Capítulo 3 – FORMACIÓN DEL BRASIL CONTEMPORÁNEO [1942]

INTRODUCCIÓN

Traducción: María Laura Corvalán, Laura Berchansky, María Chaumet, Mariú Biain yYuri Martins Fontes [revisión de la traducción: Argus Romero e Ivan Leichsenring].

El inicio del siglo XIX señala no solo los acontecimientos relevantes, como son el traslado de la sede de la Monarquía portuguesa a Brasil y los actos preparatorios de emancipación política del país, sino que marca una etapa decisiva en nuestra evolución e inicia en todos los terrenos, social, político, económico, una nueva fase. Debajo de aquellos acontecimientos que pasan en la superficie, se elaboran procesos complejos que fueron el fermento propulsor y, en la mayoría de los casos, apenas la expresión externa.

Para el historiador, como bien para cualquiera que intente comprender el Brasil, inclusive el de nuestros días, el momento es decisivo. Su interés pasa sobre todo por dos circunstancias: de un lado, nos proporciona, en el balance final, la obra realizada tras tres siglos de colonización y nos presenta lo que en ella se encuentra de característico y fundamental, eliminando del cuadro o por lo menos haciendo pasar a un segundo plano lo accidental y fortuito de aquellos trescientos años de historia. Es una síntesis de ellos. Por otro lado, constituye una llave, y la llave preciosa e insustituible para acompañar e interpretar el proceso histórico posterior y resultante que es el Brasil de hoy, que contiene el pasado que nos hizo. Allí se alcanza el instante en el que los elementos constitutivos de nuestra nacionalidad –instituciones fundamentales y energías– organizados y acumulados desde el inicio de la colonización, brotan y se complementan. Comienza entonces la fase propiamente del Brasil contemporáneo, erigido sobre aquella base.

Habíamos llegado en aquel momento a un punto muerto. El régimen colonial realizaría lo que tenía que realizar. Se sentía que la obra de la metrópolis estaba terminada y no podría traernos nada más. No solo por el efecto de decadencia del Reino. Por mayor que ella fuera, esto no representa sino un factor complementario y accesorio que, como mucho, reforzó una tendencia ya fatal y necesaria a pesar de ella. No es solamente el régimen de subordinación junto a las instituciones, el sistema colonialen la totalidad de sus características económicas, sociales que se presenta lleno de transformaciones profundas.

La obra colonizadora de los portugueses, en la base en que se asentaba y que en conjunto forma aquel sistema, agota sus posibilidades. Perecer o modificarse, tal era el dilema que se le presentaba a Brasil. No le bastaba con separase de la madre patria, lo que sería cuanto mucho un paso preliminar, aunque necesario. El proceso de transformación debía ser más profundo. Y de hecho lo fue. Brasil comienza a renovarse, y el momento que constituye nuestro punto de partida en este trabajo que el lector tendrá tal vez la paciencia de acompañar, es también el de aquella renovación. Pero punto de partida apenas, inicio de un largo proceso histórico que se prolonga hasta nuestros días y que aún no ha terminado. Con vaivenes, avances y retrocesos, se desarrolla a través de un siglo y medio de vicisitudes. El Brasil contemporáneo se define así: el pasado colonial que se balancea y termina con el siglo XVIII, más las transformaciones que se sucedieron en el discurrir del centenario anterior a éste y en el actual.

En aquel pasado se constituyeron los fundamentos de la nacionalidad: se pobló un territorio semidesierto en el que se organizó una vida humana muy distinta de aquella que había aquí: de los indígenas y sus naciones, como también, aunque en menor escala, de los portugueses que emprendieron la ocupación del territorio. En el plano de las realizaciones humanas se creó algo de nuevo. Este “algo de nuevo” no es una expresión abstracta; se concretiza en todos los elementos que constituyen un organismo social completo y distinto: una población bien diferenciada y caracterizada, hasta étnicamente y habitando un determinado territorio; una estructura material particular, constituida en base a elementos propios; una organización social definida por relaciones específicas; finalmente hasta una consciencia, más precisamente una cierta actitud mental colectiva particular. Todo esto naturalmente ya se viene esbozando hace largo tiempo. Los síntomas de cada uno de aquellos signos van apareciendo en el curso de toda nuestra evolución colonial; pero es en el final de esta que se completan y sobre todo se define nítidamente el observador.

Entramos entonces en una nueva fase. Aquello que la colonización realizó, aquel “organismo social completo y distinto” constituido en el período anterior, comienza a transformarse, sea por fuerza propia, sea por la intervención de nuevos factores extraños. Es entonces el presente que se prepara, nuestro presente de los días que corren. Pero este nuevo proceso histórico se dilata, se arrastra hasta hoy. Y todavía no llegó a su fin. Es por ello que para comprender el Brasil contemporáneo precisamos ir tan lejos, y yendo hasta allá, el lector no estará ocupándose solo de divagares históricos, sino recolectando datos, y datos indispensables para interpretar y comprender el medio que lo rodea en la actualidad.

Se analizan los elementos de la vida brasileña contemporánea; “elementos” en su sentido más amplio, geográfico, económico, social, político. El pasado, aquel pasado colonial al que me referí arriba, está ahí todavía, y bien sobresaliente; en parte modificado, es cierto, pero presente en los trazos que no se dejan esconder. Si se observa el Brasil de hoy, salta a la vista un organismo en franca y activa transformación y que no se sedimentó aún en líneas definidas, que no “tomó forma”. Es verdad que en algunos sectores aquella transformación ya es profunda y es ante elementos propios y positivamente nuevos que nos encontramos. Pero esto, a pesar de todo, es excepcional. En la mayor parte de los ejemplos, y en el conjunto, en todo caso, atrás de aquellas transformaciones que a veces nos pueden engañar, se siente la presencia de una realidad ya muy antigua que hasta nos llama la atención encontrarla allí y que no es sino aquel pasado colonial.

No me refiero aquí únicamente a tradiciones y a ciertos anacronismos llamativos que siempre existen en cualquier tiempo o lugar, sino a las características fundamentales de nuestra estructura económica y social. En el terreno económico, por ejemplo, se puede decir que el trabajo libre no se organizó todavía enteramente en todo el país. Hay apenas, en muchas partes, un proceso de ajustamiento en pleno vigor, un esfuerzo más o menos exitoso en aquella dirección, pero conserva trazos bastante vivos del régimen esclavista que le precedió. Lo mismo podríamos decir del carácter fundamental de nuestra economía, esto es, de la producción extensiva para los mercados del exterior, y de la correlativa falta de un extenso mercado interno sólidamente afianzado y organizado. De ahí viene la subordinación de la economía brasileña a otras extrañas a ella; subordinación además que se verifica también en otros sectores. En otras palabras, aún hoy no completamos nuestra evolución de la economía colonial a la nacional.

En el terreno social es lo mismo. Salvo en algunos sectores del país, nuestras relaciones sociales, en particular las de clase, todavía conservan un acentuado cuño colonial. Entre otros casos, están las diferencias profundas que separan a la nuestra población rural en categorías muy dispares; disparidad que no es apenas en el nivel material de la vida, ya enteramente desproporcionado, sino sobre todo en el estatuto moral respectivo de unas y otras y que nos proyecta enteramente al pasado.

Los testimonios de los viajantes extranjeros que nos visitaron a principios del siglo XIX son frecuentemente de fuerte actualidad. En este como en otros sectores de igual relevancia. Quien recorre el Brasil de hoy queda muchas veces sorprendido por algunos aspectos que se imagina existentes en nuestros días únicamente en libros de historia; y si presta un poco de atención, verá que demuestran hechos profundos y no sólo reminiscencias anacrónicas.

Pero no es solamente esto. Coloquémonos en un terreno práctico. Los problemas brasileños de hoy, los fundamentales, se puede decir que ya estaban definidos y cuestionados hace 150 años. Y es de la solución de muchos de ellos, a los cuales no siempre atendemos debidamente, que depende la de otros en los que hoy nos esforzamos inútilmente. Uno de los aspectos más chocantes de Brasil, y que alarma a cualquier observador de nuestros asuntos, es esta atonía económica, y por tanto “vital”, en que se sumerge la mayor parte del territorio del país. Pues bien, hace un siglo y medio, en las mismas regiones todavía atacadas por la penuria, ya se observaba y discutía el hecho. Autoridades representaban sobre él a la metrópolis, particulares se interesaban por el asunto y a él se referían en memorias y otros escritos que llegaron hasta nosotros, y cuya precisión y claridad no fueron aún, en la mayoría de los casos, superados por los observadores más recientes.

Hay otros ejemplos: los procesos rudimentarios utilizados en la agricultura del país, un problema que lamentablemente sigue siendo muy actual, y ya despertaban la atención en pleno siglo XVIII; y se consideraban, como deben considerarse hoy, la fuente de gran parte de los males que afligieron la colonia y que aún afligen al Brasil nación de 1942. Se refiere a ellos, entre otros, una memoria anónima de 1770, Roteiro do Maranhão a Goiás; en algunos de sus pasajes, parece que estamos leyendo el relato de un inspector agrícola recién llegado del interior. Saint-Hilaire, cuarenta años después, hará observaciones análogas, agregando sus conocimientos de naturista.

Comienza el Imperio, y el brigadier Cunha Matos abre el capítulo sobre la agricultura de Goiás1 en su Corografía histórica que es de 1824, con la siguiente frase: “La agricultura, si es que tal nombre se le puede dar a los trabajos rurales de la provincia de Goiás(…)”. Una idea que repetida hoy sobre casi toda la actividad agrícola de Brasil, estaría muy lejos de ser exagerada. Las comunicaciones interiores en el país constituyen otro problema aún en nuestros días en los primeros ensayos de solución y que ya a fines del siglo XVIII se encontraba en igualdad casi en los mismos términos de hoy, a pesar de todo el progreso técnico realizado de allá para acá.

Estos son algunos ejemplos seleccionados más o menos al azar. Por todas partes se observarán cosas semejantes. Y fueron éstas, como bien otras consideraciones de la misma naturaleza, que me llevaron a llegar a una interpretación del Brasil de hoy, que es lo que realmente interesa, aquel pasado que parece lejano, pero que aún nos rodea por todos lados. Por lo que se afirmó, también se justificará el plan que adopté aquí. En primer lugar, hago un balance general de la colonia a principios del siglo pasado, o antes, en aquel período que cabalga los dos siglos que preceden inmediatamente al actual; tendremos entonces una síntesis del Brasil que salía, ya formado y constituido, de los tres siglos de evolución colonial; y tal será el objeto de éste primer volumen. Las transformaciones y vicisitudes siguientes, que nos trajeron hasta el estado actual, vendrán después. Si esta primera parte, que ahora comienzo, parece muy larga para una simple introducción, esto será porque la otra depende de ella, y encontrará ahí sus principales elementos de interpretación.

SENTIDO DE LA COLONIZACIÓN

Todo pueblo tiene en su evolución, vista a la distancia, un cierto “sentido”. Éste no se percibe en los pormenores de su historia, sino en el conjunto de los hechos y acontecimientos esenciales que la constituyen en un largo período de tiempo. Quien observa este conjunto, desarmando el enmarañado de incidentes secundarios que siempre lo acompañan y muchas veces lo vuelve confuso e incomprensible, no dejará de considerar que este se forma con una línea maestra e ininterrumpida de acontecimientos que suceden en un orden riguroso, y siempre dirigidos en una orientación determinada.

Esto es lo que debe buscarse, antes que cualquier otra cosa, cuando se aborda el análisis de la historia de un pueblo, sea cual fuera el momento o el aspecto que nos interese, porque todos los momentos y aspectos no son sino partes, por sí solas incompletas, de un todo que debe ser siempre el objetivo último del historiador, por más particularista que sea. Esta indagación es tan importante y esencial que gracias a ella se define, tanto en el tiempo como en el espacio, la individualidad de la parte de la humanidad que le interesa al investigador: el pueblo, el país, la nación, la sociedad, sea cual fuera la designación apropiada en cada caso. Sólo allí el investigador encontrará la unidad que le permita destacar esta parte humana para estudiarla por separado.

El sentido de la evolución de un pueblo puede variar; acontecimientos ajenos a él, transformaciones internas profundas de su equilibrio o estructura, o ambas circunstancias conjuntamente, podrán intervenir desviándolo hacia otras vías hasta entonces ignoradas. Portugal nos trae sobre esto un ejemplo oportuno, que para nosotros es casi doméstico. Hasta fines del siglo XIV, y desde la constitución de la monarquía, la historia portuguesa se define por la formación de una nueva nación europea y se articula en la evolución general de la civilización de Occidente, de la que es parte, en el plan de lucha que tuvo que sostener, para constituirse contra la invasión árabe que en determinado momento amenazó a todo el continente y en especial a su civilización. En los albores del siglo XV, la historia portuguesa cambia de rumbo. Integrado en las fronteras geográficas naturales que serían definitivamente suyas, y constituido territorialmente como un Reino, Portugal se transformará en un país marítimo; se desliga, por así decir, del continente y se lanza al océano, que se abría al otro lado; y con sus empresas y conquistas en ultramar no tardará en convertirse en una gran potencia colonial.

Desde este ángulo amplio y general, la evolución de un pueblo se vuelve posible de explicar. Los pormenores e incidentes más o menos complejos que constituyen la trama de su historia y que a veces amenazan nublar lo que verdaderamente forma la línea maestra que la define, pasan a un segundo plano; y solo entonces se nos permite alcanzar el sentido de aquella evolución, comprenderla, explicarla. Es esto lo que necesitamos comenzar a hacer en relación a Brasil. No nos interesa aquí, es cierto, el conjunto de la historia brasileña, pues partimos de un momento preciso, ya bastante avanzado, que es el final del período de la colonia. Pero este momento, aunque podamos circunscribirlo con relativa precisión, no es sino un anillo de la misma cadena de nuestro pasado más remoto. No sufrimos ninguna discontinuidad en el correr de la historia de la colonia. Y si seleccioné un momento, apenas su última página, fue tan solo porque, como ya expliqué en la Introducción, ese momento se presenta como un término final y la resultante de toda la evolución anterior. Su síntesis. Por eso no se comprende, si despreciamos enteramente aquella evolución, lo que tuvo de fundamental y permanente. En una palabra, su sentido.

Lamentablemente, esto nos conduce a un pasado relativamente lejano y que no se relaciona de forma directa con nuestro asunto. No podemos, sin embargo, dejarlo de lado. Necesitamos reconstituir el conjunto de nuestra formación, colocarla en un cuadro más amplio con sus antecedentes de estos tres siglos de actividad colonizadora que caracteriza la historia de los países europeos a partir del siglo XV; actividad que integró un nuevo continente en su órbita; y además de lo que se realizaba, pero en moldes distintos, en otros continentes: África y Asia. Un proceso que acabaría por integrar todo el universo en un nuevo orden, el del mundo moderno, en el que Europa, o mejor, su civilización, se extendería por todas partes. Todos estos acontecimientos son correlatos, y la ocupación y la población del territorio que constituiría Brasil no es sino un episodio, un pequeño detalle de aquel cuadro inmenso.

En realidad, la colonización portuguesa en América no es un hecho aislado., Es la aventura sin precedente y sin acompañamiento de una nación emprendedora; o también un orden de acontecimientos en paralelo a otros semejantes, pero independientes de estos. Es apenas la parte de un todo incompleto, sin la visión de este todo. Incompleto que muchas veces se disfraza bajo nociones que parecen claras y no necesitan explicaciones: pero que en verdad resultan como hábitos viciados de pensamiento. Estamos tan acostumbrados a ocuparnos por el hecho de la colonización brasileña que su iniciativa, los motivos que la inspiraron y determinaron, los rumbos que tomó debido a los impulsos iniciales, se pierden de vista. Esta colonización parece un acontecimiento fatal y necesario, un derivado natural y espontaneo del simple hecho del descubrimiento. Y los rumbos que tomó también se configuran como resultados exclusivos de aquellos hechos. Olvidamos allí los antecedentes que se acumulan detrás de estas ocurrencias, y el gran número de circunstancias particulares que dictaron las normas a seguir. La consideración de todo esto, en el caso aquí discutido, es tan necesaria que los efectos de todas aquellas circunstancias iniciales y remotas, del carácter que Portugal, impulsado por ellas, dará a su obra colonizadora, se agravarán profunda e indeleblemente en la formación y evolución del país.

La expansión marítima de los países de Europa, después del siglo XV, expansión de la que el descubrimiento y la colonización de América constituyen el capítulo que particularmente nos interesa aquí, se origina debido a las simples empresas comerciales llevadas a cabo por los navegantes de esos países. Deriva del desarrollo del comercio continental europeo, que hasta el siglo XIV es casi únicamente terrestre y se limita por vía marítima a una mezquina navegación costera y de cabotaje. Como se sabe, la gran ruta comercial del mundo europeo que surge gracias al desmembramiento del Imperio de Occidente, es la que conecta por tierra el Mediterráneo con el mar del Norte, desde las repúblicas italianas a través de los Alpes, los cantones suizos, los grandes emporios del Reno, hasta el estuario del río donde están las ciudades flamencas.

En el siglo XIV, a partir de una verdadera revolución en el arte de navegar y en los medios de transporte usados en el mar, otra ruta unirá estos dos polos del comercio europeo: será la marítima que bordea el continente por el estrecho de Gibraltar. Esta ruta, al principio secundaria, reemplazará a la anterior, que ocupaba un importante lugar. La primera reflexión sobre esta transformación al principio imperceptible, pero que se revelará profunda,, y revolucionará todo el equilibrio europeo, fue trasladar la primacía comercial de los territorios centrales del continente, por donde pasaba la antigua ruta, a los que integran la fachada oceánica, como Holanda, Inglaterra, Normandía, Bretaña y la Península Ibérica.

Este nuevo equilibrio se afirma al principio del siglo XV, y de él derivará no solo todo un nuevo sistema de relaciones internas del continente, sino también en sus consecuencias más alejadas, la expansión extranjera ultramarina. Ya se había dado el primer paso y Europa dejará de vivir ensimismada en sí misma para enfrentar el océano. Los portugueses serán pioneros en esta nueva etapa, con la mejor ubicación geográfica en el extremo de la península que avanza por el mar.

Mientras que los holandeses, ingleses, normandos y bretones se ocupan de la vía comercial recién abierta, que bordea y limita con el mar del occidente europeo, los portugueses van más lejos en búsqueda de empresas sin competencias más antiguas, ya instaladas. Para esto contaban con ventajas geográficas interesantes donde buscarán la costa occidental de África, traficando allí con los moros que dominaban a las poblaciones indígenas.

En este avance por el océano descubrirán las Islas (Cabo Verde, Madeira y Açores) y continuarán costeando el continente negro rumbo al sur. Todo esto ocurre en la primera mitad del siglo XV. A mediados de este siglo, comienza a diseñarse un plan más amplio: alcanzar Oriente contorneando África. Esto significaría abrirpara beneficio propio una ruta que los pondría en contacto directo con las opulentas Indias de las especias preciosas, cuyo comercio representaba la riqueza de las repúblicas italianas y de los moros, que las transportaban hasta el Mediterráneo. No es necesario repetir aquí lo que fue el periplo africano, realizado al final, después de tenaces y sistemáticos esfuerzos durante medio siglo.

Luego de los portugueses se lanzan los españoles. Elegirán otra ruta, por Occidente en vez de Oriente. Descubrirán América, seguidos de cerca por los portugueses que también encontrarán el nuevo continente. Después llegarán de los países peninsulares: los franceses, ingleses, holandeses, hasta daneses y suecos. La gran navegación oceánica estaba abierta, y todos intentaban sacar partido de ella. Solo quedarán atrás los que dominaban el antiguo sistema comercial terrestre o mediterráneo y cuyas rutas pasaron a un segundo plano: mal ubicados geográficamente en relación con las nuevas rutas y presos a un pasado que todavía les pesaba, serán los rezagados del nuevo orden. Alemania e Italia pasarán a un plano secundario, mientras que los nuevos astros que se levantan en el horizonte serán los países ibéricos, Inglaterra, Francia, Holanda.

En suma y en lo esencial, todos los grandes acontecimientos de esta era que se pactó llamar “de los descubrimientos”, se articulan en un conjunto que no es sino un capítulo de la historia del comercio europeo. Todo lo que ocurre son incidentes de la inmensa empresa comercial a la que se dedican los países de Europa a partir del siglo XV y que les ampliará el horizonte más allá del Océano. No es otro el carácter de la exploración de la costa africana y el descubrimiento y la colonización de las islas por los portugueses, la ruta de las Indias, el descubrimiento de América, la exploración y la ocupación de sus distintos sectores.

Este último es el capítulo que aquí más nos interesa, pero no será su esencia, a diferencia de otros. Es siempre como traficantes que los pueblos de Europa irán afrontando cada una de estas empresas que les propiciará su iniciativa, los esfuerzos, el acaso y las circunstancias del momento en que se hallaban. Los portugueses traficarán en la costa africana marfil, oro, esclavos; en la India buscarán especias. Para competir con ellos, los españoles, seguidos de cerca por los ingleses, franceses y demás, investigarán otro camino hacia Oriente. América, con que la se encontrarán en esta búsqueda, no fue al principio más que un obstáculo opuesto a la realización de sus planes, algo que debía esquivarse.

Todos los esfuerzos se orientan entonces en el sentido de encontrar un pasaje, cuya existencia se admitió a priori. Los españoles, que permanecen en las Antillas desde el descubrimiento de Colón, exploran la parte central del continente, y descubrirán México; Balboa verá el Pacífico, pero no encontrará el pasaje. Entonces, se busca más al sur: los viajes de Solís, en los que descubrirá el Río de la Plata, no tuvieron otro objetivo. Magallanes continuará y encontrará el estrecho que conserva su nombre y que constituyó, finalmente, el famoso pasaje tan buscado; pero luego se mostrará poco transitable y será dejado de lado.

Mientras que esto sucedía en el sur, las exploraciones se activan en el norte. Gracias a la iniciativa de los ingleses, que también utilizaron el servicio de extranjeros, pues no contaban todavía con pilotos nacionales con la experiencia para semejante empresa. Los italianos Juan Caboto y su hijo Sebastián emprenden las primeras búsquedas. Los portugueses también colaboraron en estas exploraciones del extremo norte americano con los hermanos Corte Real, que descubrirán el Labrador, y los franceses le encargarán la misma tarea al florentino Verrazzano. Otros viajes más continúan y, aunque esto sirviese para explorar y conocer el nuevo mundo, afirmando la posesión de varios países de Europa, pero no se encontraba el anhelado pasaje que hoy sabemos que no existe2.

A principios del siglo XVII, la Virginia Company of London incluía entre sus principales objetivos el descubrimiento del pasadizo hacia el Pacífico, que esperaba encontrar en el continente. Todo esto ilumina el espíritu de los pueblos de Europa que enfrentan a la América. Al inicio, la idea de poblar no se le ocurre a ninguno. Lo que les interesa es el comercio, y de allí el relativo desprecio por este territorio primitivo y vacío que es América; e inversamente, el prestigio de Oriente, donde no faltaban objetos para las actividades mercantiles. La idea de ocupar, no como se había hecho hasta entonces en tierras extrañas –solo como agentes comerciales, funcionarios y militares para la defensa, organizados en simples factorías destinadas a comerciar con los nativos y servir de articulación entre las rutas marítimas y los territorios ocupados–, sino ocupar con la población efectiva, surgió solo como una contingencia, la necesidad impuesta por las nuevas e imprevistas circunstancias. Por cierto, ningún pueblo de Europa estaba en condiciones en aquel momento de soportar bajas en su población. En el siglo XVI, aún no se habían superado las tremendas consecuencias de la peste que asoló al continente en los dos siglos precedentes. Ante la falta de censos precisos, las mejores probabilidades indican que en el año 1500, la población de Europa Occidental no superaba la del milenio anterior.

En estas condiciones, la “colonización” todavía se entendía como aquello que antiguamente se practicaba. Se habla de colonización, pero lo que el término supone no es más que el establecimiento de factorías comerciales, como los italianos practicaban hacía tiempo en el Mediterráneo, la Liga Hanseática en el Báltico, más recientemente los ingleses, holandeses y otros en el extremo norte de Europa y en el Levante, y como los portugueses habían hecho en África e India.

En América la situación es bastante distinta: un territorio primitivo habitado por una escasa población indígena incapaz de ofrecer cualquier cosa realmente aprovechable. Para los fines mercantiles que se tenían en vista, la ocupación no podía hacerse como en las simples factorías, con un reducido personal asignado al negocio, su administración y defensa armada; era necesario ampliar estas bases, contar con una población capaz de abastecer y mantener las factorías que se fundasen, y organizar la producción de los géneros que interesaran a su comercio. La idea de poblar surge en ese momento, y solo a partir de ese momento.

También aquí, Portugal fue un pionero. Sus primeros pasos, en este terreno, son en las Islas del Atlántico, puestos avanzados que se instalan por la identidad de condiciones para los fines que se pretenden en el continente americano; y esto en el siglo XV. Era necesario poblar y organizar la producción: Portugal realizó estos objetivos brillantemente. En todos los problemas que se presentan, desde que el nuevo orden económico comienza a proyectar a los pueblos de Europa, a partir del siglo XV, los portugueses aparecen siempre como pioneros. Elaboran todas las soluciones hasta los mínimos detalles. Los españoles, después los ingleses, franceses y todos los demás no hicieron otra cosa durante mucho tiempo que navegar en sus aguas; pero navegaron tan bien, que reemplazaron a sus iniciadores y les arrebataron la mayor parte, y prácticamente todas las realizaciones y empresas ultramarinas.

Los problemas del nuevo sistema de colonización, incluyendo la ocupación de territorios casi desiertos y primitivos, tendrán adaptación variada, dependiendo en cada caso de las circunstancias particulares con que se presentan. La primera de ellas será la naturaleza de los géneros aprovechables que cada uno de aquellos territorios proporcionará. Al principio, naturalmente nadie pensará en otra cosa que productos espontáneos, extraíbles. Es todavía casi el antiguo sistema de las factorías puramente comerciales. En su mayoría, serán las maderas de construcción o de tinturas (como el pau-brasil3, en nuestro caso); también las pieles de animales y la pesca en el extremo norte como en Nueva Inglaterra; la pesca será particularmente activa en los bancos de la Tierra Nueva, donde desde los primeros años del siglo XVI y posiblemente hasta antes, se reúnen ingleses, normandos, vascos.

Los españoles serán los más victoriosos: enseguida se encontrarán con las áreas que les proveyeron los metales preciosos, la plata y el oro de México y Perú. Pero los metales, incentivo y base suficiente para el éxito de cualquier empresa colonizadora, no ocupan en la formación de América más que un lugar relativamente pequeño. Impulsarán el establecimiento y la ocupación de las colonias españolas mencionadas; más tarde, ya en el siglo XVIII, intensificarán la colonización portuguesa en América del Sur y la llevarán al centro del continente. Pero es sólo eso. Los metales que la imaginación ferviente de los primeros exploradores pensaba encontrar en cualquier territorio nuevo, una esperanza reforzada por los prematuros descubrimientos castellanos, no se revelaron tan diseminados como se esperaba.

En gran parte de América se dedican al principio exclusivamente a las maderas, las pieles, la pesca, y la ocupación de territorios, sus progresos y fluctuaciones se subordinan por mucho tiempo al mayor o menor éxito de estas actividades. Llegaría después en reemplazo, una base económica más estable, más amplia: la agricultura.

No es mi intención entrar aquí en los pormenores y vicisitudes de la colonización europea en América. Pero podemos, y esto colabora mucho con nuestro asunto, distinguir dos áreas diversas, más allá de aquella en la que se verificó la presencia de metales preciosos, donde la colonización toma rumbos totalmente distintos. Son las que corresponden respectivamente a la zona templada de un lado; tropical y subtropical del otro. La primera, que comprende a grandes rasgos el territorio americano al norte de la Bahía de Delaware (la otra extremidad templada del continente, que hoy corresponde a los países platinos y Chile, demorará mucho tiempo hasta tomar forma y significar alguna cosa), no ofreció realmente nada muy interesante y permanecerá todavía por mucho tiempo, concentrada en la explotación de productos espontáneos: maderas, pieles, y pesca.

En Nueva Inglaterra, en los primeros años de la colonización, se veía con malos ojos cualquier intento de agricultura que desviara el enfoque de las fábricas de pieles y la pesca, que eran las actividades de los pocos colonos presentes4. Si se pobló este área templada, que por cierto solo ocurrió después del siglo XVII, fue por circunstancias muy especiales. Es la situación interna de Europa, en particular de Inglaterra, sus luchas político-religiosas, que desvían a América la atención de las poblaciones que no se sienten a gusto y van a buscar allí abrigo y paz para sus convicciones. Esto durará mucho tiempo, se puede asimilar también al hecho, en el fondo idéntico, a un proceso que se prolongará aunque con intensidad variable, hasta los tiempos modernos, el siglo pasado.

Llegarán a América puritanos y quakers de Inglaterra, hugonotes de Francia, más tarde moravios, schwenfelders, inspiracionalistas y menonitas de Alemania meridional y Suiza. Durante más de dos siglos se depositará en América todo residuo de las luchas político-religiosas de Europa. Es cierto que se expandirá por todas las colonias; hasta en Brasil, tan alejado y por eso más ignorado, buscarán refugiarse huguenotes franceses (Francia Antártica en Río de Janeiro). Pero se concentrará casi enteramente en las de zonas más templadas, de condiciones naturales más afines a las de Europa, y por eso preferidas para quien no buscaba “hacer la América”, sino únicamente protegerse de los vendavales políticos que barrían Europa, y reconstruir un hogar deshecho o amenazado.

Hay un factor económico que también influye en Europa en este tipo de emigración. Es la transformación económica que sufrió Inglaterra en el transcurso del siglo XVI, y que modifica profundamente el equilibrio interno del país y la distribución de su población. Ésta última es trasladada en masa de los campos, que de cultivados se transforman en pastizales para corderos cuya lana iría a abastecer la naciente industria textil inglesa. Se constituye allí una fuente de corrientes migratorias que abandonan el campo y van a encontrar en América, que comienza a ser conocida, un amplio centro de abundancia. También estos elementos elegirán de preferencia, y por motivos similares, las colonias templadas. Los que se dirigirán más al sur, a colonias que conciernen a la zona subtropical de América del Norte, porque no siempre tenían la posibilidad de elegir su destino con conocimiento de causa, lo harán solamente, la mayoría de las veces, de forma provisoria: la mayor cantidad de ellos volverá a moverse más tarde, y en la medida de lo posible a las colonias templadas.

Son así circunstancias especiales que no tienen relación directa con ambiciones de traficantes o aventureros, las que promoverán la ocupación intensiva, y la población a amplia escala de la zona templada de América. Circunstancias, por cierto, que surgen posteriormente al descubrimiento del Nuevo Continente, y que no se asocian al orden general y primitivo de acontecimientos que impulsan a los pueblos de Europa hacia ultramar. De allí derivará un nuevo tipo de colonización –será la única en la que los portugueses no serán los pioneros– que tomará un carácter totalmente alejado de los objetivos comerciales, hasta entonces dominantes en este género de empresas.

Lo que los colonos de esta clase tienen en vista es construir un nuevo mundo, una sociedad que les ofrezca garantías que en el continente de origen ya no le son dadas. Sea por motivos religiosos o meramente económicos (estos impulsos por cierto, se entrelazan y se superponen), su subsistencia allí se volvió imposible o muy difícil. Buscan entonces una tierra al abrigo de las agitaciones y transformaciones de Europa de las que son víctimas para rehacer allí su existencia amenazada. De esta población resultará, con el espíritu y en un medio físico muy parecido al de Europa, naturalmente una sociedad que tendrá sus caracteres propios y al mismo tiempo una fuerte semejanza con el continente donde se origina. Será algo más que una simple prolongación de él.

Muy diversa es la historia del área tropical y subtropical de América. Aquí la ocupación y la población tomarán otro rumbo. En primer lugar, las condiciones naturales son diferentes al hábitat de origen de los pueblos colonizadores, repelen al colono que es un simple poblador de la categoría de quien busca la zona templada.

Mucho se ha exagerado sobre la falta de adaptación del blanco a los trópicos, verdad a medias, que los hechos han demostrado y redemostrado ser falla en un sinnúmero de casos. Lo que hay en ello de acertado es una falta de predisposición de las razas formadas en climas más fríos y por eso adaptadas a estos, a soportar los trópicos y comportarse similarmente en ellos. Pero es apenas falta de predisposición, que no es absoluta, y se corrige por lo menos en las generaciones subsiguientes, en un nuevo proceso de adaptación.

No obstante, si aquella afirmación en términos absolutos es falsa, no deja de ser verdadera en el caso discutido, esto es, en las circunstancias en que los primeros pobladores vinieron a encontrar América. Son trópicos brutales e inexplorados que presentan una naturaleza hostil y mezquina al hombre, lugares sembrados de innumerables obstáculos imprevisibles para los que el colono europeo no estaba preparado y contra los que no contaba con ninguna defensa.

La dificultad por la que pasaron los europeos civilizados para establecerse en estas tierras americanas, todavía entregadas al libre juego de la naturaleza, también era común en la zona templada. Un reciente escritor estadounidense responde a teorías apresuradas y muy en boga (que se encuentran en el famoso libro de Turner, The frontier in American History); analiza este hecho con gran atención, y demuestra que la colonización inglesa en América, aunque se haya concretado en una zona templada, solo progresó debido a un proceso de selección del que resultó un tipo de pionero, el característico yanqui, que gracias a su aptitud y técnica particulares, marchó a la vanguardia y abriendo camino a las más recientes levas de colonos que llegaban de Europa5. Si esto sucedió en una zona que además de ser inexplorada, se aproxima tanto al medio europeo por sus condiciones naturales, ¿que no sucedería en los trópicos?

Para establecerse allí, el colono europeo tenía que encontrar estímulos diferentes y más fuertes que los que lo empujan a las zonas templadas. De hecho, así sucedió, aunque en circunstancias especiales que también distinguieron el tipo de colono blanco de los trópicos. La diversidad de condiciones naturales, en comparación con Europa, que acabamos de ver como un obstáculo para la población, se revelaría por otro lado como un fuerte estímulo. Es que tales condiciones proporcionarán a los países de Europa la posibilidad de obtener géneros que hacen falta allí. Y géneros de particular atractivo. Ubiquémonos en aquella Europa anterior al siglo XVI, aislada de los trópicos, sólo indirecta y lejanamente accesibles, e imaginémosla como de hecho era, casi totalmente privada de productos que si hoy, por su banalidad, parecen secundarios, eran entonces preciados como refinamientos de lujo.

Tómese el caso del azúcar que, aunque se cultivaba en pequeña escala en Sicilia, era un artículo raro y muy buscado; hasta en los ajuares de las reinas, llegó a figurar como dote valioso y altamente apreciado. La pimienta, importada del Oriente, constituyó durante siglos el principal rubro del comercio de las repúblicas mercantiles italianas, y la gran y ardua ruta de las Indias no sirvió mucho tiempo para otra cosa que para abastecer a Europa. El tabaco, originario de América y por eso ignorado antes del descubrimiento, luego de conocido no tendría una importancia menor. ¿Y no será este también el caso del añil, del arroz, del algodón y de tantos otros géneros tropicales?

Esto nos da la pauta de lo que representarían los trópicos como atractivo para la fría Europa, situada tan lejos de ellos. América le pondría a disposición, en grandes tratos, territorios que sólo esperaban la iniciativa y el esfuerzo del hombre. Esto estimulará la ocupación de los trópicos americanos. Pero trayendo este agudo interés, el colono europeo no traería consigo la disposición de poner al servicio de este medio tan difícil y extraño la energía de su trabajo físico. Llegaría como dirigente de la producción de géneros de gran valor comercial, como empresario de un negocio rentable, y solo a regañadientes como trabajador. Otros trabajarían para él.

En esta base se realizaría una primera selección entre los colonos que se dirigen respectivamente a uno y otro sector del nuevo mundo: el templado y los trópicos. Para ellos, el europeo solo se dirige a libre y espontánea voluntad cuando puede ser un dirigente, cuando dispone de capitales y aptitudes para esto, cuando cuenta con otra gente que trabaje para él. Otra circunstancia viene a reforzar esta tendencia y discriminación: es el carácter que tomará la explotación agraria en los trópicos. Se realizará a amplia escala, es decir, en grandes unidades productoras haciendas, ingenios, y plantaciones –las plantations de las colonias inglesas–, que reúnen relativamente una gran cantidad de trabajadores. En otras palabras, para cada propietario (hacendado, señor o agricultor) habría muchos trabajadores subordinados y sin propiedad.

Volveré en otro capítulo con más recorrido sobre las causas que determinaron este tipo de organización de la producción tropical. La gran mayoría de los colonos estaban entonces en los trópicos, condenados a una posición dependiente y de bajo nivel, al trabajo en provecho de otros y únicamente para la subsistencia propia de cada día. No era para esto, evidentemente, que se emigraba de Europa a América. Así mismo, hasta que se adoptase universalmente en los trópicos americanos la mano de obra esclava de otras razas, los indígenas del continente o los negros africanos importados, muchos colonos europeos tuvieron que sujetarse, aunque en contra de su voluntad, a aquella condición. Ávidos de partir hacia América, ignorando muchas veces su destino cierto, o decididos a un sacrificio temporario, muchos partieron para anclarse en las plantaciones tropicales como simples trabajadores.

Esto ocurrió especialmente a gran escala en las colonias inglesas: Virginia, Maryland, Carolina. A cambio del transporte que no podían pagar, vendían sus servicios por un determinado lapso de tiempo. Otros partieron como deportados, también hubo menores abandonados o vendidos por sus padres o tutores, que eran llevados en aquellas condiciones a América para servir hasta su mayoría de edad. Es una esclavitud temporaria que, a mediados del siglo XVII, será reemplazada totalmente por la definitiva de negros importados.

La mayor parte de estos colonos solo esperaba el momento oportuno para salir de la condición a la que se encontraba expuesto; cuando no se establecía como agricultor y propietario por cuenta propia –lo que es la excepción, naturalmente– emigraban en cuanto pudieran a las colonias templadas, donde por lo menos tenían un modo de vida más adaptado a sus hábitos y mayores oportunidades de progreso. Esta situación de inestabilidad en el trabajo de las plantaciones del Sur durará hasta la adopción definitiva y general del esclavo africano. El colono europeo quedará entonces allí en la única posición que le competía: de dirigente y gran propietario rural.

En las demás colonias tropicales, inclusive Brasil, el trabajador blanco no llegó ni siquiera a probarse. Esto porque ni en España ni en Portugal, de dónde provenía la mayoría de ellos, había como en Inglaterra, blancos disponibles, y dispuestos a emigrar a cualquier precio. En Portugal, la población era tan insuficiente, que la mayor parte de su territorio se hallaba todavía, a mediados del siglo XVI, sin cultivar y abandonado; faltaban brazos por todas partes y se empleaba en creciente escala la mano de obra esclava; primero de los moros, tanto de los que habían quedado de la antigua dominación árabe, como de los prisioneros de las guerras que Portugal llevó, desde principios del siglo XV, a sus dominios del norte de África; como después, de negros africanos que comienzan a llegar al reino a mediados de aquel siglo. En el año 1550, casi un 10% de la población de Lisboa estaba constituida por esclavos negros6. Por lo tanto, no había nada que provocase en el reino un éxodo de la población, y se sabe que las expediciones del Oriente empobrecieron el país, datando desde entonces –y en gran parte se atribuye a esta causa– la precoz decadencia lusitana.

Más allá de esto, portugueses y españoles, particularmente estos últimos, encontraron en sus colonias indígenas que se pudieron aprovechar como trabajadores. Finalmente, los portugueses habían sido los precursores, en esto también, de esta adaptación particular del mundo moderno: la esclavitud de negros africanos, y dominaban los territorios que los abastecían. Por eso la adoptaron en su colonia casi desde el inicio –posiblemente desde el propio inicio–, precediendo a los ingleses, siempre imitadores retrasados por casi un siglo7.

Como puede observarse, las colonias tropicales tomaron un rumbo completamente distinto del de sus hermanas de la zona templada. Mientras en estas se constituirán colonias propiamente de poblamientos (el nombre se consagró después del trabajo clásico de Leroy-Beaulieu, De la colonisation chez les peuples modernes), como el desaguadero de los excesos demográficos de Europa que reconstituye en el nuevo mundo una organización y una sociedad a imagen y semejanza de su modelo y origen europeos; en los trópicos, por el contrario, surgirá un tipo de sociedad completamente original. No será la simple factoría comercial, que ya hemos visto irrealizable en América. Pero conservará un carácter mercantil acentuado, será la empresa del colono blanco la que reúne de la naturaleza pródiga en recursos aprovechables para la producción de géneros de gran valor comercial el trabajo reclutado entre las razas que domina (indígenas o negros africanos importados). Hay un ajuste entre los tradicionales objetivos mercantiles, que señalan el inicio de la expansión ultramarina de Europa, y que se conservan, y las nuevas condiciones en que se realizará la empresa.

Aquellos objetivos que vemos pasar a un segundo plano en las colonias templadas se mantendrán aquí, y marcarán profundamente la adaptación de las colonias de nuestro tipo, dictándoles el destino. En su conjunto, y desde el punto de vista mundial e internacional, la colonización de los trópicos toma el aspecto de una vasta empresa comercial, más compleja que la antigua factoría, pero siempre con el mismo carácter que esta, destinada a explotar los recursos naturales de un territorio virgen en provecho del comercio europeo. Es este el verdadero sentido de la colonización tropical, del que Brasil es una de las resultantes, y este sentido explicará los elementos fundamentales, tanto en lo económico como en lo social, de la formación y evolución histórica de los trópicos americanos.

Es cierto que la colonización de la mayor parte, por lo menos de estos territorios tropicales, inclusive Brasil, lanzada y proseguida bajo este aspecto, terminó realizando algo más que un simple “contacto fortuito” de los europeos con el medio, en la feliz expresión de Gilberto Freyre, a que la destinaba el objetivo inicial de esta. En otros lugares semejantes, la colonización europea no pudo continuar, por ejemplo, en la mayoría de las colonias tropicales de África, Asia y Oceanía, en las Guayanas y algunas Antillas aquí en América. Entre nosotros, se fue más allá en el sentido de constituir en los trópicos una “sociedad con características nacionales y cualidades de permanencia”8, y no se quedó apenas en esta simple empresa de colonos blancos y arrogantes.

Pero tal carácter más estable, permanente, orgánico, de una sociedad propia y definida solo se revelará de a poco, ya que es dominado y reprimido por lo que le precede, lo que continuará manteniendo la primacía y dictando los trazos esenciales de nuestra evolución colonial. Si vamos a la esencia de nuestra formación, veremos que en realidad nos constituimos para abastecer azúcar, tabaco, algunos otros géneros; más tarde oro y diamante; después algodón, e inmediatamente café para el comercio europeo. Nada más que esto. Es con tal objetivo, objetivo exterior, mirando hacia afuera del país y sin prestar atención a las consideraciones que no fuesen el interés de aquel comercio, que se organizarán la sociedad y la economía brasileñas.

Todo se dispondrá en este sentido: tanto la estructura como las actividades del país. Vendrá el blanco europeo para especular, realizar un negocio, invertirá sus capitales y reclutará la mano de obra que necesita: indígenas o negros importados. Con tales elementos, articulados en una organización puramente productora e industrial, se constituirá la colonia brasileña. Este inicio cuyo carácter se mantendrá dominante durante los tres siglos que van hasta el momento en que abordamos la historia brasileña, se grabará profunda y totalmente en las adaptaciones y en la vida del país. Habrá resultantes secundarias que tienden hacia algo más elevado, pero estas todavía no se hacen notar. El “sentido” de la evolución brasileña, que es lo que estamos indagando aquí, todavía se afirma por aquel carácter inicial de la colonización. Tenerlo en cuenta es comprender lo esencial de este cuadro que se presenta, a principios del siglo pasado, y que ahora paso a analizar.

POBLAMIENTO DEL INTERIOR

(…) En relación con el poblamiento, surge la primera diferencia que señalaremos de forma inmediata, y que ocurre entre la minería y el avance de los rebaños. La primera conduce al hombre a un arranque brusco, del litoral hacia el corazón del continente. No hay cercanía en la expansión: los núcleos mineros se instalarán muy lejos de los puntos de partida de las corrientes migratorias, y en el espacio intermedio se encuentra el desierto, que solo pocas vías de comunicación atraviesan.

Estas articulaciones de las minas con el litoral, que las revitalizan y es hacia donde se encamina su producción, a veces, no siguen el trazado de los trayectos ni los primeros caminos para alcanzarlas. Los núcleos que se forman alrededor de las exploraciones del centro de Minas Gerais son cronológicamente los primeros y serán, de forma definitiva, los principales. Estos núcleos se destacan del lugar donde habían partido los descubridores y las primeras oleadas de pobladores, es decir, de San Pablo. También se distinguen del segundo centro de dispersión de la población que las ocupó, Bahía, y convergirán en Río de Janeiro, donde la comunicación con las minas se establece en los primeros años del siglo XVIII, cuando estas ya se encontraban bastante pobladas. A pesar de ser prioritarios, los caminos paulistas y bahianos quedarán relegados a un segundo plano.

Esto ilustra la forma de la expansión minera, que de tan brusca y violenta perdió el contacto con las fuentes de las que surgió. Algo muy distinto sucede con la penetración efectuada por las haciendas de ganado. Desde sus centros, recordando que el principal es el de Bahía, las haciendas y con estas la población se expanden hacia el interior, de forma paulatina. La expansión se realiza por proximidad, y la población instalada en el sertão mantiene un contacto íntimo y cercano con su centro irradiador. De Bahía, por ejemplo, tomamos el movimiento de expansión, que comienza a fines del siglo XVI, y llega hasta el río San Francisco a mediados del siglo siguiente9; luego sube por las orillas del río, va de derecha a izquierda, y establece varias haciendas en el curso medio del río. Tantas, que en el año 1711, provocan la gran admiración de Antonil. Desde allá, la expansión sigue hacia el norte por la cuenca del río San Francisco. Las haciendas se instalan en la zona que hoy ocupa el estado de Piauí, bajan por el río Gurgueia y por aquel que dio su nombre a la capitanía hereditaria.

Sin duda, es una expansión rápida. En otro capítulo se analizará el impulso que explica esta rapidez, que se aleja mucho de la minería y del área global abarcada. Sin embargo, se expande por territorios efectivamente poco ocupados. Y contiguos: al contrario del poblamiento incentivado por la minería, este no está compuesto por núcleos aislados que surgen en el interior y se encuentran alejados unos de otros, sino que son como los centros originados en el litoral.

Esta diferencia determina una estructura de poblamiento totalmente distinta en el Centro-Sur, que es el sector de la minería, y en el sertão del Noreste. En el primer caso, cuando cesa la expansión minera, se desarrollan la exploración y los nuevos descubrimientos, que se suceden continuamente y provocan migraciones y desplazamientos bruscos de la población. Hasta que, en una palabra, el poblamiento se fija y estabiliza.

Esto sucede a mediados del siglo XVIII, cuando encontramos algunos establecimientos misteriosos más o menos separados y aislados unos de otros, y expandidos por un área de no menos de dos millones de quilómetros cuadrados, es decir, la parte fundamental de lo que hoy constituye el territorio brasileño. En aquella época abarcaba los estados de Minas Gerais, Goiás, parte de Mato Grosso y una porción de Bahía. Al inicio del siglo XIX, aproximadamente 600.000 habitantes, es decir, un poco menos de la quinta parte de la población total de la colonia, ocupan esta área.

Aquellos misteriosos establecimientos mineros se agrupan en tres núcleos de mayor densidad. Cada uno constituirá, administrativamente, una capitanía: Minas Gerais, Goiás, Mato Grosso. Los analizaremos por orden de aparición y de entrada en la escena histórica.

En Minas Gerais, el centro de condensación (para utilizar un término que tomamos prestado de la Física y que se recomienda fuertemente por la distribución de la población, que ahora analizamos) se encuentra en una línea que se extiende de sur a norte, desde la cuenca del Río Grande hasta las cercanías de las nacientes del río Jequitinhonha; más o menos entre los puntos donde se establecieron la villa de Lavras y la aldea de Tejuco (Diamantina). Esta corresponde a la Serra do Espinhaço, y es una formación geológica peculiar del terreno, como las series de Minas y de Itacolomi, ambas del algonquiano, donde se encontraron los principales afloramientos de oro del país.

Este hecho explica bien la concentración de la población en aquella región, así como su multiplicación hasta formar algunas aglomeraciones, a veces muy cercanas unas de otras. Las principales son: las villas de São João y São José del-Rei (Tiradentes), Vila Rica (Ouro Preto); ciudad de Mariana, Caeté, Sabará, Vila do Príncipe (Serro) e Arraial do Tejuco (Diamantina), donde, como se sabe, se explotaron los diamantes.

Alrededor de este núcleo central, que constituye las “minas gerais, nombre que más tarde se expandió a toda la capitanía, surgieron otros secundarios: Minas Novas, al noreste, ocupadas desde 1726; Minas do Rio Verde, con Campanha como centro principal, que son de 1720; Minas do Itajubá, donde luego se establecerá la ciudad del mismo nombre, explotadas desde 1723; Minas do Paracatu, al oeste, que fueron las últimas descubiertas, en 1744.

Otros núcleos de población surgieron gracias a las actividades subsidiarias de la minería o las reemplazaron cuando comenzó la decadencia de las explotaciones mineras, en la segunda mitad del siglo XVIII. Las regiones mineras no eran propicias para la agricultura ni la ganadería. El relieve accidentado y la naturaleza ingrata del suelo se oponían a estas industrias. Al principio, para abastecer a la población que allí se concentró con gran rapidez, se recurrió a territorios bastante alejados. El abastecimiento de carne, elemento fundamental en la alimentación de la colonia, se extrajo del ganado que llegaba de las haciendas establecidas a lo largo del curso medio del río San Francisco (Bahía).

Las haciendas, estimuladas por el mercado cercano, comenzaron a expandirse subiendo por el margen del río, alcanzaron el territorio que hoy se conoce como minero, y continuaron hasta el Río das Velhas. De esta forma se pobló el área contigua al norte de los centros mineros. Rumbo al sur, en la cuenca del Río Grande, que luego formará la comarca del Ríodas Mortes, en el medio de los establecimientos mineros locales se instala otro centro pastoril, pequeño y al instante decadente. Todos estos territorios integrarán lo que hoy se denomina el Sur del estado de Minas. El progreso de la ganadería en esta región, favorecida por algunas condiciones naturales destacadas, fue rápido. A partir de 1756 el ganado iba hacia San Pablo, y competía con el abastecimiento de los campos del sur – de Curitiba y Rio Grande10. Además, en la comarca del Rio das Mortes, se practicaba la agricultura a la par de la ganadería, que abastecía a Río de Janeiro con muchas cosas; de esta forma, la población se concentra bastante.

En estas condiciones, la población de la capitanía, que a fines del siglo XVIII contaba con 500.000 habitantes, quedó distribuida de la siguiente forma: una franja central, extendida de Lavras a Tejuco, que comprende la parte más antigua y más poblada, y a pesar de la decadencia de la minería, sigue siendo la parte más importante de la capitanía, articulada con cuatro regiones distintas que se expanden a su alrededor y son todas menos pobladas.

Por orden de aparición son: al sur, la comarca del Río das Mortes (la cuenca del Rio Grande y sus principales afluentes: Mortes, Sapucaí y Verde), una zona principalmente ganadera, y un poco agrícola, donde la pequeña minería que se practicaba en el pasado desapareció casi por completo. Al noreste, se encuentran las Minas Novas (en la cuenca del Araçuaí), una antigua región minera decadente que evolucionó casi completamente hacia la agricultura del algodón. Al oeste, la comarca de Paracatu, situada también en la decadente zona minera, que intentaba levantarse con la ganadería. Y finalmente, al norte, se sitúa el sertão del río San Francisco, una zona de haciendas del tipo sertanejo, con una escasa población en crecimiento, establecida en este su ingrato medio físico (…).

ECONOMÍA

En el primer capítulo, en que traté de destacar el sentido de la colonización brasileña, ya se encuentra lo esencial que necesitamos para comprender y explicar la economía de la colonia. Este “sentido” es el de una colonia destinada a proveer al comercio europeo algunos géneros tropicales o minerales de gran importancia como el azúcar, el algodón, el oro; lo veremos más adelante. Nuestra economía se subordina completamente a este fin, o sea que se organizará y funcionará para producir y exportar esos géneros de exportación. Todo lo restante que había en la colonia, que a propósito es de poca monta, se subsidiará y destinará únicamente a amparar y hacer posible la realización de aquel fin esencial. Veamos, pues, en primer lugar, cómo se organiza la producción de tales géneros que hacen la base de la riqueza y de las actividades de la colonia.

En la agricultura –después hablaré de los demás sectores–, el elemento fundamental será la gran propiedad de monocultivo trabajada por los esclavos. Este tipo de organización agraria, que corresponde a la explotación agrícola a gran escala, en oposición a la pequeña explotación del tipo campesino, no resulta de una simple elección, alternativa elegida entre otras que se presentaba a la colonización. Y sería conveniente, para evaluar la profundidad con la que penetran sus raíces, indagar las causas que lo determinaron.

Ofreciendo a la organización económica de la colonia esta solución, la colonización portuguesa fue estrictamente conducida por las circunstancias en que se procesó, y sufrió las contingencias fatales creadas por el conjunto de las condiciones internas y externas que acompañan a obra aquí realizada por ella. La gran explotación agraria —el ingenio, la hacienda— es la consecuencia natural y necesaria de tal conjunto; resulta de todas aquellas circunstancias que contribuyen a la ocupación y al aprovechamiento de este territorio que sería Brasil: el carácter tropical de la tierra, los objetivos que animan a los colonizadores, las condiciones generales de este nuevo orden económico del mundo que se inaugura con los grandes descubrimientos ultramarinos, y en el que Europa templada figurará en el centro de un amplio sistema que se extiende hacia los trópicos con el fin de buscar nuevos géneros que este continente exige y que solo los trópicos pueden proveer.

Estos son, en última instancia, los factores que determinarán la estructura agraria de Brasil colonia. Los tres puntos destacados: la gran propiedad, el monocultivo y el trabajo esclavo, son formas que se combinan y completan, y derivan directamente y como consecuencia necesaria, de aquellos factores. Además en todas las colonias que se disputan, no solo en Brasil, reaparecen esas características.

Anteriormente, vimos en el primer capítulo cómo es el tipo de colono europeo que busca los trópicos y que allí permanece. No es el trabajador o el simple poblador; sino que es el explotador, el emprendedor de un gran negocio. Viene para dirigir: y si es hacia el campo que se dirige, solo puede interesarle un emprendimiento grande, la gran explotación rural en especie y en la que figure como señor. De este modo, vemos que en Brasil, se les concede grandes áreas de tierras a los colonos desde el comienzo. Salvo la excepción de la colonización de azorianos en Santa Catarina y en Rio Grande do Sul, esto ya en el siglo XVIII, y en pocas otras instancias, que en el conjunto representa una cantidad irrelevante, las “sesmarias”, designación que tenían las concesiones, se extendieron a áreas muy grandes, leguas y leguas de tierra. Ninguno de aquellos colonos que emigraban con amplia visión, y que no quería llevar una vida mezquina de un simple campesino, aceptaría otra cosa.

La política de la metrópolis, inspirada por estos elementos que rodean el trono o están cercanos —se sabe que buena parte de los colonos, sobre todo de las primeras oleadas, es de origen noble o aristocrática—, o con influencia de ellos, una vez que forman el cupo que el Reino dispone para realizar sus emprendimientos ultramarinos, tal política se orienta desde el comienzo, nítida y deliberadamente, en el sentido de constituir en la colonia un régimen agrario de grandes propiedades. No le ocurrió, salvo en el caso tardío y excepcional ya citado de los azorianos, como tampoco les sucederá a ningunos de los donatarios, que compartieron en un momento sus poderes soberanos, la idea de intentar siquiera un régimen de otra naturaleza, una organización campesina de pequeños propietarios.

Habría influenciado, en este sentido, la experiencia que Portugal había obtenido en la colonización de los trópicos y en los procesos adoptados en esta. Sin embargo, sea con o sin este conocimiento de causa, llevada por este u otros motivos, el hecho es que las condiciones naturales de la colonia venían a encontrarse con la política adoptada. La experiencia secular de la historia de los trópicos hoy nos lo demuestra. La gran propiedad labrada por trabajadores dependientes, tanto esclavos como asalariados, o formas intermedias de trabajo, representa el sistema de organización agraria que siempre termina predominando en los trópicos, incluso cuando inicialmente se intentan otros sistemas. Se combinan las dificultades que el medio natural ofrece al trabajo de individuos aislados, sobre todo cuando se trata de un desmonte, con las exigencias técnicas de la explotación tropical (equipamiento necesario, organización de las actividades), para hacer predominar aquel sistema.

Las colonias inglesas de América del Norte, por la contigüidad de zonas diferentes y los distintos intentos y experiencias ensayadas, así como por el hecho de que son todas del mismo origen nacional, nos proporcionan claros ejemplos de aquella norma. En las colonias de clima templado (Nueva Inglaterra, Nueva York, Pensilvania, Nueva Jersey, Delaware) se establece la pequeña propiedad del tipo campesino; a veces encontramos la gran propiedad, como en Nueva York, pero fraccionada para ser arrendada; la pequeña explotación, en todo caso, realizada por el propio labrador, donde a veces un pequeño número de subordinados lo ayudan. Al sur de la bahía de Delaware, en esta planicie costera, de clima cálido y húmedo, donde encontramos un medio físico de naturaleza subtropical, se establece en cambio la gran propiedad trabajada por esclavos, la plantation. En esa misma altura, pero hacia el interior, en los elevados valles de la cordillera de los Apalaches, donde la altitud equilibra los excesos de la latitud, reaparece nuevamente la colonización organizada en pequeños propietarios.

La influencia de los factores naturales es tan sensible en esta clasificación de modelos agrarios que termina imponiéndose, aun cuando el objetivo inicial y deliberado de sus promotores sea otro. De este modo, en Carolina y Georgia, una zona nítidamente subtropical, la intención de los organizadores de la colonización (en este caso, como en general sucede en las colonias inglesas, compañías o individuos concesionarios) fue constituir un régimen de pequeñas propiedades de un área proporcional a la capacidad de trabajo propio de cada labrador; y con este criterio se inició la colonización y la distribución de las tierras. Pero tal objetivo se frustró, y el plan inicial fracasó, instituyéndose en lugar de este el modelo general de las colonias tropicales.

En la isla de Barbados sucedió algo semejante. La primera organización que allí se estableció fue de propiedades regularmente subdivididas, y no se empleó el trabajo esclavo de forma considerable. Pero poco después, se introdujo en la isla una cultura eminentemente tropical como la de la caña de azúcar: las propiedades se congregaron, transformándose en inmensas plantaciones; y los esclavos, en número de poco más de 6.000 en 1643, suben, 23 años después, a más de 50.000.

El monocultivo acompaña necesariamente la gran propiedad tropical; los dos hechos son correlativos y derivan de las mismas causas. La agricultura tropical tiene como único objetivo la producción de ciertos géneros de gran valor comercial y por eso altamente lucrativos. No es con otro fin que se realiza, y si estas no fueran las perspectivas, seguramente no se intentaría o rápidamente acabaría. Es lamentable, por lo tanto, que todos los esfuerzos se canalicen en aquella producción; incluso porque el sistema de la gran propiedad donde trabaja una mano de obra inferior, como es la regla en los trópicos, no se puede emplear en una explotación diversificada y de alto nivel técnico.

Junto con la gran propiedad de monocultivo se instala en Brasil el trabajo esclavo. No sólo Portugal no contaba con una población suficiente para abastecer con mano de obra a su colonia, sino también, como ya vimos, el portugués, como cualquier otro colono europeo, no emigra hacia los trópicos, en principio, para comprometerse como simple trabajador de campo asalariado. La esclavitud se vuelve así una necesidad: el problema y la solución fueron idénticos en todas las colonias tropicales y hasta subtropicales de América.

En las colonias inglesas del Norte, donde al principio se intentaron otras formas de trabajo, como una semiesclavitud de trabajadores blancos, los “indentured servants”, la sustitución por el negro no demoró mucho. Incluso, es esta exigencia de la colonización de los trópicos americanos que explica el renacimiento de la esclavitud en la civilización occidental, en decadencia desde fines del Imperio Romano, y ya casi extinta del todo en este siglo XVI, cuando comienza la colonización.

Al inicio se utilizó a los nativos de las grandes extensiones, que estaban habituados a un trabajo estable y sedentario, como en México y en el altiplano andino, el esclavo o semiesclavo indígena conformó la mayor parte de la mano de obra. En Brasil la cantidad era menor, y sobre todo no estaban educados para el sistema de trabajo organizado que exige la agricultura colonial. A falta de algo mejor, el nativo se empleó particularmente en aquellas regiones de nivel económico más bajo que no admitían el precio elevado del esclavo africano. Finalmente, el esclavo será quien sustituya al nativo, y lo encontramos, como se sabe, en todas las grandes plantaciones y en la minería. A finales de la era colonial, cerca de un tercio de la población eran esclavos negros.

De esta manera, se completan los tres elementos constitutivos de la organización agraria de Brasil colonial: la gran propiedad, el monocultivo y el trabajo esclavo. Estos tres elementos se conjugan en un sistema típico, la “gran explotación rural”, o sea, la reunión de una gran cantidad de individuos en una misma unidad productora; es esto lo que constituye la célula fundamental de la economía agraria brasileña. Así mismo, constituirá también la base principal en que se asienta toda la estructura del país, económica y social.

Es preciso remarcar, a pesar de estar implícito en lo dicho anteriormente, que no se trata solo de la gran propiedad, sino que puede también estar asociada a la explotación en parcelas; lo que se expresa en distintas formas de arrendamiento o concesiones, como es el caso, en mayor o menor proporción, de todos los países de Europa. A diferencia, en Brasil se instaló la gran propiedad sumada a la gran explotación, que no solo son cosas distintas, sino que traen consecuencias de todo tipo completamente diversas.

Mutatis mutandis, la minería, que a partir del siglo XVIII será junto con la agricultura la gran actividad de la colonia, adoptará una organización que, salvo las diferencias de naturaleza técnica, es idéntica a la de la agricultura; para esto compitieron de un modo general las mismas causas, asociadas tal vez con la influencia que el aspecto general de la economía brasileña ya había tomado cuando la minería comienza. Todavía predomina la explotación a gran escala: las grandes unidades trabajadas por esclavos. La actividad de los “faiscadores”11, que corresponde en la minería al trabajo individual del pequeño labrador autónomo de la agricultura, y que llegó a tener una importancia considerable en Brasil, es, como veremos, el resultado de la descomposición del régimen económico y social de las minas. Representa un índice de decadencia y extinción gradual de la actividad minera, y no constituye en sí una forma orgánica y estable; es la transición al aniquilamiento.

El tercer sector de las grandes actividades fundamentales de la economía brasileña es el sector extractivo, desarrollado casi exclusivamente en el valle del Amazonas. Este se organizará de otra forma porque no tendrá como base la propiedad territorial. La cosecha del cacao, de la zarzaparrilla, de la nuez moscada y otros productos espontáneos de la selva amazónica no se hace en áreas determinadas y exclusivas para cada actividad; los recolectores tienen la libertad de moverse hacia donde les convenga dentro de la selva, que es lo suficientemente grande para todos y forma una propiedad común.

Además, la extracción no es una actividad permanente y se organiza, al mismo tiempo, para desaparecer luego de la estación en que se realiza. Se trata, en suma, de una explotación primitiva y rudimentaria, un primer esbozo de organización económica que no se superará hasta el final de la era colonial. Pero a no ser por esto, la extracción no se distingue, en la organización de su trabajo y la estructura económica, de los demás sectores de la actividad colonial. Se encuentra todavía ahí el empresario, que aunque no sea el propietario de las tierras como el terrateniente y el minero, dirige y explota, como estos, una gran cantidad de mano de obra que trabaja para él y está bajo sus órdenes.

Además de estas actividades fundamentales —fundamentales porque representan la base en la que se asienta la vida de la colonia, y constituyen realmente su razón de existir—, podríamos agregar otras, como la pecuaria, algunas producciones agrícolas, en resumen, aquellas actividades que no tienen por objetivo el comercio externo, como las que acabamos de mencionar. Sin embargo, no podemos colocarlas en el mismo plano ya que pertenecen a otra categoría, y a una categoría de segundo orden. Se trata de las actividades subsidiarias destinadas a amparar y hacer posible la realización de las primeras. No tienen una vida propia, autónoma, pero acompañan y se agregan como simples dependencias. En una palabra, no caracterizan la economía colonial brasileña, y le sirven apenas de accesorios. Por el momento, las dejamos de lado.

No insistiré aquí en puntos que el desarrollo subsiguiente del tema irá naturalmente aclarando. Apenas intento destacar los elementos fundamentales y característicos de la organización económica de la colonia, que son en todos los sectores, como acabamos de ver, la gran unidad productora, sea agrícola, minera o extractiva. Esta última, móvil en el espacio e inestable en el tiempo, se constituye para cada expedición recolectora y se desarma después; pero así mismo, forma una gran unidad —y esto es lo que más interesa— y una cantidad relativamente elevada de trabajadores subordinados bajo las órdenes e interés del empresario.

Esto es lo que sobre todo necesitamos considerar, porque es en este sistema de organización del trabajo y de la propiedad donde se origina la concentración extrema de la riqueza que caracteriza la economía colonial. Una concentración en la población compuesta por un 30% de esclavos, y otro porcentaje ignorado, pero seguramente elevado, de individuos desprovistos completamente de cualquier bien material, que sobreviven con un nivel de vida material ínfimo. Ambos constituyen la consecuencia más inmediata, y al mismo tiempo un índice seguro de esta organización económica del país.

En resumen, estas son las características fundamentales de la economía colonial brasileña: por un lado, este tipo de organización de la producción y del trabajo, y la concentración de la riqueza como resultado; por otro lado, una orientación dirigida al exterior como simple proveedora del comercio internacional. Esta fue la base sobre la que se desarrolló la colonización brasileña, y se conservará hasta el momento que ahora nos interesa. En realidad, no hay modificaciones sustanciales del sistema colonial en los tres primeros siglos de nuestra historia. En este período de tiempo no se hizo más que prolongarlo y repetirlo en nuevas áreas todavía no colonizadas. En ciertos aspectos, esto naturalmente se complica, surgiendo nuevos elementos, o por lo menos tendencias que alteran la simplicidad inicial del cuadro que describimos de una colonia productora de algunos géneros destinados al comercio de la metrópolis.

El hecho elemental del crecimiento de la población constituyó en sí un factor de transformación, porque determina la constitución y el desarrollo del mercado interno junto con un sector económico propiamente nacional, es decir, orientado ya no exclusivamente a la exportación, sino a las necesidades del país. Este sector va ganando importancia, y de ser un elemento subsidiario de expresión mínima e insignificante en el conjunto de la economía brasileña, tiende a convertirse en una parte ponderable de esta, y que por sí solo, sin la dependencia de otro sector que le dé vida y lo impulse, o exprese algo.

Es verdad que este crecimiento es mucho más cuantitativo que cualitativo: al inicio del siglo pasado, la masa de la población brasileña aun se constituye de esclavos o recién egresados de la esclavitud, de individuos desplazados, sin posición económica ni social definida y fija, básicamente inestables. Analizaré en otro capítulo estos aspectos de la sociedad brasileña, que en el terreno económico que por ahora nos interesa, reduce mucho el alcance del desarrollo demográfico del país. En sustancia, en líneas generales y caracteres fundamentales de su organización económica, Brasil continuaba, tres siglos después del inicio de la colonización, la misma colonia profundamente ligada (ya no hablo de su subordinación política y administrativa) a la economía de Europa; simple proveedora de mercaderías para su comercio. Empresa de colonos blancos accionada por los brazos de razas extrañas, dominadas pero aun no fundidas en la sociedad colonial.

Este es el hecho fundamental de la economía brasileña, y es interesante notar que en la teoría económica de la época, esto no solo se afirmaba, sino que se elevaba a la categoría de un postulado, una necesidad absoluta e irremplazable. Entre otros, con respecto a esto tenemos un precioso escrito, datado probablemente del último cuarto del siglo XVIII, y que contiene, en mi opinión, la más lúcida síntesis sobre la economía brasileña de fines de ese siglo12. El autor intenta exponer y demostrar que las colonias existen y se establecen en beneficio exclusivo de la metrópolis; este beneficio se realiza gracias a la producción y exportación de géneros que esta necesita para sí misma y para comerciar con el superfluo en el extranjero. Finalmente, la población y organización de las colonias debe subordinarse a tales objetivos, y no les compete ocuparse de actividades que no le interesen al comercio metropolitano. Cuanto mucho admite, pero sólo como excepción, la producción de ciertos géneros estrictamente necesarios para la subsistencia de la población y que sería imposible traerlos de afuera.

Esta cita es interesante porque su autor, afirmando una norma de política económica, no hace más que reconocer un hecho real. Tal era, efectivamente, el contenido esencial de la economía brasileña. Los pequeños desvíos de la regla, el autor los discute más adelante; y les atribuye los males que sufría la colonia, previene contra ellos la política metropolitana. No eran, de hecho, muchos ni muy graves.

El autor se dirigía a un buen entendedor: nunca el Reino y su política tuvieron otro pensamiento más que utilizar su colonia en el sentido que él señaló. Brasil existía para suministrarle oro y diamantes, azúcar, tabaco y algodón. Así entendía las cosas y en consecuencia eran sus prácticas. Todos los actos de la administración portuguesa con relación a la colonia tienen por objeto favorecer aquellas actividades que enriquecían su comercio, y por el contrario, oponerse a todo lo demás. Bastaba que los colonos proyectaran otra cosa más que ocuparse de tales actividades, y allí intervenía violentamente la metrópolis a llamados al orden: el caso de las manufacturas, de la siderurgia, de la sal, de tantos otros, es bastante conocido.

El resultado de esta política que reduce a Brasil al simple papel de productor de algunos géneros destinados al comercio internacional, terminó por identificarse a tal punto con su vida, que ya no se apoyaba únicamente en nuestra subordinación de colonia, ya no derivaba apenas de la administración del Reino. Orientada en este sentido desde el inicio de la colonización, determinada por factores más profundos que simplemente la política deliberada del Reino, factores que ya analicé en el primer capítulo y que van a condicionar la formación y toda la evolución de la economía brasileña, esta última así se organiza y se había transformado, al final de la era colonial, en la naturaleza íntima de su estructura. La responsabilidad de la metrópolis era entonces solo contribuir con su acción soberana para mantener una situación que se volviera, incluso a pesar de ella, efectiva; más fuerte además que sus propósitos, fueran ellos en sentido contrario, lo que no era el caso.

No era solo el régimen colonial que artificialmente mantenía esta situación, tanto es así que una vez abolido con la Independencia, la vemos perpetuarse. Brasil no saldría tan temprano, aunque era una nación soberana, de su estatuto colonial a otros respectos, y que el “7 de septiembre” no tocó. La situación de hecho, bajo el régimen colonial, correspondía efectivamente a la de derecho. Y esto se comprende: llegamos al cabo de nuestra historia colonial constituyendo aun, como desde el principio, aquel agregado heterogéneo de una pequeña minoría de colonos blancos o casi blancos, verdaderos empresarios, asociados con la metrópolis, de la colonización del país; señores de la tierra y de toda su riqueza; y del otro lado, la gran masa de la población, su sustancia, esclava o poco más que eso; sólo máquinas de trabajos, y sin otro papel en el sistema. Por la propia naturaleza de esta estructura, no podíamos ser otra cosa más que lo que habíamos sido hasta entonces: una factoría de Europa, un simple proveedor de productos tropicales para su comercio.

De todo esto resultará una consecuencia final, y tal vez la más grave: es la forma que tomó la evolución económica de la colonia. Una evolución cíclica, tanto en el tempo como en el espacio, en que se ven sucesivamente las fases de prosperidad estrictamente ubicadas, seguidas, después de mayor o menor lapsus de tiempo, pero siempre corto, del aniquilamiento total. Proceso este aun en pleno desarrollo en el momento que nos ocupa y que continuará así en el futuro. La primera fase de prosperidad, que alcanza los más antiguos centros productores de azúcar de la colonia, en particular Bahía y Pernambuco, y que va hasta el fin del siglo XVII, es seguida por la decadencia luego, al inicio del siglo siguiente. Se reemplazan estas regiones, en la línea ascendente de prosperidad, por los centros mineros.

Este ascenso no se extenderá pasando la mitad del siglo; ya antes del tercer cuarto del siglo, presenciamos el progresivo aniquilamiento de las minas. Vuelve nuevamente la prosperidad de los primitivos centros agrícolas del litoral; a estos se agregan algunos otros; y el azúcar es subsidiado por el algodón. En el momento en que abordamos la historia brasileña, nos encontramos en plena fase ascendente de este último ciclo. Y aunque el período siguiente supere nuestro tema, sabemos que esta fase no duraría mucho tempo, como las anteriores: a mediados del siglo pasado, la situación ya se había restituido completamente. Comenzaba la caída de las regiones hasta entonces en primer plano, y otras venían a ocupar el lugar, esta vez con un producto nuevo: el café.

Esta evolución cíclica, con movimientos súbitos, que conduce sucesivamente al progreso y al aniquilamiento de cada una y de todas las áreas pobladas y explotadas del país, una atrás de la otra, no tiene otro origen que el carácter de la economía brasileña antes analizado. Como vimos, la economía se asienta en algunas bases muy precarias. No constituye la infraestructura propia de una población que se apoya en esta, y destinada a mantenerla; el sistema organizado de la producción y distribución de recursos para la subsistencia material de esta; pero un “mecanismo” del que esa población es el elemento propulsor, destinado a mantener su funcionamiento en beneficio de objetivos completamente extraños.

Por lo tanto, se subordina por completo a estos objetivos, y no cuenta con fuerzas propias y existencia autónoma. Una coyuntura internacional favorable a un producto cualquiera que es capaz de proveer, impulsa su funcionamiento y da la impresión puramente ilusoria de riqueza y prosperidad. Pero basta que esa coyuntura se rompa, o que se agoten los recursos naturales disponibles, para que esa producción decline y perezca, volviendo imposible mantener la vida que ella alimentaba.

En cada uno de los casos en que se organizó un sector de la producción brasileña, no se tuvo en cuenta otra cosa que la oportunidad momentánea que se presentaba. Para esto, inmediatamente, se movilizan los elementos necesarios: se puebla cierta área del territorio más conveniente con empresarios y dirigentes blancos, y trabajadores esclavos —un verdadero grupo de trabajo—; se desbrava el suelo y se le instala el equipamiento necesario; y con esto se organiza la producción. No se saldrá de esto, tampoco las condiciones en que se dispuso esta organización lo permiten: se continuará hasta el agotamiento final o de los recursos naturales disponibles, o de la coyuntura económica favorable. Después se abandona todo en demanda de otras empresas, otras tierras, nuevas perspectivas. Lo que queda atrás son restos, trozos de una pequeña porción de humanidad en descomposición.

De este modo se formó y funcionó siempre la economía brasileña: la repetición en el tiempo y en el espacio de pequeñas y cortas empresas de mayor o menor éxito. Algunas fueron exitosas, pero poco o nada sobró de estas. En el conjunto, la colonia no tendrá nunca una organización económica que merezca este nombre, y alcanzará su término sin lograr equilibrar ni estabilizar su vida. Oscilará con altos y bajos violentos, sembrando cada vez más un poco de destrucción y miseria en este vasto territorio que le fue dado para actuar. Los resultados, el balance final de tres siglos de este proceso, no podían dejar de ser parcos, de un activo muy pobre. Y efectivamente fue así; pero dejemos esto para el análisis que más adelante se hará.

De la economía brasileña, en síntesis –y es esto con lo que debemos quedarnos–, lo que se destaca y sirve de característica fundamental es por un lado, en su estructura, un organismo meramente productor, y constituido solo para eso: un pequeño número de empresarios y dirigentes que señorean todo, y la gran masa de la población que le sirve de mano de obra. Por otro lado, en el funcionamiento, un proveedor del comercio internacional de los géneros que éste reclama y que ella dispone. Finalmente, en su evolución, y como consecuencia de esas cuestiones, la explotación extensiva y simplemente especuladora, inestable en el tiempo y en el espacio, de los recursos naturales del país. Esta es la economía brasileña que vamos a encontrar ahora en el momento en que abordamos su historia.

AGRICULTURA DE SUBSISTENCIA

(…) Existe naturalmente entre los sectores de la agricultura de subsistencia un campo común. Todos los productos de la gran agricultura –azúcar, algodón, tabaco y los demás– se consumen también en el país; y en este sentido, por lo tanto, son también de subsistencia. De la misma manera, ciertos productos que entran en esta última categoría se exportan, aunque en pequeñas cantidades y casi siempre de manera ocasional. Serían por lo tanto también de exportación. Pero la proporción es de tal modo favorable, en el primer caso a la exportación, y en el segundo al consumo interno, que no hay confusión posible. Y además de este criterio cuantitativo se debe considerar la naturaleza económica intrínseca de una y otra categoría de la actividad productiva: el fundamento, el objetivo principal, la razón de ser de cada una de ellas. La diferencia es ahí esencial y ya me ocupé suficientemente de la materia.

Destaquemos algunas ramas de la producción agrícola en las que más se verifica tal superposición de características. En primer lugar, el aguardiente, cuya situación es particular: se trata de un subproducto y la mayor parte de su voluminosa producción se debe a esta circunstancia. Si no fuese por el azúcar, la producción claramente se reduciría mucho. Por otro lado, el aguardiente está en la categoría particular de los géneros de trueque utilizados en el tráfico de esclavos13.

El algodón y el arroz también, aunque se producen para la exportación, se consumen bastante en el país. Como se afirmó en el caso del primero, su producción en Brasil precede mucho a la época en que comenzó a ser exportado. Pero después de esto, la situación se invierte completamente, y la fibra se comienza a producir sobre todo para el comercio exterior. Su consumo en la colonia, donde continúa sirviendo para la confección de tejidos bastos para la vestimenta de los esclavos, ocupa un lugar secundario y de mínima expresión.

En cuanto al arroz, aunque se consuma en el país extensamente, el gran volumen de su producción se dedica sobre todo a su exportación. Podemos además distinguir en la agricultura de arroz colonial un sector con una gran siembra, como en Maranhão, y también otro en menor escala en Pará y en Río de Janeiro, donde se estimula el comercio exterior; y otro sector, de proporciones mucho más reducidas, que se ha expandido por varias regiones, y que tiene el mismo carácter de la agricultura exclusivamente de subsistencia, como la de mandioca y maíz.

En casos extremos, un análisis más atento muestra que los dos grandes sectores en que dividí la producción colonial se distinguen nítidamente. Y hechas estas observaciones preliminares, veamos cómo se organiza y distribuye nuestra agricultura de subsistencia. La encontramos, en primer lugar, incluida en los propios dominios de las grandes plantaciones, en los ingenios y en las haciendas. Estos lugares son autónomos y proveen el sustento alimenticio de quienes allí habitan y trabajan. Se practican los cultivos necesarios para la alimentación en los mismos terrenos dedicados al cultivo principal intercalándolos —como se hace con el maíz, plantado entre los algodonales, o con la mandioca, en los cañaverales14— o en las tierras destinadas especialmente a ellas.

Una parte de esta siembra la realiza el propietario, que utiliza a los mismos esclavos que realizan la cosecha principal y que no están permanentemente ocupados; otra parte, la realizan los propios esclavos por su cuenta, a los que se les otorga un día a la semana, generalmente el domingo y, a veces, en el caso de un señor especialmente condescendiente, cualquier otro día para que trabajen en sus parcelas.

Las haciendas con ganado en el sertão del Noreste, a lo que me referiré con más detenimiento en otro capítulo, también son autónomas en lo que se refiere a la subsistencia de sus empleados; allí se cultiva en los márgenes de los ríos, únicos lugares en que la agricultura es posible en estas regiones semiáridas, algunos géneros de los que se ocupan los fábricas, auxiliares del vaquero. Lo mismo sucede en las haciendas del Sur, Minas Gerais, Campos Gerais, Rio Grande. De esta manera, se puede decir que generalmente y en principio la población rural colonial ocupada en las grandes plantaciones y en las tierras de ganado, y que constituye la mayor parte del total de ellas, provee suficientemente a su subsistencia con cultivos de alimentos, tareas a las que se dedica subsidiariamente, sin necesidad de recurrir afuera.

No son estas las condiciones en la ciudad. Esta tiene naturalmente que recurrir al exterior. En parte, una parte pequeña casi nula, abastece con sus excedentes los grandes dominios. Pero además, existen momentos en que el alza de los precios de los productos exportables estimula de tal forma a estos últimos, que los productos alimenticios son totalmente abandonados, y hasta los grandes dominios tienen que apelar al exterior para su abastecimiento. Por estos motivos se establecen las plantaciones especializadas, dedicadas únicamente a la producción de cultivos alimenticios.

De este modo, se establece un tipo de explotación rural diferente y separada de la gran agricultura y cuya organización, por otra parte, varía. Va desde las grandes propiedades, aproximándose en este caso en sus caracteres exteriores a las grandes plantaciones —o lo que es menos frecuente— hasta la insignificante parcela, chacra o quinta, donde no hay esclavos ni trabajadores asalariados y el propietario o simple ocupante de la tierra es al mismo tiempo el trabajador. Es importante distinguir entre estos dos casos: propietario y mero ocupante, porque este último adopta frecuentemente la forma de agregado de los grandes dominios.

El agregado es un trabajador rural a quien el propietario cede, en general a título gratuito y a cambio apenas de una especie de vasallaje y prestación de pequeños servicios, el derecho de establecerse y cultivar una parte desaprovechada del terreno. Analizaré el estatuto de este agregado cuando me ocupe de la organización social de la colonia. Basta señalar aquí que desde el aspecto económico, él representa el papel de un pequeño productor autónomo. Aunque se encuentre ligado al dueño del campo, y sea su subordinado, no se entromete en la organización normal y regular de la gran labranza.

Así, con cierta independencia del labrador y la mayor o menor extensión de la agricultura correspondiente, se constituye a la par de las grandes explotaciones, agriculturas propias y especializadas destinadas a la producción de géneros alimenticios de consumo interno de la colonia. Es un sector subsidiario de la economía colonial, que depende exclusivamente del otro, que le infunde vida y fuerzas. De ahí además su bajo nivel económico, casi siempre vegetativo y de existencia precaria. De escasa productividad y sin vitalidad apreciable. Raramente encontramos cultivos de esta naturaleza que se encuentren por encima de este nivel. En general, su mano de obra no se constituye por esclavos: es el propio labrador, modesto y mezquino, el que trabaja. A veces cuenta con el auxilio de uno u otro individuo de piel oscura, más comúnmente de algún indio o mestizo semiservil. En este sector, las haciendas son excepcionales; lo analizaremos abajo.

Debido al destino de los productos de esta pobre agricultura de subsistencia, podemos prever su ubicación. Se encuentra, de preferencia, en las proximidades de los grandes centros urbanos a los que especialmente sirve. De esta forma, en Bahía se dispersa en los contornos del Recóncavo Bahiano, alternando los ingenios de azúcar y las plantaciones de tabaco. Contentándose con los suelos inferiores o cansados, inaprovechables para la caña y la gran agricultura en general, las agriculturas alimentarias encuentran en esta región algunas sobras de tierras que son favorables por estar situadas en las cercanías de un mercado grande para sus productos. En el estado de Pernambuco, la ciudad no está en este sentido bien ubicada. Sus proveedores más cercanos se encuentran bastante alejados. Entre ellos se destacan Tejucupapo y la isla de Itamaracá.

Tanto Río de Janeiro como Bahía, si bien se encuentran bañados por una gran ensenada, no toda su rivera es aprovechable para la gran agricultura, aunque los cultivos de alimentos encuentran tanto ahí como en las islas fronterizas bastante espacio. La capital de la colonia es en conjunto bien abastecida, porque estos lugares confluyen en las áreas continuas a la ciudad y al interior; en un radio de más de una legua como en este caso15. Cosas como estas se repiten, aunque en mucha menor escala, en los demás conglomerados de la colonia (…).

COMERCIO

El análisis de la estructura comercial de un país siempre revela, mejor que el de cualquier otro sector particular de la producción, el carácter de la economía, su naturaleza y organización. Allí encontramos una síntesis que la resume y explica. El estudio que realizaremos sobre el comercio colonial a principios del siglo pasado será como una coronación y una conclusión sobre todo lo que se explicó antes.

Desde luego, podemos prever el aspecto fundamental del comercio. Sabemos que deriva de forma inmediata del propio carácter de la colonización, organizada a base de la producción de mercancías tropicales y metales preciosos para el abastecimiento del mercado internacional. Existen otras actividades subsidiarias y derivadas de esa actividad esencial, destinadas a apoyarla y a hacer posible su realización. La naturaleza de estas categorías, que se analizó en los capítulos anteriores, y su distribución geográfica por el territorio brasileño, que también se revisó, nos proporcionan los datos complementarios que precisamos para volver a describir las corrientes del comercio colonial y su estructura.

Podemos analizar el comercio en dos sectores: el externo y el interno. El primero, por motivos obvios, nos resulta mucho más conocido. Naturalmente, obtuvo toda la atención de sus contemporáneos, que comprendían su papel, y despreciaban al otro sector. Por eso, la documentación que existe sobre el sector externo es relativamente grande. Se puede afirmar que todo el comercio exterior brasileño es marítimo. Nuestras fronteras terrestres atraviesan áreas muy poco pobladas y de bajo nivel económico, y a veces quedan totalmente inexploradas.

La colonización portuguesa, oriunda del Atlántico, y la española, casi toda del Pacífico, no contaban con vanguardias bien preparadas; de modo que, en ambos casos, existieron vastos territorios despoblados. Allí no se podían establecer relaciones comerciales. Además, nuestras colonias vecinas no ofrecían, en relación a Brasil, condiciones favorables para el intercambio: su economía era semejante a la nuestra, y su producción era de la misma categoría. También, se puede agregar el estado de hostilidad latente que siempre nos separó de las otras colonias, reflejo de la rivalidad de las dos coronas metropolitanas; hostilidad que creció en la segunda mitad del siglo XVIII, y muchas veces generó un estado crónico de guerra.

Sin embargo, existen algunas restricciones que debemos hacer. De esta forma, en el contrabando practicado en las fronteras del sur se había vuelto más o menos importante, y era el camino por donde llegaba a Rio Grande el ganado platino, en especial las bestias mulares. Las bestias mulares, que eran mejores que las criadas en la capitanía de Rio Grande, proveedora del resto del país, representaban una concurrencia importante para los productos brasileños; perjudicaban mismo nuestra domesticación de caballos16. A su vez, eran transportados caballos desde las antiguas misiones jesuíticas de Moxos (Bolivia) hacia el estado de Mato Grosso, comercio que se inició en 177117. Hubo otras relaciones, un poco más frecuentes y regulares, que se establecieron en el alto Amazonas con las provincias peruanas de Maynas, Quichas y Macas; en estos casos, los puertos fronterizos de Tabatinga y Loreto, luso-brasileño e hispano-peruano respectivamente, se convirtieron en puestos comerciales.

De esta forma, los castellanos de la zona oriental de los Andes se abastecían con las manufacturas europeas que les llegaban por el río, un camino más simple que por las rutas del comercio español. También exportaban desde allí sus productos locales, de igual naturaleza que los de la región brasileña de la cuenca amazónica18. Por el alto río Negro también comerciaban un poco los españoles y los portugueses, y ya explicamos que para el establecimiento castellano de San Carlos, cerca del curso del río, y puesto más avanzado en aquel sector, llegaban cordonerías manufacturadas en la capitanía brasileña.

Y al final, todo ese comercio extremo por vía terrestre se consideraba pequeño y despreciable. Lo que realmente interesa en el asunto es el marítimo. Esta circunstancia se debe a las contingencias geográficas y económicas, que tienen gran significación política y administrativa, ya que hizo posible el monopolio del comercio de la colonia, una actividad que, en realidad, la metrópolis pretendía controlar. Fue muy interesante haberse reservado la navegación, una actividad mucho más simple que la fiscalización fronteriza, que habría sido difícil e impracticable en los extensos límites del país. Este privilegio de la navegación se mantuvo, como se sabe, hasta el permisodel 28 de enero de 1808, que abrió los puertos de la colonia a todas las naciones. Pero hasta aquella fecha el privilegio de la navegación, reservado a los portugueses, les garantizó la exclusividad del comercio externo de Brasil.

Sin contar esta restricción, ninguna de las que habían existido en el pasado se mantenían en este momento. Las Compañías privilegiadas desaparecieron definitivamente, junto con las que el Marqués de Pombal había organizado, que se extinguieron en 177819. Por otro lado, la obligación antes impuesta de navegar incorporando flotas de Brasil o que de allí salían, fue abolida con el permiso del 10 de septiembre de 1765. De igual forma, el comercio marítimo de la colonia disfrutaba, dentro de los límites establecidos a beneficio de los portugueses, una libertad de movimientos relativa: libertad acompañada por un conjunto de medidas impertinentes e incómodas, imposible de resumir aquí, propias de una época en la que aún se desconocía la verdadera libertad de comercio, que sólo llegaría en el siglo XIX.

El privilegio legal portugués de la navegación de Brasil no excluía al contrabando, que se practicaba a gran escala, y que no se puede ignorar debido a su importancia. Los ingleses fueron los grandes amigos, aliados y protectores de Portugal, y los principales contrabandistas. El tratado de 1654 les otorgó a los ingleses la concesión que les permitirá enviar sus barcos a Brasil, siempre y cuando pasen, a la ida y a la vuelta, por los puertos del Reino Portugués. Parece que esta concesión, por lo menos en aquel momento, no les interesó a los ingleses. No existen noticias sobre ningún comercio inglés realizado indirecta y legalmente, por eso lo más correcto es pensar que haya caído en desuso20.

El contrabando era más sencillo y provechoso. Su importancia se encuentra bastante documentada. En 1794, el juiz-de-fora21de Río de Janeiro, Baltasar da Silva Lisboa, que ya había ocupado otras funciones, denunció el contrabando, que se realizaba, según él, a la vista de autoridades despreocupadas y conniventes. Y cita datos importantes: en los quince meses que anteceden a su denuncia, nada menos que 39 embarcaciones extranjeras, la mayoría inglesas y cargadas de mercaderías, habían llegado a Río de Janeiro22.

Otra denuncia, del mismo año, dirigida al Gobierno por un cierto Amador Patrício da Maia, cuyas funciones no pude determinar, hace acusaciones idénticas, y llega a describir algunos detalles interesantes sobre la forma como se realizaba el contrabando: explica que el anclaje de los barcos de contrabandistas se realizaba en lugares un poco ocultos de la bahía; cómo se establecía el contacto con los negociantes de la plaza, los compradores de la mercadería fraudulenta; todo gracias a la escandalosa connivencia de las autoridades que poco escondían su participación en el negocio23.

Existe un relato muy interesante sobre este tema, de un portugués que en 1798 viajó por negocios a Inglaterra e Irlanda, y quedó bastante escandalizado por lo que vivió allá. Se espantó tanto por el contrabando con la colonia que decidió, junto con el cónsul de su país y la mayor casa portuguesa de comercio en Londres, la empresa Dias Santos, hacer un comentario sobre todo lo que presenció al gobierno de su país. El portugués cuenta que cuando estuvo en Londres, Liverpool y en otros puertos presenció la salida de barcos regularmente con el pretexto de ir a hostilizar a los franceses, que en aquel momento se encontraban en guerra con Gran Bretaña, o de ir a pescar ballenas. Pero en realidad, esas embarcaciones estaban cargadas de mercaderías destinadas a Brasil y traían de vuelta los productos de la colonia. Había armadores de barcos que sólo se ocupaban de este tráfico, como un cierto John Bamess, entre otros. Algunos comerciantes portugueses también viajaban en estas embarcaciones, de Brasil a Inglaterra, para tratar negocios relacionados con el contrabando24.

Monopolizado legalmente por los portugueses, contrabandeado por los ingleses, estas eran las características generales del comercio externo de la colonia en vísperas de la apertura de los puertos. Veamos su contenido. La exportación consistía, perdón por repetirlo, en los grandes productos de la colonia cuya economía analizamos en los capítulos anteriores; y representa, un tema que también ya tratamos, la base fundamental de la vida del país. Así, una de las consecuencias de este proceso, es que los puertos de exportación coinciden con las mayores ciudades de la colonia. Gracias a los pequeños puestos del comercio exportador, algunos centros como Río de Janeiro, Bahía, Recife, San Luis y Belém se vuelven importantes porque cerca de estos lugares se concentran las mayores actividades de la colonia, destinadas más que nada a la producción de géneros que se exportan.

El comercio de importación naturalmente también requiere estos mismos puertos, centros de las regiones de nivel económico más alto, donde existe mayor consumo. En estos lugares se establece la importación, que además de algunos géneros alimenticios de lujo, como el vino, el aceite de oliva y otros, la sal, un género estancado, como vimos en otro capítulo, y sobre todo de manufacturas y metales de hierro, en particular. Sin embargo, el sector más desarrollado del comercio de importación es el tráfico de esclavos, que llegaban de la costa de África. El valor de este comercio aún no se calculó. Como afirma Gayozo, que realiza un análisis cuidadoso sobre la época que estudiamos, el costo del esclavo en Maranhão, incluyendo el precio por su adquisición en África y los derechos pagados allá y en Brasil, es de 85$500 réis25. A esta suma, debemos agregarle el precio del transporte, que el autor no evaluó. Solo considera excesivo el precio de venta en Maranhão de los esclavos importados: 250 a 300 mil réis por cabeza.

Para poder comparar a los esclavos con otros ítems del comercio importador, nos interesa el “costo” del esclavo instalado en Brasil, sin contar la ganancia de los intermediarios. Hay que calcular el transporte, que seguramente es elevado: el viaje era largo y difícil, y el principal problema era la mortandad de los esclavos a bordo26. Por lo tanto, no estaría nada mal calcular el costo de cada esclavo llegado a Brasil en, por lo menos, 100$000 reís27. Como la importación a todo el Brasil era de unos 40.000 negros por año, podemos calcular que su valor global superaba los 10.000.000 de cruzados. En promedio, el resto de la importación de la colonia fue, en el decenio 1796-1804, de 28.000.000 anuales28. Se concluye que, por lo menos, más de un cuarto del comercio importador de la colonia estaba constituido por esclavos. Esta es otra característica importante que muestra el carácter de la economía colonial: el esclavo negro representa sobre todo el azúcar, el algodón y el oro, que son los géneros que se exportan.

Pasemos al comercio interno, que nos proporcionará más detalles sobre la esencia de la organización colonial. No tenemos muchos datos. Su interés era subsidiario, y pequeño, y los contemporáneos nos dejaron poca información. Podemos observar, con total seguridad, que su movimiento principal se compone de mercaderías destinadas, en última instancia, a la exportación o de otras que provienen de la importación. Son los géneros que circulan desde el lugar de producción y de las manos del productor hacia los puertos de embarque y las casas exportadoras; y las mercaderías extranjeras que se distribuyen desde aquellos puertos hacia el resto del país que constituyen su mayor volumen.

Contamos con pocos datos estadísticos, que siempre son bastante incompletos, pero gracias a lo que sabemos por la información que manejamos, aunque no vaya acompañada de números, nuestra conclusión se impone29. Todo se resume, casi exclusivamente, al comercio de abastecimiento de los grandes centros urbanos, ya que las poblaciones y establecimientos rurales son, en su mayoría, autónomos. Lo mismo sucede con las pequeñas aglomeraciones, integradas generalmente por habitantes del campo que sólo las visitan los domingos y días de fiesta, tema que trataré en el próximo capítulo.

Los géneros que estas personas no producen y buscan en el comercio son las mercaderías importadas del exterior: hierro, sal y manufacturas. De esta forma, el comercio interno, sin incluir al sector que analizamos arriba y que deriva del externo, sólo tiene una presencia importante en la convergencia de géneros de subsistencia para los grandes centros urbanos. En este sentido, estudiamos el papel que representan algunas regiones; y eso provoca un comercio de cabotaje más o menos importante a lo largo de toda la costa brasileña, que se dirige hacia las grandes ciudades y puertos del litoral. Incluso, he notado determinada insuficiencia en el abastecimiento que, en general, produce una gran carencia en aquellas ciudades.

Lo que realmente vale la pena destacar en este terreno es el comercio de ganado. Este sí es importante en el intercambio interno de la colonia. Ya expliqué algunos temas sobre ganadería, indiqué las distintas regiones abastecedoras y consumidoras, respectivamente. Se analizarán aún las rutas que sigue el ganado, formando esa gran tela de relaciones terrestres que cubren la parte poblada del territorio colonial, de norte a sur y de este a oeste, entrelazando a la población brasileña, que de otra forma permanecería segmentada en núcleos dispersos. Por eso la actividad ganadera cumple un papel tan importante para la unidad del país, en su formación y evolución.

En paralelo al comercio de ganado, y casi diametralmente opuesto, se desarrolla su sustituto, que es la carne seca del Norte y el charqui de Rio Grande; este, como ya vimos, reemplazó casi completamente a aquella. El comercio de charqui, aunque abultado, es muy simple y no tiene complicaciones, ya que todo su transporte se realiza por vía marítima. De esta forma, existe un único productor y se distribuye más o menos exclusivamente por el litoral. El interior de la colonia no lo consume, porque cuenta con una producción local y propia de carne más accesible (…).

ORGANIZACIÓN SOCIAL

Naturalmente, lo que ante todo y sobre todo caracteriza a la sociedad brasileña de principios de siglo XIX es la esclavitud. En todo lugar donde encontramos esta institución, aquí como en otras partes, ninguna otra ejerce una influencia tan importante en el papel que representa en todos los sectores de la vida social. Organización económica, patrones materiales y morales, nada hay que la presencia del trabajo servil, cuando alcanza las proporciones de las que fuimos testigos, deje intacto; y eso de un modo profundo, sea directamente, sea en sus repercusiones remotas. No insistiré aquí sobre la influencia material y moral de la esclavitud en su carácter general, lo que la historia y la sociología ya registró tantas veces, en el tiempo y en el espacio.

La literatura sobre el asunto es amplia y nada podríamos agregar sin repisar materia hartamente debatida y conocida. Me centraré apenas en lo que es más peculiar en nuestro caso. Porque la esclavitud brasileña tiene características propias; no obstante, las más sobresalientes, las tenemos en común con todas las colonias de los trópicos americanos, nuestras semejantes; y son tales características, tal vez más todavía que otras comunes a la esclavitud en general, las que modelaron la sociedad brasileña.

La esclavitud americana no se relaciona, en el sentido histórico, con ninguna de las formas de trabajo servil que vienen, en la civilización occidental, del mundo antiguo o de los siglos que le siguen; deriva de un orden de acontecimientos que se inaugura en el siglo XV con los grandes descubrimientos ultramarinos; y pertenece enteramente a éste. Ya noté más arriba, incidentalmente, que el trabajo servil, habiendo adquirido en el mundo antiguo considerables proporciones, declinara en seguida, atenuándose en éste, su derivado que fue el siervo de la gleba, para finalmente extinguirse por completo en casi toda la civilización occidental. Con el descubrimiento de América, renace de las cenizas con un vigor extraordinario. Esta circunstancia precisa ser particularmente resaltada. El hecho de tratarse, en el caso de la esclavitud americana, del renacimiento de una institución que parecía abolida para siempre en occidente, tiene una importancia capital. De este hecho derivan un conjunto de consecuencias que harán de la institución servil, aquí en América, un proceso original y propio, con repercusiones que se podrán evaluar solamente vistas desde tal ángulo.

Resalta esto de la comparación que podemos hacer de aquellos dos momentos históricos de la esclavitud: el mundo antiguo y el moderno. En el primero, con el papel inmenso que representa, el esclavo no es sino la resultante de un proceso evolutivo natural, cuyas raíces se extienden a un pasado remoto; encajando por eso perfectamente en la estructura material y en la fisionomía moral de la sociedad antigua. Aparece en ella de un modo tan espontáneo y, así mismo, tan necesario y justificable como cualquier otro elemento constituyente de aquella sociedad. Es en este sentido que puede comprenderse la tan citada y debatida posición esclavista de un filósofo como Aristóteles que, más allá de la apreciación que pueda hacerse de él como pensador, representa al mismo tiempo, en sus más elevados valores, el modo de sentir y pensar de una época. La esclavitud en Grecia o en Roma sería como el asalariado en nuestros días: aunque discutida y seriamente cuestionada en su legitimidad por algunos, así y todo aparece a los ojos del conjunto como cosa predestinada, necesaria e insustituible.

Algo distinto ocurrirá con la esclavitud moderna, que es la nuestra. Nace repentinamente, no se liga a ningún pasado o tradición. Restaura una institución justamente cuando esta ya había perdido su razón de ser, reemplazada por otras formas de trabajo más evolucionadas. Surge así como un cuerpo extraño que se insinúa en la estructura de la civilización occidental, en la que ya no cabía. Y viene a contrariar todos los patrones morales y materiales establecidos. Trae una revolución, pero nada la prepara, ¿cómo se explica entonces? Nada más particular, mezquino, unilateral. En vez de brotar, como la esclavitud del mundo antiguo, de todo el conjunto de la vida social, material y moral, no será más que un recurso oportuno del que echarán mano los países de Europa con el fin de explotar comercialmente los vastos territorios y riquezas del nuevo mundo.

Es cierto que la esclavitud americana tuvo su precursor inmediato en la Península, el cautiverio de los moros e, inmediatamente después, de los negros africanos, que las primeras expediciones ultramarinas de los portugueses trajeron a la metrópoli como presas de guerra o fruto de rescates. Pero no fue esto más que un primer paso, preludio y preparación del gran drama que se trasladaría a la otra orilla del Atlántico. Es ahí donde verdaderamente renacerá, en proporciones que ni el mundo antiguo conociera, esta institución ya condenada y prácticamente abolida.

Por ese recurso del que graciosamente echó mano, pagará Europa un pesado tributo. Podemos repetir el concepto que expresa a propósito John Kellis Ingram30: “Not long after the disapearence of serfdom in the post advanced communities, comes into sight the modern system of colonial slavery, wich, instead of being the spontaneous outgrowth of social necessities, and subserving temporary needs of human development, was politically as well as morally monstrous aberration”31. No es en un terreno de “moral absoluta” donde debemos colocarnos para hacer un juicio sobre la esclavitud moderna. Sin pensar en la devastación que provocará, tanto en las poblaciones indígenas de América como en las del continente negro, lo que más gravemente determinará entre los pueblos colonizadores y sobre todo en sus colonias del nuevo mundo es el hecho de que la nueva esclavitud no vendrá acompañada, al contrario de lo que ocurriera en el mundo antiguo, de cualquier elemento constructivo que no sea en un aspecto restricto, puramente material, de la realización de la empresa comercial: un negocio apenas, aunque con buenos provechos para sus emprendedores.

Y por eso, para un objetivo tan unilateral, los pueblos de Europa dejaron de lado todos los principios y normas esenciales en los que se fundaba su civilización y cultura. Esto representó, con el correr del tiempo, degradación y disolución, con manifestaciones que finalmente se verán en el propio terreno del progreso y de la prosperidad material, que no se pudo apreciar ni evaluar bien, ni cabe aquí abordar ahora. Pero será este uno de los principales factores del naufragio doloroso de ambas naciones de la civilización ibérica. Fueron estas las que más se comprometieron en aquel camino y serán ellas también sus principales víctimas32.

Mucho más grave, sin embargo, fue la esclavitud en las nacientes colonias americanas, que se forman en este ambiente deletéreo que ella determina. El trabajo servil será la llave maestra de su estructura, el cimiento en el que se juntarán las piezas que las constituyen. Ofrecerán por eso un triste espectáculo humano y, el ejemplo de Brasil, que vamos a delinear aquí, se repite de modo idéntico en todas ellas.(…)

¿Qué les esperaba ahí? La esclavitud en su peor carácter, el hombre reducido a su más simple expresión, poco sino nada más que lo irracional. “Instrumento vivo de trabajo”, lo llamará Perdigão Malheiro33. Nada más se quería de él y nada más se pidió y obtuvo que su fuerza bruta, material. Esfuerzo muscular primario, bajo la dirección del azote del capataz. De la mujer, además, la pasividad de la fémina en la cópula. En uno y en otro caso, apenas el acto físico, con exclusión de cualquier otro elemento o concurso moral. La “animalidad” del hombre, no su “humanidad”.

La contribución del esclavo indio o negro en la formación brasileña es, más allá de aquella energía motriz, casi nula. No es que dejase de colaborar y mucho, en nuestra “cultura”, en el sentido amplio en el que la antropología emplea esta expresión, pero es más una contribución pasiva, que resulta del simple hecho de su presencia y de la considerable difusión de su sangre, que una intervención activa y constructora. El capital de la cultura que trae consigo de la selva americana o africana, y que no quisiera yo subestimar, es ahogado, sino aniquilado y deturpado por el estatuto social, material y moral al que se ve reducido su portador. Y aparece por eso apenas tímidamente aquí y allá. Actúa más como una influencia corrupta de la otra cultura, la del señor blanco, que se le sobrepone34.

Debido a esta pasividad de las culturas negras e indígenas en Brasil, el blanco se impuso y predominó incontestablemente, aunque representara una cantidad muy reducida en relación con las otras razas. El negro y el indígena podrían haber tenido ciertamente otro papel en la formación brasileña, un papel amplio y fecundo, si otro hubiese sido el rumbo dado a la colonización; si se hubiese buscado en ellos, o aceptado una colaboración menos unilateral y más grande que la del simple esfuerzo físico.

Sin embargo, la colonización brasileña se procesa en un plano estrecho, no hubo otro objetivo que el de utilizar los recursos naturales de su territorio para la producción extensiva y precipitada de un pequeño número de bienes con alta remuneración en el mercado internacional. Nunca se desvió de tal rumbo, fijado desde el primer momento de la conquista. Parece que no había tiempo que perder, ni sobraban las atenciones para las empresas más presentes, estables, ponderadas. Solamente se vislumbraba una perspectiva: la remuneración harta del capital que Europa había invertido aquí. La tierra no se explotaba y sus recursos, que se acumularon durante siglos, yacían a flor del suelo. El trabajo para obtenerlos no exigía grandes planes, ni imponía problemas complejos: bastaba el más simple esfuerzo material. Es lo que se exigió del negro y del indio que se incumbirían en la tarea.

En paralelo a esta contribución, que se impuso a las razas dominadas, surge otra, que es un subproducto de la esclavitud muy aprovechado: las fáciles caricias de las esclavas para la satisfacción de las necesidades sexuales del colono privado de mujeres de su raza y categoría. Ambas funciones se aprovechan del punto de vista moral y humano, y ambas excluyen, por la forma como se practicaron, todo lo que el negro o el indio podrían haber proporcionado como valor positivo y constructor de cultura.

Una última circunstancia diferencia y caracteriza a la esclavitud americana: es la diferencia profunda de razas que separa a los esclavos de sus señores. En algunas partes de América esta diferencia constituyó, como se sabe, un obstáculo insalvable a la aproximación de las clases y los individuos, y reforzó por eso, considerablemente la rigidez de una estructura que el sistema social, en sí, ya volvía tan estanca internamente. Pero no me ocuparé de estas colonias, porque entre nosotros la aproximación se realizó y, como ya señalé en otro capítulo, de forma apreciable.

Sin embargo, dentro de los límites que no son amplios, por lo menos hasta el momento histórico que nos interesa aquí, existió siempre un fuerte prejuicio discriminador de las razas que, si era tolerante y muchas veces se dejaba eludir, dejando de lado las señales más sensibles del origen racial de los individuos mestizos, no por eso se dejó de existir. De forma muy marcada, creó obstáculos muy serios a la integración racial de la sociedad colonial en su conjunto.

No discutiré aquí el prejuicio de raza y de color, ni su origen; si está relacionado o no a ciertos caracteres psicológicos innatos de orden estético u otros, o si son apenas fruto de situaciones y condiciones sociales particulares. El hecho incontestable, aceptándose cualquiera de aquellos puntos de vista, es que la diferencia de raza, sobre todo cuando se manifiesta en caracteres somáticos bien sobresalientes, como el color, vienen, si no a provocar –que se puede poner en duda, y a mi modo de ver es incontestable–, por lo menos a agravar la discriminación ya practicada en el terreno social. Y esto se debe a la diferencia social. Marca al individuo, y contribuye a reforzar las barreras que separan las clases. La aproximación y fusión se vuelven más difíciles, y se acentúa el predominio de una sobre otra.

Esto no excluye, y sabemos que no lo ha hecho entre nosotros, una apreciable circulación intrasocial, que permitió aquí la elevación a posiciones destacadas, aún en las colonias, de individuos de indiscutible origen negro. Indios también, está claro, pero el caso es mucho menos destacable, porque el prejuicio no fue en este caso excesivamente riguroso, como en el caso del africano. Aunque se aceptaba el ascenso social, no se eliminaba el prejuicio. Se lo esquivaba con un sofisma que ya mencioné más arriba, la idea de un “blanqueamiento” aceptado y reconocido. Se aceptaba una situación creada por la excepcional capacidad de elevación de un mestizo particularmente bien dotado, pero se mantenía el prejuicio. Más allá de esta elevación social de los individuos de origen negro, sólo se admitía a los de tez más clara, los blancuzcos, en los que el sofisma del blanqueamiento no resultase demasiado grosero.

El negro o el mulato35 oscuro no podían abrigar ninguna esperanza, por mejores que fuesen sus aptitudes: se inscribía en él, indeleblemente, el estigma de una raza que a fuerza de mantenerse en los ínfimos escalones de la escala social, acabó confundiéndose con ellos. “Negro” u “oscuro” son en la colonia, y lo serán todavía por mucho tiempo, términos peyorativos, se emplean inclusive como sinónimos de esclavo. Y el individuo de aquel color, aun cuando no lo es, es tratado como tal. Con respecto a esto, Luccock señala un caso ilustrativo. Una vez necesita la ayuda de dos negros libres que se encontraban en su compañía. Como se resistían, los fuerza con el auxilio de otras personas, a responder a su pedido. Afirma que así lo hizo, impulsado por las contingencias extremas. Sin embargo, los brasileños que lo ayudaron no compartieron sus escrúpulos, pero actuaron con la mayor naturalidad, como si hicieran uso de un derecho indiscutible36.

El papel de la discriminación por color en la discriminación de clases y en el trato recíproco que se dispensan también se refleja en los usos y costumbres legales. Perdigão Malheiro señala que en las subastas de esclavos, las ofertas “por el bien de la libertad” –son aquellas hechas con la promesa de liberación– excluían cualquier otra oferta, en el caso de los esclavos claros, una norma absoluta37. El autor agrega que existía una fuerte repugnancia contra la esclavitud entre las personas de color claro. Y llega a la exageración de concluir que si no fuera por la piel oscura de los esclavos, la costumbre brasileña no toleraría más el cautiverio.

Claro que escribía esto en 1867, cuando la esclavitud había perdido mucha fuerza moral. Los conceptos citados parten de un escritor que apoya la causa de la libertad, cuyo libro principal es un discurso a favor de ella. Intenta demostrar que el simple color actúa en el sentido de rebajar a los individuos a la raza dominada. Se puede apreciar cómo era de dura y áspera la esclavitud cuando, además de la discriminación social, se le agregaba el prejuicio por el color.

En suma, debido a todo lo que acabamos de analizar, se verifica que durante la esclavitud como se establece en América, en particular en Brasil, ocurren circunstancias especiales que acentúan sus caracteres negativos, y agravan los factores moralmente corruptores y deprimentes que ella, por sí sola, ya encierra. Incorporó a la colonia, aún en sus primeros momentos, y en proporciones aplastantes, un contingente extraño y heterogéneo de razas que limitaban el estado de barbarie y que, en contacto con la cultura superior de sus dominadores se bastardearon por completo. Lo incorporaron de golpe, sin ningún estadio preparatorio.

En el caso del indígena, por lo menos existió la educación jesuítica y de otras órdenes que, con todos sus defectos, proporcionó alguna preparación. Sin embargo, después de su expulsión, hecho que quebró notablemente la obra misionera, pues las demás órdenes no supieron o no pudieron continuar, el estatuto de los indios había cambiado. Aunque lejos de corresponder a lo que debería haber sido la legislación vigente, y cuyas intenciones eran justamente amparar y educar a este salvaje que se quería integrar en la colonización, todavía contribuyó para mantener al indígena alejado de las formas más deprimentes de la esclavitud; y si no le proporcionó grandes ventajas y progresos materiales, le concedió un mínimo de protección y de estímulo.

Pero para el negro africano nada de eso ocurrió. Las órdenes religiosas, solícitas en proteger al indio, fueron las primeras en aceptar y aún en promover la esclavitud africana, a fin de que los colonos necesitados de esclavos les dejasen libres los movimientos en el sector indígena. El negro no tuvo en Brasil la protección de nadie. Verdadero “paria” social, ningún gesto se esbozó a su favor. Y si es cierto que las costumbres y la propia legislación fueron más benignas en su brutalidad esclavista de lo que fueron en otras colonias americanas, aquello no impidió que el negro fuera aquí tratado con el mayor descuido en lo que se refiere a su formación moral e intelectual, y preparación para la sociedad que a la fuerza lo incluyera. Estas no iban más allá del bautismo y algunas rudimentarias nociones de religión católica, más memorizadas que aprendidas, y que sólo alcanzaron para formar, con sus creencias y supersticiones nativas, esa amalgama pintoresca, pero profundamente corrompida, incoherente e ínfima como valor cultural que, bajo el nombre de “catolicismo” –aunque de él solo conserva el nombre–, constituye la verdadera religión de millones de brasileños; y que en sus caracteres extremos, Quirino, Nina Rodriguez, y más recientemente Artur Ramos trajeran a la luz, desde las sombras en que un hipócrita y absurdo pudor la habían mantenido.

VIDA SOCIAL Y POLÍTICA

Ahora contamos con los elementos para realizar una conclusión sobre la vida social de la colonia, conclusiones que nos proporcionarán un aspecto general sobre esta vida y otro aspecto de conjunto que presenta la obra de la colonización portuguesa en Brasil. Observamos, en sus diferentes aspectos, esta heterogénea aglomeración de razas que, por casualidad, unió aquí la colonización, sin otro objetivo que el de realizar una vasta empresa comercial. A favor de ella contribuyeron, dependiendo de sus circunstancias y exigencias, europeos blancos, negros africanos e indígenas del continente. Tres razas y culturas totalmente diferentes. Dos de ellas, semibárbaras en su estado natural, y cuyas aptitudes culturales originarias fueron sofocadas, ofrecieron el mayor contingente; estas razas se agruparon a la fuerza y se incorporaron a la colonización a través de la violencia, y para eso no se les ofreció ni la más mínima preparación ni educación para que aprendieran a convivir en una sociedad que les era muy ajena; donde su única escuela, casi siempre, fue la sementera y la senzala.

En esta población así constituida originalmente –en que este proceso de formación se ha perpetuado y mantenido hasta este momento–, era de esperar sin equívocos que se caracterizara por la ausencia de nexo moral. Las razas e individuos frágilmente unidos no se funden en un grupo homogéneo, se yuxtaponen unos con otros, constituyen unidades y grupos incoherentes que apenas coexisten y se relacionan. Los lazos más fuertes que mantienen la integridad social no serán otros que los vínculos humanos primarios más rudimentales, que son el resultado directo e inmediato de las relaciones de trabajo y producción, en particular, la subordinación del esclavo o del semiesclavo a su señor.

Habrá muy pocos elementos nuevos que se incorporarán a esta base original de la sociedad brasileña, cuya trama quedará así reducida, casi exclusivamente, a los tenues y breves lazos que resultan del trabajo servil. En este sentido, Alberto Torres, en una aparente paradoja que escandaliza a sus contemporáneos, eleva su voz para hacer una apología, no como esclavista, sino por primera vez como sociólogo del régimen servil38.

Para constatar el acierto de esta observación, nos basta con comparar los sectores de la vida colonial en los que, respectivamente, domina una u otra forma de trabajo, esclavo o libre. A la organización del primero, a su sólida y acabada estructura y cohesión, corresponderá la dispersión e incoherencia del segundo. Vimos estos dos aspectos de la sociedad colonial: por un lado el esclavo relacionado con su señor, ambos integrados en esta célula orgánica que es el “clan” patriarcal del que aquel lazo forma la textura principal; y por el otro, el inmenso e inorgánico sector de las poblaciones desarraigadas, que fluctúan sin una base alrededor de la sociedad colonial organizada. Sólo algunos pequeños grupos se unen a ella, y adquieren, de esta forma, las únicas características de organización que presentan. En suma, se puede caer en la tentación de generalizar más aún el concepto de Alberto Torres, y considerar que la esclavitud es el únicoelemento real y sólido de organización que posee la colonia.

De cualquier manera, el análisis de la sociedad colonial requiere un desdoblamiento de la investigación. Cualquier generalización que incluya a estas dos situaciones tan distintas correrá el riesgo de producir considerables errores de apreciación. Para comprender en su conjunto los lazos que mantienen su cohesión y que componen su trama, tenemos que ver de qué manera esta sociedad se constituye: por un núcleo central organizado, cuyo elemento principal es la esclavitud; y alrededor de este núcleo, o disponiéndose en los grandes vacíos que en él se abren, y padeciendo, en muchos casos, la influencia de la proximidad, una nebulosa social incoherente e inconexa.

No necesito destacar, una vez más, el papel que cumple la esclavitud en aquel primer sector, el orgánico de la sociedad colonial. Pero debemos agregar aquí el carácter primario de las relaciones sociales que se establecieron a partir de la esclavitud, y de aquello con lo que ella se constituye. Es primario en el sentido de que no se destacan del terreno puramente material en el que se forman; hay una ausencia casi completa de la superestructura, se podría decir para emplear una expresión que se popularizó. En realidad, la esclavitud, en las dos funciones que ejercerá en la sociedad colonial, el factor trabajo y el factor sexual, determinará únicamente las relaciones elementales y muy simples. El trabajo esclavo nunca irá más allá de su punto de partida: el esfuerzo físico forzado; no educará al individuo, ni lo preparará para un plano de la vida humana más elevado. No le proporcionará elementos morales; sino que, al contrario, lo degradará, y eliminará el bagaje cultural que por ventura hubiese traído de su estado primitivo. Las relaciones serviles son y seguirán siendo relaciones puramente materiales de trabajo y producción, y no le aportarán nada o casi nada al complejo cultural de la colonia.

La otra función del esclavo, más que nada de la mujer esclava, instrumento de satisfacción de las necesidades sexuales de sus señores y dominadores, cumplió igualmente un papel elemental. El contacto sexual no pasará del nivel primario y puramente animal, sólo se aproxima de forma muy remota a la esfera humana del amor, donde el acto sexual involucra un complejo de emociones y sentimientos tan amplios que dejan en un segundo plano al acto mismo que lo originó39.

En algunos otros sectores, la esclavitud fue más fecunda. Destaquemos la “buena figura del ama negra” —según la expresión de Gilberto Freyre— que rodea la cuna del niño brasileño en una atmósfera de bondad y ternura que no es un factor de menor importancia en el surgimiento del sentimentalismo, tan característico de la índole brasileña, y que si por un lado enternece al individuo y lo desampara ante los embates de la vida –sin duda, así surge gran parte de la deficiente educación brasileña– por otro lado, contribuye a quebrar la rudeza y la brutalidad propias de una sociedad que está naciendo.

Pero aquí, como en muchos casos semejantes, es necesario distinguir entre el papel del esclavo y el del negro, una idea que Gilberto Freyre señaló acertadamente. La distinción es difícil: ambas figuras se confunden en el mismo individuo, y la contribución del segundo se realiza, casi siempre, a través del primero. Pero no es una tarea imposible, y, de forma general, se concluye que si el negro trajo algo positivo, esto fue aniquilado en la mayor parte de los casos, y se tergiversó en casi todos los demás. Es el esclavo quien protagoniza el escenario, permitiendo que el negro aparezca apenas en raras oportunidades. Ya señalé antes que el papel del africano habría sido muy diferente en la formación cultural de la colonia si se le hubiera concedido, por lo menos, una mínima oportunidad para que desarrollara sus aptitudes naturales. Pero la esclavitud, como se practicó en la colonia, lo esterilizó, y al mismo tiempo que le amputó la mayor parte de sus cualidades, le aguzó elementos corruptores, o que así se volvieron ante esta situación.(…)

En suma, la esclavitud y las relaciones que derivan de ella, si bien constituyeron la base del único sector organizado de la sociedad colonial, y por eso le permitieron a esta mantenerse y desarrollarse, no dejan de ser un plan muy inferior, y no fructifican en una superestructura amplia y compleja. Apenas sirvieron, de forma momentánea, para mantener el nexo social de la colonia. En el otro sector de la colonia, que se mantiene al margen de la esclavitud, la situación se presenta, en determinado sentido, peor. Allí la regla es la desorganización. Anteriormente vimos qué es lo que su origen nos ayuda a prever: aquella parte de la población que integra y vegeta al margen de la vida colonial, no es sino un derivado de la esclavitud, o directamente, la sustituye donde un sistema organizado de vida económica y social no se puede constituir ni mantener.

En el caso de este sector, ni siquiera se puede hablar de “estructura” social, porque se caracteriza por la inestabilidad e incoherencia, tendiendo en todos los casos a estas formas extremas de disgregación social, tan evidentes y características de la vida brasileña, como señalé en otro capítulo40: el vagabundeo y la caboclización41.

Es esto en resumen lo que el observador encontrará, esencialmente, en la sociedad colonial: por un lado una organización estéril en las relaciones sociales de nivel superior; por otro lado, un estado, o mejor dicho, un proceso de disgregación más o menos adelantado, según el caso, resultante o reflejo del primero, y que se extiende de forma progresiva. Nótese, antes de seguir adelante, y revisando un asunto ya mencionado, que algunos aspectos corresponden, en el terreno económico, a los dos sectores que encontramos aquí: por un lado la agricultura en grandes extensiones de tierra y la minería, y por otro lado las otras actividades que agrupé en la categoría general como “economía de subsistencia”. Esta observación es importante porque confirma, una vez más, algo que ya dijimos sobre las características de la economía brasileña dedicada, esencialmente, a la producción de algunos géneros que se pueden exportar. Este es su carácter unilateral que se revela aquí sensiblemente, mostrando la precariedad de todo lo que sale del estrecho círculo de esta particular forma de actividad productora. (…)

Hay que tener aún en cuenta determinada uniformidad de “actitudes”, empleemos esta expresión amplia, que caracteriza al conjunto colonial y sus distintas partes. Una uniformidad de sentimientos, de usos, de creencias, de lengua. De cultura,en una palabra. Ella serviría, y de hecho sirvió como base moral y psicológica para la formación de Brasil como nación, y le proporcionó la unidad nacional ya concretada en la geografía y en la tradición. Pero en este sentido, ella se afirmará posteriormente, en oposición a la metrópoli y más tarde a las otras naciones extranjeras. Es más que nada un problema político, y no representa en este momento para el tema especial que ahora nos ocupa, una contribución interesante en la trama de la sociedad colonial. Aquella oposición aún no representa el papel social, sino el político.

Caractericemos ahora, más de cerca, la vida colonial y las relaciones que se encuentran en ella. Toda la sociedad organizada se funda precipuamente en la reglamentación, sin importar la complejidad posterior que resultará de ella, de los dos instintos primarios del hombre: el económico y el sexual. Esto no pretende ser una afirmación de principio, inaceptable en nuestro tema, sino que servirá únicamente como hilo conductor para el análisis que vamos a realizar de las relaciones fundamentales que se establecen en el seno de la sociedad colonial. En la primera categoría, el elemento que definirá, y en la base del cual se formarán aquellas relaciones, es el trabajo, tomado aquí en un sentido más amplio y general de actividad que proporciona al individuo sus medios de subsistencia. En la otra, el contenido serán las relaciones que se establecen entre los sexos opuestos y las que aparecen luego: las relaciones de familia,en suma.

En relación al trabajo, ya vimos antes algunos detalles que servirán para caracterizar los lazos que derivan de él. Como el efecto deprimente que el régimen servil ejerce sobre él. Hay otro que es casi tan importante: el estímulo a la ociosidad, que para los señores resulta del trabajo totalmente realizado por los esclavos. Esta es una actitud psicológica muy conocida y aquí nos detendremos. Algunos efectos de la esclavitud se agregarán para hacer o evitar cualquier actividad. La indolencia, el ocio en casos extremos, y una actividad siempre atrasada, una flojera general y un mínimo dispendio de energía se expandirán hacia el conjunto de la sociedad colonial. Todo se basará, exclusivamente, en el trabajo forzado y no consentido impuesto a la servidumbre; sacando esto, la actividad colonial es casi nula. Donde no existe la obligación sancionada por el azote, el cepo y otros instrumentos inventados para doblegar la voluntad humana, ella desaparece. Una prueba de esto es que, a pesar de la escuela en la cual se formaron, los esclavos libertos, en general, se transformarán en vagabundos.

En el caso de las actividades de naturaleza física, esta es la regla prácticamente universal: ningún hombre libre se rebaja a emplear sus músculos en el trabajo. Hay una anécdota de Luccock que ilustra bien este caso: fue a buscar a un herrero para contratar sus servicios, este lo hizo esperar bastante con la expectativa de encontrar a un negro de serviciopara transportar su herramienta de trabajo, porque cargarla por las calles de la ciudad no era una ocupación digna para un hombre libre42. Las otras funciones siempre se practican con un mínimo de energía. La lentitud y la economía de esfuerzos representaban, a cada paso, la desesperación de los enérgicos europeos que nos visitaban.

Solo encontramos más actividad en un sector: el de los colonos más recientes y aún no contaminados por el ejemplo del país; como es el caso de los oriundos del Reino que venían acá a “hacer la América”, ávidos de ganancia, dispuestos a todo y educados en una escuela de trabajo y ambición muy diferente a la de los brasileños. Ellos representan, junto con los esclavos, los únicos elementos realmente activos de la colonia. En un interesante ensayo sobre las causas de la Independencia, escrito en 1823 y dedicado al soberano portugués, Francisco Sierra y Mariscal analiza claramente este abismo en la concepción y actitud que separa a los brasileños de los portugueses inmigrantes. Los portugueses, que llegaron a Brasil con las manos vacías, escribirá Mariscal, “no hay nada a lo que no se sujeten, y con economía y trabajo llegan a tener un gran patrimonio”; el brasileño, que nació en la abundancia, “el orgullo se apodera de él y siempre es más fuerte que los medios utilizados para sustentarse… no conoce el trabajo ni la economía… y cuando llega al estado viril es pobre”, porque, concluye nuestro autor con mucha lógica, “no hay capital que alcance para quien gasta mucho y no gana nada”43.

Esta es la actitud de la gran mayoría, casi de la totalidad de la colonia en relación al trabajo, de generalizada que es, y mantenida a través del tiempo, terminará, naturalmente, por integrarse a la psicología colectiva como un aspecto profundo y muy establecido del carácter brasileño. La pereza y el ocio, aquí en Brasil, “se adhiere como visco”, dirá Vilhena. Pero si la esclavitud, en sus varias repercusiones, es la responsable principal por esto, hay otras cuestiones en segundo plano que también cumplen un papel importante. El principal de ellos es la contribución de la sangre indígena, que como sabemos es determinante. La indolencia del indio brasileño se volvió proverbial y, de cierto modo, la observación es exacta. Se comete un error al atribuírsela a no se sabe qué “caracteres innatos” del salvaje. En su vida nativa, incluso en la civilizada, cuando se empeña en tareas que conoce, y sobre todo cuyo alcance comprende, el salvaje brasileño es tan activo como los individuos de cualquier otra raza. Puede ser indolente – y sólo eso veía y juzgaba el interesado colono –, cuando puesto en un medio extraño, fundamentalmente distinto al suyo, donde era obligado a realizar una actividad metódica, sedentaria y organizada según modelos que no comprendía. Donde hasta los estímulos no dicen nada a sus instintos: la ganancia, la participación en bienes, los placeres que para él no son ni bienes ni placeres. No hubo nada más ridículo en el sistema de educación de los indios que esto de intentar llevarlos por tales incentivos, modelados según el hábito europeo y extraño a sus gustos44.

Sea como sea, el indio, y con él sus descendientes más o menos mestizados, pero formados en su escuela, y que constituyen una parte muy importante de la población colonial, tienen como característica dominante, para todos los efectos de la colonización, “la falta completa y absoluta de energía y acción”45. Y esta es una de las principales razones por las que las regiones donde ellos formaron contingentes muy grandes nunca lograron más que vegetar. El gobernador de Pará, Don Francisco de Sousa Coutinho, le escribió desanimado a la metrópolis, luego de tres años de gobierno: “El enemigo más poderoso de estos habitantes y la causa más fuerte de su atraso es, entre muchas otras cosas, su pereza”46.

A la influencia de la sangre indígena como factor de la indolencia, hay que agregar esta causa general que es el sistema económico de la colonia, tan retraído de oportunidades, y de perspectivas tan mezquinas. Este no fue un ambiente propicio para estimular la energía y las actividades de los individuos, ni una escuela que incentivara el trabajo.

Todo esto dará como resultado que la colonia, en su conjunto, se caracterice por una inercia general. Flota en la atmósfera en la que la población colonial se mueve, y más que nada “descansa”, un virus generalizado de pereza, de flojera que, con raras excepciones, involucra a todos. El aspecto de Brasil es el de estancamiento. Saint-Hilaire, luego de largas peregrinaciones y de una permanencia de muchos años en contacto íntimo con la vida del país, no esconderá su admiración, y por eso elogiará calurosamente a los habitantes de Itu y de Sorocaba (Estado de San Paulo), porque allí encontró… un juegode pelota; en el estado de espíritu en el que se encontraba, y teniendo en manos lo que presenció hasta entonces, esto constituía una “prueba” de energía47. Hasta en sus placeres y entretenimientos, la población colonial es apática48. Paulo Prado se olvidó de incluir a esta apatía entre los factores de la tristeza brasileña, que no proviene sólo de la lujuria y de la codicia, sino sobre todo de una inactividad sistemática, que termina apoderándose del individuo por completo, consumiéndole hasta la energía para reír y divertirse49.

¿Y qué decir, en estas condiciones, sobre el aspecto económico de la colonia? No puede dejar de ser, y fue efectivamente, una lástima. Porque sacando el trabajo forzado y mal realizado del esclavo, este no va más allá de lo estrictamente necesario para no perecer en la miseria. Y esto explica suficientemente, a la par de las condiciones generales de la economía que ya señalé, y que son la causa indirecta de todo esto que estamos viendo, el bajo, el ínfimo patrón de vida de la población colonial, su pobreza, sin excluir a las clases más favorecidas. Vilhena dice que Brasil en su conjunto, a pesar de sus recursos naturales, es la “residencia de la pobreza”. Y a los habitantes de Bahía – la segunda, o quizá la primera ciudad de la colonia en riqueza –, el autor los llamará “congregación de pobres”, a excepción de los grandes comerciantes y de algunos señores de ingenio y labradores “suntuosos”, que además lo único propio que tienen es su apariencia de ricos50.

Veamos el segundo grupo de relaciones sociales que señalé antes, las que derivan mediata o inmediatamente de los impulsos sexuales de los individuos. Sobre las costumbres del Brasil colonial, en particular, existe una documentación abundante que genera el desánimo del investigador que está obligado a elegir. El descontrol alcanza tales proporciones y se disemina de tal forma, que retorna debajo de la pluma de cada observador de la vida colonial, por más desprevenido que sea. La causa primera y más profunda de este estado de cosas es en realidad, y ya mencioné el asunto accidentalmente, la forma como se llevó a cabo, en la mayoría de los casos, la emigración a Brasil. Sólo excepcionalmente, esta se realiza con grupos familiares constituidos, pues en la mayoría de los casos se concretiza con individuos aislados que vienen a intentar una aventura. Incluso los que tienen una familia, prefieren dejarla de lado y buscar una situación más definida y segura para el jefe que emigró. Es una espera que se extiende y se eterniza, porque el nuevo colono, aunque consolidado, terminará prefiriendo la facilidad de las costumbres que le proporcionan las mujeres sumisas de razas dominadas que se encuentran aquí, antes que las restricciones que su familia le ha impuesto. Y algunas veces se encontrará tan acostumbrado a esta vida que su mujer y sus hijos representarán un freno muy débil51.

A partir de esta base no familiar, hay otras circunstancias que refuerzan la irregularidad de las costumbres sexuales de la colonia. La esclavitud, la inestabilidad y la inseguridad económicas; todo contribuye a oponerse a la formación de la familia, en su expresión integral, de bases sólidas y estables. La formación brasileña, al contrario de lo que generalmente se afirma, no se llevó a cabo, salvo en algunos casos limitados y como veremos, deficientes, por las clases superiores de la “casa-grande”52, en un ambiente de familia. No es esto lo que ocurre con la masa de la población: ni con el colono recién llegado, ni con el esclavo; tal vez aún menos con esta parte de la población libre, económica y socialmente inestable que ya hemos analizado desde otros aspectos, y a la cual le falta una base sólida en la que asentar la constitución familiar53.

En relación a la “casa-grande”, es cierto que su núcleo es la familia, más que nada la familia del señor y sólo la suya (de la pequeña, de la minúscula minoría por consiguiente, y esto frecuentemente se olvida); en este sentido, es un ambiente familiar que rodea al hijo rico de la sociedad colonial, una excepción, en su conjunto, casi única; aquí hay que analizar bien el concepto de familia, que no se entiende apenas como una estructura exterior, sino como todo aquel complejo de normas, incluso de “atmósfera”, que concede a la familia, en nuestras sociedades, el gran papel de formador de los individuos y de su carácter. En este sentido, la casa-grande quedó muy por debajo de su misión.

Este sistema de vida conduce a la promiscuidad con los esclavos, y esclavos del más bajo contenido moral, a las facilidades que proporcionan las relaciones sexuales irregulares y sin moderación, a la indisciplina mal disfrazada por una hipócrita sumisión, puramente formal, ante el padre y jefe; todo esto transforma a la casa-grande en una escuela del vicio y del descontrol, donde los niños son educados desde la cuna, sin enseñanzas de formación moral54. En ese caso la familia pierde, casi por completo, sus virtudes; y en vez de ser lo que le concede una razón moral básica de existencia, disciplinadora de la vida sexual de los individuos, se transforma en lo contrario un campo abierto y amplio a la más desenfrenada vida sexual. Nótese que aquí no me coloco en el terreno de los sentimientos; no pretendo negar ni subestimar las reacciones emotivas y afectivas en las relaciones recíprocas entre hombre y mujer, o padre e hijo. Al contrario, de ellas sólo podría recriminar los excesos, causantes de las condescendencias y tolerancias sin límites que fueron responsables por la mala educación que recibieron las generaciones coloniales55. Pero no debemos analizar a la familia sólo desde este punto de vista; su contenido es más amplio que el de la simple esfera sentimental y afectiva. Y si en este punto la familia brasileña pecó por exceso, en todo lo demás se equivocó de forma lamentable. (…)

En una palabra, y para sintetizar el panorama de la sociedad colonial: incoherencia e inestabilidad en el poblamiento; pobreza y miseria en la economía; disolución de las costumbres; inercia y corrupción de los dirigentes laicos y eclesiásticos. A partir de este verdadero descalabro, esta ruina en la cual la colonia y su población mestiza se revuelcan, ¿existe vitalidad y capacidad renovadora?

En aquel tremendo desorden colonial se esbozaba una reacción. Fruto de las situaciones más variadas, como todas las reacciones que salen de lo más profundo, y generadas por tantos otros diferentes impulsos, esta se esbozaba y marcaba sus contornos. Un denominador común sumará e identificará a todas aquellas situaciones: el malestar generalizado que impregna, de arriba hacia abajo, la sociedad colonial y le niega su estabilidad y equilibrio. El malestar económico y social profundamente arraigado, que en el caso particular de cada individuo o grupo se explicará por esta o por otra circunstancia especial e inmediata, pero que derivará, en última instancia, de un motivo más fundamental y general: el propio sistema de colonización brasileña.

La colonización dio sus frutos cuando reunió en este territorio inmenso y casi desierto, en 300 años de esfuerzos, una población oriunda de tres continentes, y con ella formó, bien o mal, un conjunto social que se caracteriza e identifica por trazos propios e inconfundibles; cuando descubrió la tierra, exploró el territorio y allí se instaló su población; cuando finalmente envió a los mercados europeos, a través del océano, cajas de azúcar, rollos de tabaco, fardos de algodón, lingotes de oro y piedras preciosas. Hasta ese momento se construyó; pero al mismo tiempo, y a la par de esta construcción, se acumuló un pasivo considerable. No por “errores” relacionados con una apreciación moral o de capacidad, sino por contingencias que no tendrían que haber obviado, y que sólo con el tiempo se revelarían como vicios profundos y orgánicos: la rápida incorporación de razas y culturas tan diferentes entre sí, el trabajo servil, la dispersión del poblamiento, son algunos elementos que caracterizan a la colonización y la constituyen. Todo eso que en su momento había sido inevitable, necesario y por eso mismo “acertado”, revela ahora muy claramente, tres siglos después del inicio de la colonización, su lado negativo. Y es esto lo que vemos en el momento en el que abordamos nuestra historia: de ahí surge el aspecto de descomposición en el que se presenta ante nuestros ojos el sistema colonial brasileño.

Pero por lo bajo palpita otra vida, se esboza una transformación. Evidentemente no es posible, en un terreno de esta naturaleza, en esencia dinámico y no estático, fijar de forma rigurosa “momentos”; se trata de una situación que aún no existe, que no tiene un contenido propio, sino que es un estado latente que se revela gracias a algunos precursores sintomáticos, pero aislados. Estos hechos llegan de lejos, y existen, si se quiere, desde el inicio de la colonización. Y en rigor, podríamos descubrirlos en cualquier momento de nuestra evolución histórica. Es una diversión a la cual se han dedicado muchos historiadores. Si centramos nuestra atención en aquel período que se extiende por dos siglos que preceden inmediatamente al actual, y que por eso mismo elegí, vamos a encontrarlos más evidentes, claros y precisos. La descomposición del sistema colonial está en este momento más adelantada, los gérmenes de autodestrucción que contiene desde su inicio se definen ahora con más nitidez. Al mismo tiempo, las fuerzas renovadoras que actúan en su interior, y que son los mismos gérmenes vistos desde otro ángulo, comienzan a aparecer con más frecuencia y se pueden descubrir más fácilmente.

Ellas entonces ya señalan una situación nueva en su conjunto, diferente y opuesta al sistema colonial aún dominante; y que, aunque todavía no exista, comienza a surgir. Es muy difícil, sino imposible, caracterizarla en esta fase anterior a su aparición; ella no pasa de ser una reacción informe, incoherente y desconectada que apenas se revela por síntomas, distintas circunstancias exteriores, que a veces se contradicen. El historiador, al ocuparse de ella, se enfrenta al riesgo de tratar el asunto de forma anacrónica, es decir, como conoce la fase posterior en la que ocurre su desenlace y donde ella se define, proyecta esta fase en el pasado.

Y eso fue lo que sucedió no raras veces. Como el proceso que ahora nos ocupa concluye en la separación de la colonia de su metrópoli, en la Independencia, se buscan las manifestaciones en este sentido. Un simplismo lamentable, que no sólo restringe de forma considerable el objeto de la investigación, sino que la desvía de su verdadero sentido. El final de la escena, o mejor dicho, el primer gran acontecimiento de conjunto que vamos a presenciar será, sin duda, la independencia política de la colonia. Pero este final no existe antes de ella, ni es “inmanente” al pasado; ella sólo será el resultado de una competencia ocasional de fuerzas que se encuentran lejos de tender, todas ellas, cada cual por sí misma hacia el mismo fin. No todas, seguro, sino posiblemente algunas. Pero como estas fuerzas concurren sin excepción, y como cada una cumple su papel, ninguna puede ser despreciada. Además, y principalmente, son estas fuerzas y no su desenlace lo que debemos analizar primeramente. (…)

Para la política portuguesa, aquí no existía una sociedad ni una economía de la que preocuparse. Aunque fuera en función de los intereses portugueses, sólo existían “finanzas” para cuidar. Esto se descubre inmediatamente, al leer gran parte y la principal correspondencia oficial y la legislación relacionada con Brasil. Por cierto, nunca se intentó esconderlo, y el Erario Real es el personaje que representa en nuestra historia colonial, y sin ningún disfraz, el papel principal.

Esta será la razón fundamental de la incapacidad de la política portuguesa para realizar reformas sustanciales en su “sistema colonial”. Porque este sistema no podría haber sido otra cosa sino lo que fue: un simple sector, aunque esencial, de aquella gran empresa comercial que es la monarquía portuguesa, con su rey al mando. Esta organización, que comienza con el tráfico de esclavos, marfil y oro en la Costa de África, continúa con el de pimienta y de especias en la India, y concluye con el de azúcar, oro, diamantes y algodón en Brasil; que le permitirá al Reino Portugués ocupar dos continentes y poblar un tercero, se volverá obsoleta. Ya no funcionaba de forma normal, y los sacrificios que se hacían para mantenerla a pesar de todo, recaían totalmente en el último sector que aún controlaba: la colonia americana. ¿Cómo reformarla, si la reforma destruiría la última base de su organización? Solamente si fuera sustituida por cualquier otra. Pero eso no ocurriría, y no podría ocurrir a los dirigentes de Portugal, porque sería su autodestrucción. Y no ocurrirá más tarde siquiera a aquellos que derribarían el poder absoluto del rey, incluso tratando, inútilmente, de reemplazarle.

Así se puede comprobar que el sistema colonial no es una creación arbitraria, que se reforma a voluntad. Sus raíces llegan lejos y recorren lo más profundo de la monarquía portuguesa, de la que la colonia forma parte. La suerte de una se relacionaba con la otra. Entonces ¿cómo reformar esa monarquía sin separarse de la colonia? Esta separación representaba la primera providencia para la reforma que se pretendía imponer, por lo menos hoy podemos afirmarlo, ya que estamos en la cómoda posición de quien ve todo lo que ya pasó, antes y después; pero en aquella época, y para los contemporáneos, la cosa no era tan simple ni clara. La “idea” de separación no surgió de forma espontánea, como un destello ex-nihilode un cerebro privilegiado y angustiado por un problema que necesitaba una solución. Tampoco se propagó como una epidemia o como el incendio de un bosque, hasta juntar una cantidad suficiente de adeptos decididos y lo suficientemente valientes para transformarse, de forma mágica, en acción. Lamentablemente, los hechos históricos son más complejos que este género fácil y suave de explicación, como si fuera un “cuento de hadas”, con el que muchos historiadores se deleitan.

Es cierto, ya me di cuenta, que hubo quienes vieron prematuramente la separación de la colonia. Entonces, para terminar el tema –que además tiene importancia secundaria–, pongámoslo en los términos apropiados, ocupándonos de estos profetas. Luego de la independencia de las colonias inglesas de América del Norte (1776), y claramente por su influencia, comienza a cogitarse en las rondas brasileñas en el exterior la misma idea, tratando de imitar el ejemplo del norte. Joaquim José da Maia, un estudiante brasileño de Montpellier (Francia), donde había una gran colonia, le escribe sobre el tema a Jefferson, quien se desempeñaba entonces como embajador de la Unión Estadounidense en París, pidiéndole el apoyo de su país para lograr la independencia de Brasil; y hasta llega a entrevistarse con él. Pero la idea no prospera. Otros dos estudiantes, José Álvares Maciel y Domingos Vidal de Barbosa, este último también de Montpellier, llevaron sus conversaciones y discusiones más lejos, pues, al volver a Brasil, participaron en la Conspiración Minera, habiendo sido el primero, con mucha probabilidad, quien le ofreciera a Tiradentes el material ideológico que luego el ardoroso alférez utilizaría para colorear y decorar la conspiración y la planeada rebelión.

En la Conspiración Minera, así como en la llamada Conjura Bahiana (1798), tal vez menos en esta última, y posiblemente también en algunas colusiones de Río de Janeiro en 1794 –donde fue preso, entre otros, Mariano José Pereira da Fonseca, el futuro Marqués de Maricá y el único moralista que tuvo las Letras–, la idea de la separación cumplió como se sabe un papel importante. Aquí se habló claramente del establecimiento en Brasil de un régimen político independiente de la metrópoli. Pero este pensamiento nunca salió de las pequeñas rondas y conciliábulos secretos. Ni siquiera se trataba de una idea generalizada entre los espíritus más iluminados de la colonia. Al contrario, fueron muy pocos y de forma excepcional quienes admitieron la necesidad de reformas y lucharon por ellas, y condujeron su opinión hacia extremos revolucionarios. Hasta la víspera de la Independencia, e incluso entre quienes serían sus principales partidarios, no había nada que indicara un pensamiento separatista claro y definido. El propio José Bonifácio, que sería el patriarca de la Independencia, lo fue a pesar de sí mismo, ya que su idea siempre había sido, únicamente, la de una monarquía dual, una especie de federación luso-brasileña.

Así, la explicación de que es la “idea” de la Independencia la que constituye la fuerza propulsora de la renovación que se operaba en el seno de la colonia parece, por lo menos, arriesgada. Más coherente con los acontecimientos eran las distintas ideas sobre la separación de la federación, de la liquidación del portugués ventero o tabernero (esta última, sobre todo, andaba en la boca de todo el mundo), así como otras que también se agitaban, aunque fueran menos importantes: la liberación de los esclavos, la supresión de las barreras de color y de clase. Estas distintas ideas no eran más que reflejos en el pensamiento de los individuos, de situaciones objetivas exteriores a cualquier cerebro, que se encuentran en los hechos, en las relaciones y oposiciones de los individuos entre sí: el señor del ingenio o hacendado deudor, que es perseguido por el comerciante portugués acreedor; el pie-descalzoque el ventero portugués no quiere como dependiente; el mulato que el blanco excluye de la mayor parte de las funciones, que desprecia y humilla; el labrador “obligado” que se siente expoliado por el señor del ingenio que le muele la caña; el esclavo que se quiere libertar. Todas estas oposiciones, con total exactitud, se pueden ver del lado inverso: el comerciante que le prestó dinero y sólo quiere cobrar su deuda; el ventero que prefiere sus patricios más diligentes y afines con su temperamento; el blanco que se formó en la convicción, infundida desde su nacimiento y oficialmente reconocida, de la superioridad de su raza; y el señor de esclavos que precisa de mano de obra, y solo se conforma con lo que está en las leyes, en las costumbres, en la moral, en todo el orden establecido y reconocido. Todos tienen razón y cada uno forjará o adaptará –y este es, naturalmente, el caso más frecuente– alguna “idea” para su propio beneficio, que justifique su posición y sus pretensiones.

Si voy a fondo de lo que parecen detalles, es porque estos son los más interesantes. Cada una de estas situaciones que aparecen en la superficie de los acontecimientos, que podemos palpar y seguir, se relacionan con las contradicciones generales que provienen del centro del sistema colonial, que resultan de aquello que denominé los “vicios” del sistema, y que el proceso de colonización dejó, uno a uno, en evidencia. En todos los casos citados, así como en otros de la misma naturaleza, los individuos en juego no son sino criaturas de aquel sistema, y padecen sus contingencias: el propietario endeudado que no puede pagar, el comerciante acreedor que no recibe su crédito, el pie-descalzo que no encuentra trabajo ni medios de subsistencia, y así sucesivamente. Todo esto proviene, directa o indirectamente, de aquel sistema colonial, y son todos estos pequeños conflictos, sumados unos a los otros, los que provocarán la ebullición de la sociedad colonial, preparando el terreno para su transformación. El sentido de esta será solucionar esos conflictos, eliminando las contradicciones profundas del sistema de donde provienen; armonizándolas con elementos nuevos que van a surgir en el mismo proceso de las oposiciones en juego, y sacándole a estas su razón de ser. Estos elementos nuevos constituirán la transformación esperada.

Así, es en las contradicciones profundas del sistema colonial donde brotan aquellos conflictos que agitan a la sociedad, y donde surgirá también su síntesis, que le pondrá fin a esas disputas, dando lugar a un nuevo sistema en reemplazo del anterior. Allí encontraremos las fuerzas motoras que renovarán los sectores económicos y sociales de la colonia. Entonces, veamos esas contradicciones. La primera, porque es la que representa el papel más importante y alcanza a las clases influyentes y dominantes en el orden colonial, se trata de la ruptura que se verifica entre los propietarios —señores del ingenio, labradores, hacendados— por un lado, y los comerciantes del otro. Ya me he referido al tema, intentando caracterizar la posición relativa de estas clases, separadas por intereses antagónicos que se originan, sobre todo, en la respectiva situación de deudor y acreedor.

Lo que estrecha el conflicto es la insolvencia crónica de los débitos comerciales en la colonia, resultante de la crisis más o menos intensa en la que se debate la producción brasileña, en particular la del azúcar durante el siglo XVIII, y que, en última instancia, proviene de las condiciones de una economía débil, mal estructurada y conducida, y visceralmente relacionada a un mercado exterior precario e incierto. Lo intensifica también la profunda diferencia de vida y psicología que separa a las clases mencionadas de los individuos que respectivamente las componen, que es también fruto de las condiciones inherentes al sistema colonial: por un lado brasileños propietarios que se consideran como la “nobleza” de la tierra, educados en una forma de vida cómoda y de grandes gastos, que desprecian el trabajo y la economía; y del otro lado el “canastero”, el inmigrante enriquecido, formado en una ruda escuela de trabajo y parsimonia, que le hace sombra con su dinero al prestigio y a la posición social de los brasileños propietarios. La oposición al negociante portugués —canastero, marinero, pie-de-plomo, el epíteto con el que lo atormentan varía–, se generaliza porque este, fomentando el comercio de la colonia, al por mayor y al por menor, excluye al brasileño, que se da cuenta que sus medios de subsistencia están siendo cercenados; de esta forma el conflicto se profundiza y crece.

Otra contradicción del sistema colonial es de naturaleza étnica, resultado de la posición deprimente del esclavo negro, y en menor medida, del indígena. Esta situación genera el prejuicio contra todo individuo de color oscuro. Y aquí se incluye a la mayoría de la población, que se levanta contra un sistema que, además del efecto moral, la excluye de todo lo bueno que ofrece la colonia. Aunque sea importante, el papel político de esta oposición de razas no fue muy analizado. Más allá de lo que se percibe de la lucha sorda y de la revuelta latente de las razas oprimidas, y que las declaraciones contemporáneas, a pesar de ser muy reticentes en el tema, no podrían esconder – como, por ejemplo, la observación de Vilhena sobre el “atrevimiento” de los mulatos56, aparecen síntomas más graves y prenuncios de choque en perspectiva. La investigación originada luego de la Conjura Bahiana nos revela, a través de los testimonios rendidos, así como en el texto de algunos papeles sediciosos que se colocaron en los lugares públicos de la ciudad, que el nervio principal del levante proyectado era la diferencia de castas, la revuelta contra el prejuicio por el color. Por cierto, casi todos los conspiradores presos son pardos y mulatos de los estratos más bajos.

La condición de los esclavos es otra fuente de roces. No se crea en la normal y aparente quietud de los esclavos, perturbada por las fugas, la formación de los quilombos, la insurrección —como las que estremecen Bahía a principios del siglo pasado, y que se repiten en 1807, 09, 13, 16, 26, 27, 28, 30 y 1835– ni se la interprete como la expresión de un conformismo total. Se labra, sordamente, una revuelta constante entre ellos, sobre todo allá donde son más numerosos, más conscientes de su fuerza, o de un nivel cultural más elevado, algo que sucede especialmente en Bahía. En relación a esta ciudad, que fue el mayor centro de agitación servil en la historia brasileña, Vilhena nos explica el estado de alarma permanente de la población libre, bajo la perenne amenaza de esta “corporación temible”, como él llama a los esclavos. (…)

Debemos agregar que la apariencia de los hechos ilógica e incongruente no solo vuelve su interpretación difícil, sino que constituye la razón de la ambigüedad y la incertidumbre que presentan todas las situaciones semejantes a esta que analizamos. Esta ambigüedad e incertidumbre se encuentran en los mismos hechos, y ningún artificio de explicación puede deshacer. Sólo cuando estas situaciones maduran, los hechos se vuelven claros en su conjunto y definidos. Es inútil buscarlos antes, modificando los acontecimientos según el gusto particular del observador. Y aún después de aquellos primeros hechos decisivos, ¿cuánto no demorará hasta que el proceso se complete con la solución de todas las contradicciones para repetirse y renovarse en otras que se van formando y surgen incesantemente? El movimiento eterno de la Historia, del Hombre y de todas las cosas no para ni cesa, y nosotros, con los pobres instrumentos de comprensión y de expresión que poseemos, no captamos y ni siquiera podemos reproducir más que una parte ínfima, algunos cortes descuidados de una realidad que no se define como estática, sino como dinámica.

El momento que aquí nos ocupa, no es aún una fase de los acontecimientos decisivos ni de gran envergadura, cuyo marco inicial podemos, grosso modo, hacer coincidir con la transferencia de la corte portuguesa a Río de Janeiro. Pero vimos que ahí las contradicciones ya están latentes, y comienzan a manifestarse en los síntomas alarmantes que ponen en jaque a toda la estructura colonial. ¿Hacia dónde llevará aquel proceso confuso, complicado, opuesto incluso en sus propios términos, como el mar agitado donde las grandes olas se hacen y deshacen, convergen y divergen, fluyen en la misma dirección o se entrecruzan, para llegar al final a una resultante única y común que es el embate violento contra el peñasco o la ola que se propaga y despereza en la arena? No nos ocupemos de esto que va más allá de nuestro tema. En el límite de su tiempo, la imprecisión aún es completa; la acción de los individuos, así como sus ideas y opiniones, diverge profundamente; y es más, se contradicen dentro de las mismas corrientes de pensamiento y de acción, y hasta en la parte más íntima de los actores del drama que se representaba. Este es el caso de la propia y única organización que se orienta en la incoherencia y confusión general del momento y se conduce con más precisión y seguridad: me refiero a las sociedades secretas, en especial a lamasonería.

Ya no puede haber más duda sobre el papel que la masonería representó en la historia brasileña desde fines del siglo XVIII, cuando se instala aquí y se organiza. Un papel que no es apenas aquel que a ella se concede por regla general, el más insignificante de ellos, y que es el de una de sus logias, el GrandeOrientedoRiodeJaneiro, y su retoño, el ApostoladodosAndradas,que se presentan al público dirigiendo los últimos acontecimientos que preceden de forma inmediata y determinan a la Independencia. El papel de la masonería es mucho más amplio y profundo, más antiguo y más que nada, es orgánico, articulado dentro y fuera de la colonia, sistemático y consciente. No fue por simple coincidencia que los principales partidarios de la Independencia, hasta el propio futuro Emperador, hayan sido masones. Ni que todas las palabras de orden que se hayan hecho públicas e intentaran orientar los acontecimientos aparezcan antes y se hayan elaborado en las logias masónicas. No se trata de coincidencia. Lo que existe es una acción subterránea y sistemática que trabaja en ese sentido. En otras palabras, además de los individuos que actúan en todos los grandes hechos de nuestra historia desde los últimos años del siglo XVIII, hay una organizaciónen actividad. Muchas veces, los individuos son simples instrumentos en esta organización, y para dejarlo más claro, no siempre son totalmente conscientes de sus actos.

A través de la masonería, la política brasileña, o antes los primeros fundamentos de lo que sería nuestra política, se articulan en un movimiento internacional de proporciones mucho más amplias. Como se sabe, la masonería se organiza en Brasil gracias a los brasileños, así como a los portugueses llegados de Europa, que actúan por impulsos traídos de allá, como es el caso, entre otros, de la primera logia de Pernambuco, fundada en 1798 por Arruda Câmara, el naturalista, con el nombre de Areópago. Otras veces, directamente fundadas por agentes extranjeros, especialmente enviados para este fin, o que así parece por las evidencias, en la medida en que se puede descifrar el velo de misterio que rodea la vida masónica. Como el caso del “caballero Laurent” que llegó a Río de Janeiro en 1801, y fundó allí la primera logia regular con el nombre de Reunião. De todas formas, las logias masónicas de Brasil fueron evidentemente organizadas bajo el encargo de sus matrices europeas. (…)

Por lo tanto, existe —utilicemos una palabra un poco arriesgada, pero exacta si nos colocamos desde el punto de vista de una historia local, como hacemos aquí— una “coincidencia” entre un hecho de nuestra historia, y otro de naturaleza mucho más amplia: por un lado, la situación brasileña, tal como resulta de sus circunstancias peculiares; y del otro, una internacional, extraña en principio, pero que indirectamente se relaciona a nosotros: la masonería y sus objetivos en la política europea.

Por cierto, esta no sería la única “coincidencia” que aparece. También hay coincidencias en otros sectores relacionados, más o menos íntimamente, al señalado primero. La intervención en los hechos que ahora nos ocupan, no solo de una organización privada como es la masonería, sino de los propios poderes públicos de las naciones extranjeras, es muy sensible. Como es el caso particular de la Francia revolucionaria y bonapartista, adversaria de Portugal, que se alía a sus enemigos seculares, y ahora más que nunca a los ingleses. La acción del gobierno francés, indirectamente a través de sus relaciones con Europa, y en particular con la masonería —que aquí vuelve a aparecer, y que es, en el exterior, una de las grandes armas de la Revolución—, y también directamente por agentes suyos que trabajan en Brasil, se hace sentir en cada paso. En 1809, el gobierno portugués, por aquel entonces recién llegado a Río de Janeiro, llama la atención a la Junta interina que gobernaba Bahía, porque allí vivían varios franceses, inclusive y sobre todo un “cierto Abad”, cuyo nombre no se cita y se ignora. Estos franceses se habían quedado desde el tiempo en el que llegó al puerto la escuadra que transportaba a Jerônimo Bonaparte, hermano del Emperador. También, es posible que la conspiración descubierta en Pernambuco en 1801, en la que participaban el naturalista Arruda Câmara, que fue fundador, años antes, del ya mencionado Areópago, y los hermanos Cavalcânti de Albuquerque, señores del ingenio de Suaçuna. El objetivo de esta conspiración había sido independizar a Pernambuco con la protección de Napoleón Bonaparte, quien fuera entonces primer-cónsul, y podría haber actuado con la ayuda directa de los agentes franceses. Este tema aún no ha sido bien aclarado; pero sin duda, ilumina mucho la confusa historia de los acontecimientos que nos ocupan.

Tampoco se puede despreciar la intervención inglesa, menos sentida en sus efectos directos porque, aliada a Portugal y su a protectora, Gran Bretaña, manejaba más sus negocios e intereses en la propia corte del Reino. Pero aunque toda esta materia de intervención secreta de gobiernos extranjeros haya sido poco investigada, no se puede dudar sobre la gran actividad subterránea organizada en consecuencia de nuestra política de los primeros años del siglo pasado, y que, por lo menos, genera consecuencias iguales a las intervenciones espectaculares que registra la historia oficial.

Existe otro sector en el que la política brasileña se relaciona con el momento internacional. Es el de la ideología que aquí se adopta, que servirá para explicar, justificar y atribuirle a nuestros hechos el calor de las emociones humanas; este es siempre el papel de las ideologías, del que los hombres raramente prescinden, y que en nuestro caso, no sabiendo o no pudiendo forjarlas nosotros mismos, fuimos a buscarlas al gran y prestigioso arsenal del pensamiento europeo. En especial, en la filosofía de la Enciclopedia y de los pensadores franceses del siglo XVIII.

El objetivo de esta elección se debe buscar, en primer lugar, en los motivos semejantes que el organismo político dirigente decidió adoptar aquí: la masonería internacional. Por cierto, la afinidad entre esta organización y aquella filosofía es notable, y esto ya explica mucho. Pero más allá de esto, hay que considerar que ningún pensamiento, ninguna idea, y sobre todo ningún conjunto teórico dio a los hechos universales del siglo XVIII —”universal” aquí es el de la civilización occidental con la cual nos alineamos—, una interpretación tan regulada, tan armoniosa, tan estéticamente perfecta, un cuerpo de doctrina tan completa y general como aquella filosofía. Y particularmente tan acorde con las necesidades del momento, y según los impulsos más íntimos de los contemporáneos. Comparable a ella sólo se encontrará, en el siglo siguiente, el socialismo.

Por lo tanto, existe un motivo plenamente justificable que atrajo a todo el mundo pensante, y sirvió “oficialmente” para vestir con la ropa del pensamiento los hechos que se desarrollaron en el mundo. Los brasileños no podían ser inmunes al contagio. A propósito, varios representantes de la intelligentsiade la colonia mantuvieron contacto directo e íntimo con ella, sea los que estudiaron en Francia, sea los que buscaban por cualquier otro motivo el que ya era por aquel momento la Meca del pensamiento occidental. En Portugal, colonia comercial de Inglaterra, pero intelectual de Francia, la filosofía de este país se difundirá ampliamente; y hasta en la rancia mansión de Coimbra, las reformas del Marqués de Pombal abrieron algunas rendijas que se aprovecharon con avidez.

Así, a medida que las ideas generales, o aún ideas tout court, pudieron penetrar por la espesa costra de la ignorancia colonial, será la filosofía francesa del siglo XVIII la que dominará los espíritus capaces de este dominio. El hecho es tan conocido que no es necesario insistir más en él. Todo lo que se escribió en Brasil desde el último cuarto del siglo XVIII, que es cuando realmente se comienzan a escribir algunas cosas entre nosotros, lleva la marca del pensamiento francés: las ideas, el estilo, el modo de encarar las cosas y abordar los temas. Por cierto, la lectura de nuestros abuelos, la parca lectura que se hacía en esta colonia de analfabetos donde sólo un puñado de personas sabía leer, y una proporción mucho menor se ocupaba de las cosas del espíritu, es casi toda de origen o inspiración francesa.

Las investigaciones de la justicia colonial, que los acontecimientos políticos vuelven frecuentes desde fines del siglo XVIII, nos revelan los secretos de las principales bibliotecas particulares que entonces había en la colonia, y que, secuestradas y clasificadas, llegaron a nuestros días en las páginas amarillentas y apolilladas de los procesos. La literatura francesa, y solo ella en lo que se relaciona a filósofos, moralistas, políticos, está ahí bastante representada. Los viajeros extranjeros que nos visitaron a principios del siglo pasado notaron la influencia decisiva de la cultura francesa; y esa simpatía por las ideas racionalistas y revolucionarias copiadas de aquella cultura, en ese momento que tratamos, es lamentada por Saint-Hilaire. Él, aunque francés, se encontraba en el campo opuesto, políticamente hablando. Y Martius observará lo que aún hoy, a primera vista, nos parece una paradoja: a pesar del dominio total comercial ejercido por Inglaterra, y de la cantidad mucho mayor de ingleses que aquí se establecieron, la cultura francesa no tiene competidores57. E incluso la cultura inglesa se encuentra totalmente ignorada. A los ingleses no les iba tan bien con sus ideas como con sus tejidos, sus herramientas y su loza. (…)

La “libertad, igualdad y fraternidad”, que como norma política resume la ideología revolucionaria francesa, sirve bastante bien en las distintas situaciones que se presentan aquí. Aunque castigada y a veces deformada (¿Qué castigo, a propósito, y qué deformación no caben en la vaga fórmula francesa?), ella será el lema de todos los que pretendían alguna cosa: los señores del ingenio y los hacendados contra los negociantes; los mulatos contra los blancos; los pies-descalzos contra los calzados; los brasileños contra los portugueses. Sólo faltó “los esclavos contra los señores”, justamente aquellos a quien más se podría aplicar como lema reivindicador; es que los esclavos hablaban —cuando hablaban, porque la mayor parte de las veces directamente actuaron, sin precisar vestimentas ideológicas—, hablaban en el lenguaje más familiar y accesible que les venía de las florestas, de las estepas y de los desiertos africanos(…)

1 Se trata de la provincia, actual estado, de Goiás (N. de los T.).

2 También se intentó, a mediados del siglo XVI, el pasaje a Oriente por las regiones árticas de Europa y Asia. La iniciativa fue de Sebastián Caboto que también había ido a América, otra vez, al servicio de los ingleses (1553).

3 “Palo-Brasil” es una madera de tintura roja (N. de los T.).

4 Marcus Lee Hansen, The Atlantic Migration 1607-1680, 13.

5 Marcus Lee Hansen, The Inmigrant in American History (ver capítulo Inmigration and Expansion).

6 História da Colonização Portuguesa do Brasil, Introducción, vol. III, pág. XI.

7 No se sabe exactamente cuándo llegaron los primeros negros a Brasil; existen grandes probabilidades de que hayan arribado en la expedición de Martín Afonso de Souza en 1531. En América del Norte, los traficantes holandeses introdujeron la primera leva de esclavos africanos en James-Town (Virginia), en 1619.

8 Gilberto Freyre, Casa Grande e Senzala, 16.

9 Sobre la expansión colonizadora en Bahía, especialmente en las haciendas ganaderas, son muy interesantes los estudios de Felisbelo Freire, cuya fuente fueron las cartas de sesmaria. História territorial do Brasil.

10 Roteiro do Maranhão, 62.

11 “Chispadores”, tipo de garimpeiro, buscador de metales y piedras preciosas (N. de los T.).

12 Roteiro do Maranhão a Goiás, de autor desconocido, escrito poco después de 1770 (…).

13 De los 4.345 barriles de aguardiente exportados de Río de Janeiro en 1796, 2.841 fueron empleados en este tráfico. Produtos exportados do Rio de Janeiro. Nótese en esta capitanía, regiones especializadas en la producción de aguardiente, donde el azúcar pasa a un segundo plano, como en Paraty.

14 Koster, Voyage, II, 270 y 291.

15 Luccock, Notes, 295 y ss.

16Alrededor del año 1770, el autor anónimo del Roteiro do Maranhão (126, nota) solicitó la imposición de un impuesto que se pagara por los animales importados. Antes de esto, el gobernador de Piauí se quejaba por la crisis del comercio en su capitanía, debido a la introducción de animales en las minas. (Provisão de 7 de julho de 1763. Publicação do Arquivo Nacional, I, 694). Luego, la importación fue expresamente prohibida, pero siguió existiendo como antes.

17 Nogueira Coelho, Memória cronológica de Mato Grosso, 185.

18 Martius se refiere a ese comercio con algunos pormenores. Viagem, III, 275, nota V.

19 Eran ellas la Companhia Geral do Comércio do Maranhão e Grão Pará y la de Pernambuco e Paraíba.

20 Como el tratado de 1654 estipulaba que las embarcaciones inglesas debían ir junto con las flotas, es posible que la abolición de estas haya sido interpretada como la cancelación del privilegio otorgado.

21 Juiz-de-fora era el magistrado de la época colonial, sería lo que es en la actualidad el juez de derecho (N. de los T.).

22 Correspondência de várias autoridades, 264.

23 Correspondência de várias autoridades, 271.

24 Correspondência de várias autoridades, 295.

25 Gayozo, Compêndio, 245.

26 Que era aún mayor cuando los cruceros ingleses obligaban a los traficantes, para escapar de ellos, a amontonar su carga humana en pequeños espacios, manteniéndola lo más oculta posible, aprovechando al máximo el lugar disponible.

27 En otros puntos de la colonia, donde parece que no haya existido la especulación que Gayozo observa en Maranhão, el precio de venta del esclavo oscila entre 130$ y 150$; este era el precio en Pará, según una Informação del Gobernador D. Francisco de Sousa Coutinho en 1797, (pág. 48) Martins le da a Bahia (1819), 140 a 150$000. Viagem, II, 296. Vilhena (Bahia) también trata de 150$ Recopilação, 933.

28 Balbi, Essai statistique.

29 La única fuente estadística segura sobre el comercio interno son los documentos de los registros, las “aduanas secas”, como se las llamaban, y de los peajes establecidos al pasar por los ríos y otros puntos estratégicos. Pero estos, seguramente, se perdieron para siempre. Tenemos algunas referencias que, aunque no proporcionen datos numéricos, ofrecen información muy importante y por ahora irreemplazable. Esta información se encuentra en algunos documentos oficiales o particulares de la colonia, pero sobre todo, en relación al período que aquí nos interesa, en los diarios de viajeros extranjeros que le dedicaron más atención al tema. – Luccock, Notes on Brazil, publica en el apéndice de su libro una tabla del comercio marítimo de Río de Janeiro que incluye el período de abril de 1813 a abril de 1818; pero no ofrece valores detallados, sólo informa las toneladas globales de cada período de 3 meses. Martius, (Viagem, II, 241) presenta una tabla muy interesante sobre el puerto de Malhada, en el río San Francisco, centro del comercio interprovincial de las capitanías de Minas Gerais, Goiás y Bahia, en el período entre abril de 1816 a marzo de 1817. El tránsito de Bahia a Minas y Goiás, en este período, fue de Rs. 103:090$920 de mercaderías, siendo que Rs. 86:718$000 procedían del exterior; el resto es casi todo gracias a la sal (Rs. 16:145$920), cuya procedencia no se especifica, pero que podría ser de las salinas del río San Francisco, o de la importación extranjera. Como afirma este autor, otro dato importante sobre el tránsito interno de mercaderías es la exportación desde la capitanía de Río Negro hacia Pará, registrada en Gurupá, el puerto de pasaje de una a otra. Casi todas las mercaderías que aparecen allí se destinan, sin dudas, al comercio exterior. Viagem, III, 157 y siguientes. Eschwege también ofrece un mapa de la importación y de la exportación de Minas Gerais en 1818-19. Notícias e Reflexões estatísticas.

30 John Kellis Ingram, Slavery.

31 “No mucho después de la desaparición de la servidumbre en las comunidades más avanzadas, aparece el sistema moderno de esclavitud colonial que, en lugar de ser el fruto espontáneo de las necesidades sociales y que favorecían las necesidades temporales de desarrollo humano, fue políticamente y moralmente una aberración monstruosa” (N. de los T.).

32 Inglaterra también tuvo papel prominente en el restablecimiento de la esclavitud. Se sabe que durante siglos sus comerciantes han tenido casi el monopolio del tráfico esclavo, para el que la nación llegó a tomar armas. Pero no sufrió tan profundamente los efectos dañinos de la esclavitud, porque su papel era sobre todo del intermediario. El trabajo servil nunca se asentó propiamente en Inglaterra.

33 A escravidão no Brasil. 3ª parte, 126.

34 Es decir, en particular el caso del sincretismo religioso, que ha resultado de la amalgama entre el catolicismo y el paganismo, que representaría el fondo religioso de gran parte del Brasil. La religión africana, más que nada, ha perdido su grandeza, y el cristianismo no ha conservado su espontaneidad. Se ha perdido el rico colorido de las creencias negras en su estado nativo.

35 Mulato es un término social característico en la cultura y expresión brasileña hasta nuestros días, aunque la mayor parte de los estudios lo consideren peyorativo. Su origen etimológico proviene del latín “mula”, que en portugués como en español significa bestia híbrida, cría del caballo con la burra o del asno con la yegua, casi siempre estéril y encargado de los trabajos pesados. En nuestra sociedad colonial, las esclavas “mulatas” eran aquellas con quien se los señores practicaban sexo fácil, sin intención de reproducción ni matrimonio. Así, generalmente, el negro de tez clara en el Brasil de la época nace de una violencia doble: de la esclavitud y de la violación. Además del término mula, existen muchas otras palabras y expresiones peyorativas: “mula de carga” (la persona que trabaja muy duro y se siente responsable del trabajo de los otros, lo que en las haciendas brasileñas se asocia a la figura del capataz); “es como una mula” (la persona que es muy lenta, que duda mucho antes de actuar, o que es tonta, estúpida, torpe, grosera, ignorante) (N. de los T.).

36 Notas, 203.

37 A escravidão no Brasil. 3ª parte, 116.

38 “La esclavitud fue uno de los pocos regímenes con determinada organización que este país tuvo. Social y económicamente, la esclavitud nos proporcionó, durante largos años, todo el esfuerzo del orden que tuvimos en aquel momento, y fundó toda la producción material que aún tenemos”. O Problema Nacional, 11.

39Le miracle de 1’amour humain, c’est que, sur un instinct très timple, le désir, il construit les édifices de sentiments les plus complexes et les plus délicats” (André Maurois). Este es el milagro que el amor de la senzala [donde se alojaban los esclavos] no realizó y no podrá realizar en el Brasil colonial.

40 Existenexcepciones que hay que señalar, excepciones que se constituyeron en este sector de la vida colonial como formas sociales mejoradas. Pero son casos raros, el más interesante y conocido es el “mutirão”, que aún existe en algunas partes de Brasil, y que consiste en una actividad colectiva con el auxilio mutuo en la agricultura. Saint-Hilaire tuvo la oportunidad de observar el “mutirãoen una región que hoy pertenece al Triángulo Mineiro. Voyage aux sources…, II, 269. Sin embargo, parece que se trata de un medio de supervivencia indígena, y el ejemplo de Saint-Hilaire se refiere a las poblaciones con altos porcentajes de sangre mestiza. Entonces, no se trataría de una creación, sino de un aspecto cultural que quedó de la vida comunitaria del indio.

41 De la mezcla del blanco con el indio nace el mestizo, conocido como caboclo (N. de los T.).

42Notes,17.

43 Idéias gerais sôbre a revolução do Brasil, 55. Esta diferencia es de tal forma producto del medio, que los mismos hijos del portugués enriquecido, brasileños de nacimiento y educación, como observa Mariscal, no siguen el ejemplo de sus padres, y “entrarán al orden general, es decir, caen en la pobreza”.

44 Ni siquiera un hombre profundamente conocedor de las razas de su tierra natal, el Pará, y que sentía mucha simpatía por ellas, como José Veríssimo, pudo descubrir esta paradójica situación de los indios ante la civilización. La indolencia y la falta de ambición que se observa en el indio es fruto de su total indiferencia, o de la hostilidad en relación a una civilización que se la impone, cuyo valor, con todos los atractivos que tiene para nosotros, para él es nulo. Observar en el indígena brasileño, o en otras razas culturales diferentes a la nuestra, fallas en el carácter donde hay actitudes propias de un inadaptado o un revoltoso, es propio sobre todo de los angloamericanos. Pero ¿cuál sería, preguntamos nosotros, la reacción de uno de estos enérgicos anglosajones si se les pidiera pagar un día de trabajo con una cena de pirão de açaí o de mandioca puba? Mutatis mutandis, es la misma cosa que sucede con el indígena. El único estímulo civilizado que el indio comprendió fue el aguardiente y por eso la colonización la utilizó bastante.

45 José Veríssimo, Populações indígenas da Amazônia, 308.

46 Informações, 66.

47 Voyage aux provinces de Saint-Paul …, I, 378.

48 Sería muy interesante estudiar el folclore brasileño desde este punto de vista, comparándolo con el de otros países. Gracias a lo que cada uno puede observar, la conclusión no ofrece la menor duda. Si se compara un festejo popular brasileño con el de alguna de las poblaciones de Europa, por ejemplo: a la apatía y la tristeza brasileña se contrapone el entusiasmo y la alegría europea. El propio Carnaval, para quien lo haya observado con atención, no escapa a esta regla. Salvo las expansiones de carácter profundamente orgiástico, o de cultos a creencias ancestrales que, en los días comunes, conducen al individuo a la policía, no hay más nada en él. Nótese, incluso, que el elemento brasileño más activo en este sector es el negro, cuya tradición es el trabajo esclavo.

49 Paulo Prado, Retrato do Brasil. Saint-Hilaire observa la tristeza brasileña y la opone a la alegría del campesino francés (Voyage aux sources, I, 124); y se refiere a ella en otros pasajes de sus diarios. En particular, todo lo relacionado con los niños, deplora la falta de espontaneidad y contentamiento, id.,I, 374. De todo esto podríamos tal vez exceptuar a Río Grande del Sur, con una formación muy diferente a la del resto del país.

50 Recopilação, 926 y 927. La pobreza de la población colonial se pone en evidencia no solo por la declaración de todos los observadores contemporáneos, sino también por los escasos y miserables vestigios que heredamos en la actualidad. Dónde las construcciones, los objetos, todo este aparejo que incluso una sociedad mediocre deja siempre tras de sí. No tenemos nada o casi nada sobre esta época que no esté ni a un siglo y medio nuestro y que, sin embargo, apenas nos dejó un pobre testimonio.

51 Esto se puede comprobar aún hoy, a cada paso encontramos inmigrantes casados en Europa y amancebados en Brasil.

52 Tratase de la rica vivienda señorial de la colonia, donde se centralizaba la dirección de la producción (N. de los T.).

53 Tal vez por eso se insiste tanto en Brasil sobre el origen familiar. Este origen eleva y distingue a los individuos, porque sólo es propia de una clase superior reducida. Entre nosotros, ser “de familia” constituía un distintivo de superioridad, casi de nobleza.

54 Sobre este asunto, Vilhena nos ofrece una síntesis admirable de algunas observaciones a las que no precisamos agregar nada más. Recopilação, 138 y sig. Recordemos que él es un profesor, un educador, que habla con autoridad y experiencia puestas al servicio de una notable inteligencia crítica.

55 Véase lo que escribe sobre esto el autor ya mencionado arriba: Sierra y Mariscal, Ideias gerais sobre arevolução do Brasil.

56Recopilação, 46.

57Viagem, II, 293.