequeñas y modestas, la regla era la misma. Un historiador que se refiere a San Pablo, lo define como el lugar de los “hacendados alrededor de la villa”, “se ocupaban los ‘hombres buenos y de la gobernación de la tierra’ a obligar a sus indios a trabajar en los trigales y en los campos de maíz, en las plantaciones de frijoles y algodón, en la fabricación de harina de yuca y mermelada, de sombreros de fieltro grueso y de bayeta, en la cría de grandes rebaños.” De ahí provenía, como señala el cronista, “el gran tratamiento y la opulencia, por dominar bajo su administración a cientos de indios”.7 A menudo nos deparamos con algunos propietarios que poseen más de mil esclavos. También en San Pablo, que es la zona más pobre del Brasil Colonia, el principal tipo de explotación agrícola fue siempre el de la gran propiedad rural.

La sociedad colonial

La sociedad colonial brasileña es el reflejo fiel de su base material: la economía agraria que describimos. Así como la gran explotación absorbe la tierra, el señor rural monopoliza la riqueza, y con ella sus atributos naturales: el prestigio y el dominio. “Ser un señor de ingenio8 se refiere un cronista, es un título al que muchos aspiran porque trae consigo el ser servido, obedecido y respetado por muchos”9. Además, estos grandes señores eran acreedores de sumas considerables para la época. La posición privilegiada del Brasil en el primer siglo de la colonización, como único productor de azúcar (posición que solo comienza a perder a mediados del siglo siguiente) favoreció una rápida prosperidad que se reveló en la formación de grandes fortunas.

A fines de 1500, había colonos que poseían 40, 50, 80 mil cruzados. En 1583, más de cien colonos tenían entre 1.000 y 5.000 cruzados de renta, y algunos de 8.000 a 10.00010. Naturalmente, esta opulencia exigía el esfuerzo de muchos trabajadores: era la condición necesaria para mantener una ínfima minoría de colonos en las grandes explotaciones.

Estos grandes agricultores eran importantes en medio de una población miserable compuesta de indios, mestizos y negros esclavos. Desde el inicio de la colonización, estos grupos integran la masa popular. En esta base esencialmente esclavista, nadie lo puede ignorar, se asentó la economía colonial brasileña. Sin esclavos, los colonos no hubieran podido abastecerse de la mano de obra que necesitaban. La inmigración blanca era escasa, por lo tanto, se volvía indispensable el empleo del brazo esclavo de otras razas. Se trataba de seguir el ejemplo de la metrópoli, donde la institución servil se expandió a partir de las guerras de conquista. Los moros presos, en general, pasaron al cautiverio. Más tarde, en el siglo XV, luego de la conquista de África, se comenzó a utilizar negros cautivos, y la esclavitud se hizo muy importante en el Reino. A mediados del siglo XVI, la población esclava de Lisboa era de 9.950 individuos, es decir, un 10% de la población total. En Évora había más negros que blancos.

Por otro lado, entre las primeras concesiones que realizó D. João III a los donatarios de las capitanías brasileñas, había una que les permitía “prender a los indígenas que quisieran para su servicio” y llevar algunos al Reino. “Reducirlos” se convirtió en la consigna de los colonos. Al inicio, lograron atraer a algunas tribus menos hostiles, que fueron casi espontáneamente a contribuir con ellos en la obra de la colonización, desempeñándose como trabajadores en los sembradíos y estancias. Pero la tarea no siempre fue tan fácil. Los procesos brutales que utilizaban los portugueses para forzar a los indígenas al trabajo –en la actualidad existen ejemplo de estos procesos en las poblaciones no integradas de la civilización occidental– no eran eficaces y no despertaban en los indios un gran entusiasmo por la colonización blanca. Preferían permanecer en el bosque, lejos de la cultura europea, de la que solo llegaban a conocer los horrores más atroces de la opresión. Por eso, se hizo necesario ir tras ellos.

Comienza entonces la “caza” del hombre por el hombre que, debido a sus proporciones, tiene pocos paralelos en la historia, y que aparece como un atributo de gloria en las “epopeyas” bandeirantes11. No es necesario describir cómo eran estas expediciones predatorias de los indígenas, que recorrieron el territorio brasileño de norte a sur y de este a oeste, llegando al sertão12, donde miles y miles de cautivos se convencieron por las “bellezas” de la civilización.

Sin embargo, la legislación de la metrópolis comenzó a imponer obstáculos a estas “cazas”. Ante el arbitrio sin límites de los colonos se impuso la poderosa influencia de los padres de la Compañía de Jesús junto con los soberanos portugueses.

El papel de los jesuitas en la colonización de Brasil y de América en general ocupa un lugar de destaque sin precedentes en la historia de las misiones cristianas. No se puede ignorar el papel que los misionarios cumplieron en la obra de introducción de la civilización occidental entre los pueblos más primitivos. Ellos integraron la vanguardia, prepararon el terreno con la domesticación de los nativos. Así fue en la Europa oriental con los frailes de los siglos XV y XVI, y así es aún hoy entre las poblaciones asiáticas y africanas; antes de los capitales europeos o norteamericanos, aparece el crucifijo de los misionarios.

Hasta mediados del siglo XVIII, la servidumbre indígena se mantuvo, hasta que el Marqués de Pombal la abolió. Sin embargo, antes del decreto, ya existían fuertes tendencias a su disminución. Y llegó a desaparecer por completo en las zonas donde las condiciones de prosperidad registraban un costo más elevado de los esclavos africanos.

Más allá de la oposición legal a la servidumbre, existía la idea de la ineficiencia del trabajo indígena que, se oponían a la vida sedentaria de la agricultura y la ganadería, debido a su tendencia natural al nomadismo. Los indígenas trabajaban mal y huían con facilidad ya que, más allá de los límites de la colonización blanca, se encontraba su hábitat natural, las tribus a las que pertenecían. No estaban en tierras extrañar como los africanos y, por ende, no le temían a la fuga. También, al contrario de los negros, ofrecían poca resistencia física al cautiverio y sufrieron muchos malos tratos. Un contemporáneo señala que de los 40.000 indígenas que había en Bahía en 1563, 20 años después, solo quedaron 3.000, a pesar de las olas continuas que en este período reforzaban el número. Por eso el trabajador africano era el preferido.

No se sabe con exactitud cuándo llegaron los primeros esclavos negros. Desde el siglo XV, se estableció en Portugal un tráfico intenso, y después de la conquista de Guinea en 1534, André Gonçalves comenzó la colonización brasileña, que le ofreció un vigoroso impulso. Por lo tanto, es probable que los esclavos hayan acompañado a los primeros colonizadores. Las primeras referencias datan del penúltimo año de gobierno de Tomé de Sousa (1552). Lo cierto es que rápidamente creció la cantidad y, al final del primer siglo eran unos 14.000 individuos en una población total –incluyendo indígenas aldeanos– que no llegaba a 60.000 habitantes. Cuando la era colonial terminaba, llegaron a representar el 50% de la población.

La condición de los esclavos negros es más simple que la de los indígenas. No tuvieron, como los segundos, “protectores” jesuitas, y hasta el Imperio continuó simplemente equiparándolos a las “bestias” de las Ordenaciones Manuelinas13.

LA REVOLUCIÓN

D. João VI en Brasil

El traslado de la Corte portuguesa a Brasil en 1808 le otorgó a la emancipación política del país un carácter singularizar, si la comparamos con el conjunto de los procesos históricos de independencia de las colonias latinoamericanas. Todas ellas, más o menos en la misma época, rompieron con los lazos que las subordinaban a las naciones del Viejo Mundo. Sin embargo, mientras que en las otras colonias la separación es violenta y se resuelve en los campos de batalla, en Brasil es el propio gobierno metropolitano que se encuentra presionado por las circunstancias ocasionales que había transformado a la colonia en la sede de la monarquía, y es el que paradójicamente lanza las bases de la autonomía brasileña.

La llegada de la Corte es resultado del conjunto de circunstancias que señalan el agitado momento que entonces atravesaba Europa. En última instancia, es el resultado de una hábil maniobra de la diplomacia británica. La anormal situación del Viejo Mundo, víctima de las convulsiones que sobre él desencadenara la Revolución Francesa de 1789, no fue sino el arma que utilizó Inglaterra para completar su ya tradicional política de absorción económica del pequeño Reino lusitano.

En aquel momento, el tema importante era la liberación del comercio de las colonias portuguesas, especialmente de Brasil. Inglaterra estaba muy interesada en estos mercados, hasta entonces cerrados a su comercio. Desde el tratado de 1654, Portugal le concedió el privilegio de enviar sus navíos a Brasil. Pero era una concesión parcial y muy limitada en sus ventajas. El comercio debía ser establecido indirectamente por Portugal, que interfería en sus puntos de ida y vuelta, y además, los navíos tenían que incorporarse a las flotas portuguesas, y quedaban sujetos a las cargas consecuentes.

Por otro lado, es cierto que cada vez era más común el tráfico directo, y como había confesado el cónsul inglés en Lisboa, se habían llegado a anunciar en Londres la salida de navíos a Brasil. Pero todo esto era precario, y hería la letra de los tratados, quedaba sujeto a protestas y reacciones del gobierno portugués. Y no satisfacía las aspiraciones británicas.

Con la transferencia de la Corte parecía que el problema estaba resuelto. Esta era, por lo menos, la previsión inglesa: no sólo el gobierno lusitano quedaba dependiente de Inglaterra por haber abandonado Portugal, pues le había reconocido expresamente la tutela, como también, había entregado el Reino a los franceses, y por eso no sería posible establecer el comercio con Brasil a través de ellos. En un discurso en el parlamento inglés, Pitt anunció que cuando el trono portugués se hubiera instalado en Brasil “el imperio de América del Sur y Gran Bretaña quedarán ligados eternamente, haciendo estas dos potencias un comercio exclusivo”14.

El ministro británico no se engañaba. El primer acto regente, apenas desembarcado en Brasil, fue justamente franquear sus puertos al comercio de las “naciones amigas”, es decir, Inglaterra. En Brasil, que es lo que más nos interesa, la maniobra inglesa alteró profundamente sus condiciones políticas y sociales. La transferencia de la Corte constituye la realización del proceso de independencia. Sin duda, ella llegaría inclusive sin la presencia del regente, que después fue el rey de Portugal. Aunque también es cierto que la condición de sede provisoria de la monarquía fue la causa última e inmediata de la Independencia, y reemplazó, tal vez sin ninguna ventaja, el proceso final de lucha armada que ocurrió en las otras colonias americanas.

Lo cierto es que, si los marcos cronológicos con los que los historiadores señalan la evolución social y política de los pueblos no influyeran solo en los aspectos formales y externos de los hechos, sino que reflejaran su íntima significación, la independencia brasileña habría sucedido 14 años antes, y se contaría a partir del traslado de la Corte en 1808.

Luego de establecer la sede de la monarquía en Brasil, el regente abolió ipso facto el régimen colonial en el que el país había vivido hasta entonces. Todas las características de ese sistema político desaparecen, solo queda la posibilidad de continuar al mando del gobierno. Los viejos engranajes de la administración colonial quedan abolidos y se reemplazan por otros propios de una nación soberana. Las restricciones económicas caen y entre las políticas del gobierno, pasan a un primer plano los intereses del país. Estos son los efectos directos e inmediatos de la llegada de la Corte. En 1808 se adoptan todas las medidas que un gobierno nacional no podría superar.

También aquí había repercutido desfavorablemente en algunos medios la política de D. João VI. Ya nos hemos referido a la clase que en Brasil prosperaba a la sombra del régimen colonial, régimen al que de manera directa o indirecta se unían sus intereses. Nos interesa hablar sobre los comerciantes portugueses. También estos se vieron perjudicados por la supresión de las innúmeras restricciones que asfixiaban la economía brasileña. La caída del régimen colonial conllevó a la disminución de los privilegios y las ventajas de antaño. Los señores exclusivos, hasta aquel momento, del comercio colonial, ahora se ven excluidos por concurrentes de otras naciones, que tras la llegada de D. João VI en Brasil, no solo encuentran abiertas las puertas de la colonia, sino que también se favorecen debido a múltiples ventajas: jueces privativos, libertad religiosa etc. Por lo tanto, era natural que los antiguos monopolistas de nuestro comercio se convirtieran en adversarios del nuevo sistema y se aunaran, por esa razón, a la revolución de la que esperaban un regreso al pasado. Serán ellos sus principales promotores en Brasil.

Ahora bien, para comprender la revolución constitucional y su repercusión entre nosotros, hace falta considerar asimismo otro aspecto que se desarrolla en ella. El desencadenar de la insurrección motivó una aparición de diferentes contradicciones económicas y sociales, que explotan en agitaciones, que se encontraban en la misma sociedad colonial y que el orden allí establecido mantenía con respeto. Así sucedió con las profundas diferencias sociales que separaban las clases y sectores sociales, relegando la parte más grande de la población a un ínfimo padrón de vida material y despreciable estatuto moral. Asimismo, son las contradicciones de naturaleza étnica, provenientes de la posición deprimente del esclavo negro, y, en menor escala, del indígena, algo que acarrea el prejuicio contra todo individuo, que aún libre, que tenga un color de piel oscuro, lo que abarca a la mayoría de la población y se subleva contra una organización social que, más allá del efecto moral, implica la exclusión de casi todo de lo mejor que ofrece la existencia en la colonia. La condición de los esclavos es también una razón de conflictos. No se debe juzgar la normal y aparente quietud de los esclavos (perturbada, por cierto, por las fugas, la formación de los quilombos15 y, por veces, las sublevaciones) como si fuera expresión de un total conformismo. Una constante revuelta resuena sordamente entre ellos y no se manifiesta más aún porque la comprime todo el peso y la fuerza del orden establecido.

Todas esas contradicciones y oposiciones vibraban en la colonia cuando estalló la revolución constitucional. El país pasa por un estado de euforia, y hay muchos movimientos masivos de personas que provocan u observan la caída de los gobiernos de distintas capitanías, proponen su reemplazo por juntas elegidas y la implantación del régimen constitucional en Brasil. El mismo soberano se ve impactado por el alboroto y debido al movimiento del 26 de febrero de 1821, en Río de Janeiro, sede del reino, se ve obligado a aceptar el nuevo régimen, reorganizar su ministerio con elementos de confianza popular y jurar ante la constitución, que fue confeccionada por las cortes convocadas en Lisboa.

La agitación, que es consecuencia de la revolución portuguesa que se propagó por Brasil, expandiéndose de norte a sur del país, asume, debido a la heterogeneidad de intereses y reivindicaciones que en ella se manifiestan, una apariencia compleja y a veces contradictoria. Encontramos en esta agitación, como ya hemos señalado, fuerzas reaccionarias que no piensan sino en el regreso del país a su pasado colonial de segregación económica y comercial. A estas fuerzas se agregan paradójicamente otras, de manera particular, las clases superiores de la colonia que esperaban consolidar con la revolución y la instauración de un régimen constitucional, las ventajas, libertades y la autonomía adquiridas por Brasil en los años anteriores al gobierno casi autónomo y que tanto los había favorecido. Finalmente, encontramos las fuerzas populares, las capas oprimidas de la población brasileña que veían en la constitución las perspectivas de liberación económica y social.

Del choque entre estas fuerzas, que buscan que prevalezcan sus reivindicaciones, surgen distintos hechos que constituyen el agitado periodo que se extiende de 1821 en adelante. No discutiremos los pormenores de este periodo, sin embargo debemos señalar su resultado general. Gracias al desarrollo de la revolución constitucional en Brasil, el “partido brasileiro” es el segundo grupo de fuerza al que nos hemos referido, ya se lo conocía y representaba a las clases superiores de la colonia: los grandes propietarios rurales y sus aliados, que tendrán supremacía. La reacción recolonizadora, aunque contando con el apoyo de la metrópoli y de la corte portuguesa, se considerará vencida, porque ya no era posible detener el avance de los acontecimientos ni hacer que Brasil retrocediera en la historia. El conjunto del país se oponía a esto, su subsistencia, como ya hemos señalado en el capítulo anterior, se había vuelto incompatible con la realidad antigua y ya había superado el régimen de la colonia.

Los sectores populares no se encontraban políticamente maduros como para hacer prevalecer sus reivindicaciones; y es más, las condiciones objetivas de Brasil no eran todavía favorables a su liberación económica y social. De ahí resultan la discontinuidad y la falta de proyectos bien definidos en sus movimientos, que, pese a la amplitud que a veces alcanzan, nunca llegan a proponer reformas y soluciones acordes a las condiciones del país. Las relaciones de clase existentes, contra las que se sublevaban, aún se encontraban sólidamente basadas en la estructura económica fundamental de Brasil, que ya hemos descrito en los primeros capítulos de este libro, y que no solo no se había transformado, sino que prosperaba; las relaciones de clase que de ella derivaron no podían, por esa razón, modificarse sensiblemente. Por este motivo la lucha popular promovida en contra de estas relaciones no les afectó, y la revolución no fue más allá de lo que Brasil tenía designado, es decir, la liberación del yugo colonial y la emancipación política. Reformas más profundas todavía tendrían que esperar otros tiempos y por un momento más favorable y avanzado de evolución histórica del país.

La agitación popular será, por eso, dominada, tranquilizándose de a poco. La organización social vigente permanecerá más o menos intacta. Y la revolución constitucional evolucionará hacia el sentido de la independencia. La dirección de este proceso le tocará al “partido brasileiro”, naturalmente nombrado para ello, ya que sus intereses y objetivos se confundían con el rumbo de los acontecimientos. Este partido, toma al príncipe heredero Don Pedro16 (que había quedado como regente luego de la partida del rey, su padre) como un hábil instrumento de sus reivindicaciones, encuentra la manera de aprovechar la situación, alzando al príncipe, aunque quizás él no se diera cuenta inicialmente, en la lucha contra las cortes portuguesas y los proyectos de recolonización de Brasil. De esta maniobra, muy exitosa, resultó la Independencia; y fue el gran mérito de José Bonifácio y de todos los que lo apoyaron en esta política. (…)

La revuelta de los balaios y la agitación praieira

A pesar de la acentuada declinación por la que, después de 1837, pasan las agitaciones populares de la Menoridade, vemos al año siguiente la irrupción de uno de los más notorios movimientos del periodo que analizamos, al que se le dice balaida de Dos Anjos (Manuel Francisco dos Anjos Ferreira, cuyo alias era “Balaio”17), porque se dedicaba a la producción de balaios18.

Desde 1833 hasta 1841, Maranhão19 fue el escenario de esta sublevación que se extendió por la zona más habitada y próspera de esta provincia, a orillas de los ríos Itapicuru y Parnaíba, y también por la fronteriza provincia de Piauí. En aquel entonces, la población de Maranhão contaba con unos 200.000 habitantes, de los que 90.000 eran esclavos y una inmensa masa de trabajadores rurales –como en todo el sertão nordestino– que se dedicaban a la pecuaria, una de las principales industrias de la región. Esta inmensa masa de personas que vive en el sertão cumple el papel más protagónico en la revuelta de los balaios.

La balaida no se define como un movimiento único, sino que se caracteriza por sucesivas e ininterrumpidas sublevaciones. La primera sucedió en Vila da Manga, un pequeño pueblo a las orillas del río Iguará, con pronta repercusión en otras regiones, y se extiende rápidamente desde la costa, por la isla donde se encuentra la capital de la provincia, San Luís, hasta Passos Bons, a orillas del río Parnaíba, y a lo largo del sertão de la provincia vecina, Piauí.

Al comienzo de esta sublevación, encontramos las mismas causas que indicamos en los demás levantamientos de la época: la lucha de las clases medias, principalmente la urbana, contra la política aristocrática y oligárquica de las clases adineradas, los grandes propietarios rurales, señores de ingenio y hacendados, que se habían establecido en el país. Este elemento democrático radical en Maranhão, que se conoció como Bem-te-vi –debido al diario O Bem-te-vi–, afianzaba sus ideas en la capital de la provincia. Una vez que este partido pone la palabra de orden en la sublevación, la revuelta pasa a presentar un carácter propio, independiente del partido que la había provocado, y degenera en un levantamiento de masas de personas que vivían en el sertão, que domina todo el interior de la provincia durante aproximadamente tres años. Los miembros del Bem-te-vi, aunque buscan ventajas políticas para sí mismos, se alejan del partido tan pronto como este comienza a tomar forma, dirigiéndose a la reacción.

El principal aspecto de la balaiada era la caudillage20, que no le permitió a la revuelta convertirse en un movimiento de resultados más profundos. En vez de una sublevación masiva, que se aprovecharía para la realización de una política consecuente, vemos la cristalización de grupos de habitantes del sertão alrededor de jefes, formando, de esta manera, solamente pandillas armadas que atraviesan la región cometiendo saqueos y depredaciones. El resultado no solo fue la disolución gradual de estos grupos, hasta su reducción en pequeñas columnas que se aprovechaban de la inmensidad del sertão para escaparse de la ley, como el amortecimiento del ímpetu revolucionario inicial de las masas, a las que no interesaba este “bandolerismo” de algunos de sus elementos.

Por otra parte, los balaios no pudieron unir su movimiento al de los esclavos, que aprovechando el ajetreo existente, se habían sublevado en distintas zonas de la provincia. Estas sublevaciones, desconectadas y mal orientadas, no contribuyeron para nada en el fortalecimiento de la insurrección. Revoltosos, los esclavos llegaron a formar uno de sus quilombos en las zonas aledañas a la costa, entre los ríos Tutoia y Priá, en la estancia Tocangüira, propiedad de un cierto Ricardo Naiva. La cantidad de esclavos, sin embargo, nunca superó los tres mil, y allí se mantuvieron inactivos, bajo la dirección de un antiguo esclavo cuyo nombre es Cosme, que se elevó como emperador, tutor y defensor de todo el Brasil, y les vendía a sus compañeros títulos y honores. Así permanecieron hasta que las fuerzas legales se apoderaron de su reducto indefendible. A ello se limitó la participación de los esclavos en la revuelta de los balaios. Se deben comparar estos resultados, si así se los puede nombrar, con los casi cien mil esclavos que habitaban la provincia, de los que un número superior a veinte mil se concentraba solo en la zona de Caxias21, que dos veces, y por un lapso de tiempo relativamente largo, estuvo bajo el control de los rebeldes. Además, el cuidado constante de los jefes legales impidió la unión de los grupos del sertão con el de los esclavos, aprovechándose de todos los recursos. Los mismos esclavos de Tocangüira, tras la dispersión promovida por las fuerzas legales, fueron sofocados por un jefe balaio que había pasado al lado adversario.

En materia de organización, los balaios se limitaron a constituir debido a la toma de Caxias, de un consejo militar, que se formó de la asamblea de sus jefes, y en el que fueron admitidos los elementos bem-te-vis de la ciudad. Este consejo, durante su relativo corto tiempo de actuación, no adoptó ninguna medida de gran alcance. Se limitó únicamente a providencias de carácter militar y de emergencia, y la de enviar a San Luís una delegación con el fin de ponerse de acuerdo con el presidente de la provincia sobre la entrega sin resistencia de la capital. Aun esta última medida, que parecía darles a los balaios el ánimo para obtener el poder en la provincia, al final se redujo, debido a la visible influencia de los bem-te-vis, sus aliados, algunas instrucciones de la delegación, a través de las que reconocen la soberanía del Imperio, y a la par de la amnistía del pago de la tropa y otras pequeñas condiciones para la deposición de las armas, exigían únicamente la expulsión de los portugueses y restricciones a los derechos de los adoptivos. Los bem-te-vis, únicos interesados por estas medidas en contra de los residentes portugueses, fueron los que, al final, obtuvieron todas las ventajas.

Este es, pues, el resumen de la actividad política de los balaios. Si no fueran las contiendas de los rebeldes, y principalmente, si no hubieran buscado una y otra vez la alianza con los bem-te-vis y los elementos moderados que todo lo hacían para detener la revolución; y si le dieran al movimiento un carácter de unidad que siempre le faltó – cada jefe, cada grupo accionaba por sí, no preocupándose por los demás –la balaiada tendría otro significado político, y no sería derrocada tan fácilmente.

Al inicio la revolución fue muy exitosa. Como ya hemos señalado, los balaios ocuparon de inmediato toda la zona más importante de la provincia. Tras esta primera fase de victorias, no obstante, el movimiento camina rápidamente hacia su decadencia. Al comienzo de 1840, asume la presidencia de la provincia y el comando de las armas legales el coronel Luís Alves de Lima e Silva, el futuro duque de Caxias, quien, entrando en la lucha con fuerzas considerables y hábilmente valiéndose de la desunión existente entre los rebeldes, consigue, en corto tiempo, derrocarlos por completo. (…)

EL IMPERIO

El Segundo Reinado

Un hecho que puede considerarse el punto inicial de toda nuestra evolución posterior, abre la segunda mitad del siglo XIX: la abolición del tráfico de esclavos en 1850. Ningún otro acontecimiento de nuestra historia alcanzó, tal vez, una repercusión tan profunda. Debido a sus consecuencias, mediatas o inmediatas, lo ocurrido se sintió hasta los últimos años del Imperio.

El tema de la abolición del tráfico, que hasta el fin del siglo XVIII había sido universalmente admitido, se presentaba ahora como una orden en todos los países occidentales, debido a la propuesta del liberalismo burgués, victorioso en el continente europeo gracias a la revolución francesa de 1789, que ponía en evidencia el problema de reemplazar a los trabajadores por el nuevo esclavo asalariado. En Brasil, la abolición encontró sinceros partidarios, aunque en un número reducido, muchos sólo se dedicaban a las declaraciones y a las protestas platónicas. No obstante, más que a nosotros, la supresión del tráfico brasileño le interesó a Inglaterra, que para la época era prácticamente soberana en Sudamérica. Por su parte, Brasil pasaba a un período de notorio furor económico debido a la apertura de los puertos en 1808 y la desaparición de los obstáculos que a su desarrollo oponía el régimen colonial, por lo que no le convenía dispensar el tráfico de esclavos, ya que este todavía era su principal fuente de abastecimiento de mano de obra nacional. De ahí el reconocimiento de su necesidad absoluta: el tráfico todavía correspondía al estado de nuestras fuerzas productivas, es decir, que se integraba perfectamente a la economía brasileña del periodo.

No obstante, Inglaterra, con su antigua y efectiva pretensión a un derecho sobre Portugal y sus colonias o ex colonias, no podía permitir que tales regiones contradijeran sus decisiones, el caso era otro. Todos los intereses británicos aconsejaban la “humanitaria” política de combatir el comercio de africanos. Por un lado, su preeminencia comercial en las costas de África, estaba ofuscada por el prestigio de los traficantes negreros, por lo general portugueses. Por el otro lado, sus intereses sobre las colonias de las Indias Occidentales, que producían, como nosotros, el azúcar, y competían con Brasil, que a su vez, contaba con ventaja por el uso del trabajo esclavo. Por esta razón, Inglaterra se empeñó en conseguir que los gobiernos brasileños prohibieran el tráfico. Algunas de las conquistas de la diplomacia británica en este asunto son antiguas. A partir del tratado de 1815 (firmado en Viena, el 23 de enero) se determinó la abolición del tráfico en la zona norte de Ecuador. Dos años después (por el tratado del 18 de julio de 1817) se firman algunas medidas conjuntas de las autoridades luso-brasileñas e inglesas para la represión del tráfico ilícito. Finalmente, el tratado del 3 de noviembre de 1826 estableció el plazo de tres años después del cambio de ratificaciones oficiales para la extinción completa del tráfico, que, a partir de la fecha definida, sería considerado piratería, y consecuentemente punido. En cumplimiento del tratado, se promulgó la ley del 7 de noviembre de 1831, con un atraso de casi dos años en el plazo que en él se determinaba.

Pese a esto, el tráfico continuó normalmente, y se incrementó en 1845, cuando el gobierno inglés, cansado de esperar pacíficamente el cumplimiento de sus tratados, promulgó el Bill Aberdeen, que sujetaba a los navíos brasileños, traficantes de esclavos, al alto tribunal del Almirantazgo y a cualquier tribunal del Vice-Almirantazgo dentro de los dominios británicos. Estas medidas debelaban que el tráfico, contrariamente, aumentaba. A los cruceros ingleses, en abril de 1850, se les ordenó perseguir a los navíos contrabandistas incluso en los mares y puertos brasileños y someterlos al proceso y efectos del Bill de 1845.

Lo sucedido resultó positivo para estudiar las relaciones de amistad anglo-brasileña: “Cometieron los cruceros ingleses las más grandes picardías contra los navíos brasileños, que eran capturados al alcance de las fortalezas y aún dentro de los propios puertos, y puesta la dificultad de conducirlos hasta Sierra Leona, u otra zona bajo el dominio británico, los incendiaban frente a las costas de Brasil, como inútiles, ¡sirviendo una tabla arrancada a esos navíos como el cuerpo del delito en el proceso contra su navegabilidad! Retenían las embarcaciones que se utilizaban en el comercio de puerto a puerto del Imperio, porque conducían esclavos ladinos”22 con el fin de venderlos en distintas provincias. Las poblaciones de nuestras costas, pequeñas e indefensas, eran asaltadas por los barcos ingleses, tripulados por hombres armados, y las viviendas de sus pacíficos habitantes eran visitadas e inspeccionadas; y si por veces los comandantes de las fortalezas brasileñas arremetían contra el crucero inglés que ingresaba al puerto, y le sacaba los navíos nacionales, un alboroto se levantaba en contra de la autoridad militar que no había podido sufrir calmamente el insulto irrogado a la soberanía del país.

En marzo de 1850, el muy poderoso Gladstone, con el fin de que se cumplieran los tratados, amenazaba a Brasil con la punta de la espada y la guerra hasta el exterminio; y eso, según se puede creer, era más que figura de retórica.

El gobierno brasileño, convenciéndose de la ineficacia de sus protestas platónicas basadas en los más “sólidos principios del derecho de gentes”, como la cancillería del Imperio sostenía en sus notas de manera erudita, no presentaba la sanción de los cañones y de las bayonetas, y al final tuvo que doblegarse. La ley promulgada el 4 de septiembre de 1850, seguida de otras de providencias y de la enérgica actitud del ministro Eusébio de Queirós, en menos de dos años, estancó por completo el tráfico africano. Después de 1852, se produjeron solo dos desembarcos, en los que se capturó negros contrabandeados. De esta manera, se llevaban a cabo las exigencias de Inglaterra.

El efecto inmediato de la supresión del tráfico fue la súbita liberación de los capitales invertidos. Sería difícil calcular, aun superficialmente, su importancia, pero es indudable que se sintieron con intensidad en el mercado brasileño. Así lo señala, en 1860, el informe de la comisión de investigación de la Cámara acerca del medio circulante: “Este hecho (la supresión del tráfico), como se sabe, fue de gran alcance, cambiando por completo la cara de las cosas en la agricultura, en el comercio, en la industria. Los capitales, que se dirigían en estas transacciones ilegales, se liberaron, hubo una considerable baja en los descuentos; el dinero era abundante y los precios de las acciones de casi todas las compañías crecieron de forma extraordinaria”. La vida comercial se intensifica. Las emisiones bancarias, de poco más de 1000 contos en 1850, ascienden a casi 20.000 en 1854. Luego de tres años, el Banco de Brasil –al que se habían fusionado los antiguos bancos emisores– había elevado esta emisión a un poco más del doble.

Esta intensa actividad se manifiesta en los primeros grandes emprendimientos materiales del país, todos posteriores a 1850. En 1854, comienza a funcionar el primer ferrocarril brasileño, del puerto de Mauá a Fragoso (trecho inicial de la actual Leopoldina Railway). Al año siguiente, comienza la construcción del Ferrocarril Pedro II (Central do Brasil). El telégrafo se inaugura en 1852, y en la misma época suceden las primeras concesiones para líneas de navegación.

Este período, que se inaugura en la segunda mitad del siglo XIX, se caracteriza por los primeros pasos hacia la “modernización” del país. La antigua estructura colonial, superados los obstáculos que se anteponían a su progreso, pasa por una fase de completa remodelación. Atribuirle esta trasformación a la abolición del tráfico de esclavos sería en realidad un criterio equivocado. La transformación se relacionaba con las condiciones objetivas de la economía universal a la que había ingresado Brasil luego de la Independencia. Al haber vivido el aislamiento colonial, era inevitable que el país se pusiera de acuerdo en estas condiciones. No obstante, es indudable que este hecho –la abolición del tráfico– constituye el hito preliminar e indispensable para la irrupción del progreso. La abolición abrió nuestro primer período de franca prosperidad comercial, extendiendo también los tímidos horizontes del medievalismo brasileño.

En el país, toda esta renovación encontraría forzosamente una recepción distinta. Para algunos, para sus promotores directos, fue la oportunidad para un rápido ascenso. En el período posterior a 1850 las fortunas se hacían rápidamente. Se divisaban las posibilidades antes irreales, y los elementos que se van a aprovechar pasan a constituir una nueva clase adinerada que surge de esta máquina de actividad económica. Se desarrolla una parte “progresista” de la burguesía nacional anhelosa de reformas y cuyos intereses se vinculan fuertemente a la transformación económica del país. (…)

La evolución política progresista del Imperio corresponde, por lo tanto, al área económica, a la integración sucesiva del país, a una forma productiva superior: la forma capitalista. Las instituciones primitivas como la esclavitud, heredadas de la antigua colonia, son eliminadas por las nuevas fuerzas productivas que se van formando y desarrollando a lo largo del siglo XIX. Esto no se da solo por el trabajo servil. El espíritu conservador-retrógrado, que representaba los intereses relacionados con la reacción antiprogresista, se había amontonado en una serie de instituciones políticas como el Senado vitalicio y el Consejo de Estado, donde, por su natural inmovilidad, frenaba a cada paso la marcha del país. La lucha contra estas instituciones constituye la evolución democrático-liberal del Imperio que se hizo tan intensa después de 1868. La reacción que se presenta este año con la formación del gabinete del 16 de julio se depara con el partido liberal-radical, que enseguida se formó y que en su programa ignoró todas estas instituciones. En el frente izquierdo de esta burguesía democrático-liberal encontramos a los republicanos que en 1870 conforman un partido político. La Monarquía, aplastada por las ruinas del pasado, agonizaba.(…)

NOTAS

1 Luego de la división del mundo conocido y todavía por conocer entre Portugal y España por la bula papal de 1494, conocida como el Tratado de Tordesillas, los límites fronterizos jamás se respetaron rigurosamente. Los avances portugueses más allá de Tordesillas se conocieron como “entradas”, “banderas” o “expediciones sertanistas” (N. de los T.).

2 Joaquim Nabuco, Um estadista do Império, I.

3 Pedro Álvares Cabral es el Almirante de las carabelas que llegaron a Brasil en abril de 1500 (N. de los T.).

4 Capistrano de Abreu, Capítulo de História Colonial. – N. de los T.: Catay y Cipango, son los nombres que le dio Marco Polo a los actuales territorios de China y Japón, respectivamente.

5 El donatario, el señor de la Capitanía, era nombrado por el rey (N. de los T.).

6 La foral era una carta de ley que los monarcas concedían a los territorios que se conquistaban, fundaban o desarrollaban, y además, regulaba la administración de los mismos (N. de los T.).

7 Taunay, São Paulo no século XVI, p. 212.

8 El señor de una propiedad rural colonial (desde el siglo XVI), el señor de ingenio tenía poder total sobre la vida de sus esclavos, empleados y quienes vivían en su propiedad (N. de los T.).

9 Antonil, Cultura e opulência do Brasil.

10 História da Colonização Portuguesa no Brasil, II, Introdução. El cruzado valdría entonces cerca de 40$00, hoy Cr$ 40,00. [N. de los T.: Cruzado era la moneda del imperio portugués. En 1933, data de publicación de esta obra, la moneda brasileña era el Cruzeiro].

11 Exploradores pioneros de la época colonial (N. de los T).

12 Región agreste y bastante árida ubicada en el nordeste brasileño, que posee una vegetación típica muy seca (N. de los T.).

13 Había un título en las Ordenaciones Manuelinas, así concebido: “De cómo se pueden rechazar esclavos o bestias por enfermedades o cojera”.

14 Tobias Monteiro. História do Império, p. 68.

15 Zonas alejadas en las que los negros esclavos fugitivos encontraban su refugio y se organizaban (N. de los T.).

16 Más tarde coronado como Don Pedro I de Brasil (N. de los T.).

17 Uno de los principales líderes del movimiento que se conoce como Balaiada (N. de los T.).

18 Cestos grandes producidos con hojas de maíz, bambúes o lianas (N. de los T.).

19 Antigua provincia y actual estado brasileño que se ubica en el nordeste del país (N. de los T.).

20 Relacionado con la persona de gran poder en la región del interior del país (caudillo), con liderazgo (económico, social, político y militar) más o menos directo sobre la población (N. de los T.).

21 Pueblo de la entonces provincia de Maranhão (N. de los T.).

22 Se les decía ladinos a los esclavos nacidos en África (N. de los T.).