Capítulo 4 – HISTORIA ECONÓMICA DEL BRASIL [1945/1976]

LA CRISIS EN MARCHA [capítulo extra de 1970]

Traducción: María Chaumet [revisión de la traducción: Pablo Carrizalez Nava y Yuri Martins Fontes].

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) trajo aparejadas grandes modificaciones en la evolución de todos los pueblos. Señaló un desvío acentuado en la marcha de los acontecimientos humanos y los encaminó por nuevos rumbos que, si bien ya se venían preparando y gestando en una etapa previa, solo entonces se concretizaron de forma nítida y decisiva. Pero la guerra, a pesar de las repercusiones profundas, directas e indirectas, cercanas y remotas, que marcó la evolución económica brasileña, no alteró en esencia, y no podría haberlo hecho, el proceso de transformación observado en ella durante los decenios previos (…).

La “crisis de nuestro sistema colonial” se mantuvo, y a pesar de las circunstancias especiales y de los aspectos particulares que en ella provocó la conflagración en la que participamos pasiva y también activamente, tal crisis se acentuó y precipitó considerablemente, y abrió nuevas y largas perspectivas para la transformación final de dicho sistema. Eso dará lugar, por un lado, al esfuerzo de adaptación del orden económico vigente a las contingencias surgidas, y de reestructuración del mismo sistema en formas renovadas; pero sin comprometer la esencia colonial. Por otro lado, y como consecuencia, se agudizan las contradicciones inmanentes en el orden establecido que ahora se proyectan con gran vivacidad en el plano social y político. El país entra en una etapa en la que, en ciertos aspectos, a la par del crecimiento de sus fuerzas productivas y de la diversificación de sus actividades económicas (en particular con relación al progreso industrial) se verificarán acentuados y crecientes desequilibrios y desajustes que se trasladan a la vida social y política.(…)

Durante el transcurso de la guerra, sobre todo en la última etapa y prolongándose a los años subsiguientes, fuimos testigos de una revigorización esporádica del sistema tradicional del pasado, abriéndose para dicho sistema (es decir, una economía exportadora de productos primarios y con miras esencialmente al exterior) una nueva y brillante oportunidad. Con una intensidad que el país no experimentaba desde hacía tiempo, Brasil se transformaba nuevamente en el blanco de una fuerte demanda internacional de productos alimentarios y materia prima, exigidos ahora por las necesidades bélicas en la que se empeñaban las grandes potencias de las que Brasil era y aún es tributario.

Esa intensificación de la demanda no se refleja tanto en el volumen de las exportaciones, cuyo aumento no será muy sensible, circunstancia que debemos observar, desde ya, y que muestra el agotamiento de la capacidad productiva de la economía brasileña de exportación. Pero sobre el valor el efecto será considerable, y la exportación brasileña de productos alimenticios y materia prima ascenderá a altos niveles.

Al mismo tiempo que se valorizan las exportaciones, declinan las importaciones. Por un lado, se interrumpieron casi por completo los abastecimientos de los países europeos aislados de nosotros por la guerra, o empeñados en una lucha que les absorbía toda la atención y todos los recursos; por el otro, Estados Unidos, ocupado como estaba también en la producción de guerra, no pudo suplir aquel desfalco de nuestros proveedores europeos; y en algunos artículos importantes no lograron siquiera mantener el nivel de abastecimiento previo a la guerra.(…)

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Como consecuencia del aumento de las exportaciones y de la caída de las importaciones, desaparece momentáneamente el síntoma más expresivo a través del que se manifiestan las contradicciones de nuestro sistema económico, a saber, el desequilibrio crónico de la balanza de pagos externos, cuyo rol relevante en nuestras finanzas y en la vida económica de Brasil en general, ya se describió en el transcurso de esta historia. Y como efecto de esto, la moneda brasileña adquirió una estabilidad cambiaria notable, casi sin precedentes en todo nuestro pasado. Por otro lado, no obstante, la acumulación de saldos comerciales obligó a fuertes emisiones destinadas a la adquisición, por parte de las autoridades monetarias, de las divisas representativas de estos saldos, que no encontraban compradores en el mercado regular, es decir, entre importadores. Esas emisiones constituyeron el punto de partida y el impulso inicial del proceso inflacionario que se prolongará, estimulado más tarde por otros factores, durante la posguerra y hasta el presente.

Las restricciones del comercio importador también tendrán otra consecuencia importante. Privado del abastecimiento externo asociado a una innumerable cantidad de manufacturas, el mercado interno debe recurrir a la producción nacional, lo que abre amplias perspectivas para las actividades industriales del país. Se repite lo que ya había ocurrido en la Primera Guerra Mundial (1914-18). Y, esta vez, a una escala mucho más grande, por un lado porque la disminución de los suministros del exterior es mucho más drástica, y por el otro porque las necesidades del mercado nacional habían crecido mucho. Además ahora, y esto no había ocurrido en 1914, se partía de un nivel industrial más elevado, y esta situación facilitó el equipamiento de la industria para satisfacer el incremento de las necesidades, insatisfechas por el recurso habitual a las importaciones.

Además, la industria brasileña no servirá únicamente al mercado interno; algunos de sus sectores más desarrollados y habilitados (como particularmente el de tejidos de algodón) también encontrarán algunos mercados externos, por ejemplo en los países de América Latina y en Sudáfrica, a veces con las mismas dificultades de abastecimiento que nosotros. Estados Unidos se vuelve un gran importador de tejidos brasileños. (…)

De esta manera, la economía brasileña encuentra, gracias a las circunstancias excepcionales de la guerra, un nuevo equilibrio provisorio, y a pesar de los grandes sacrificios soportados por el país, los años que duró el conflicto representan una etapa de nítido progreso. Es cierto que esto se construía a costas de la masa trabajadora del país, que toleró toda la carga de aquellos sacrificios (por el efecto, particularmente, de las restricciones alimentarias y del encarecimiento considerable de la vida), y son solamente las clases poseedoras las que efectivamente formarán parte de ese. La presión sobre el mercado, efecto de una oferta insuficiente de mercancías (resultado de la disminución de las importaciones y del aumento de las exportaciones sin un incremento compensatorio de la producción), así como la inflación del medio circulante (consecuencia de pesadas emisiones provocadas por grandes gastos públicos generados directa e indirectamente por el estado de guerra y por el financiamiento ya mencionado de los saldos del comercio exterior) provocan un rápido ascenso de los precios, que no estará acompañado hasta mucho más tarde por la elevación de los salarios y de la remuneración del trabajo en general; lo que, en buena medida, se deberá al régimen dictatorial vigente y a la consecuente restricción de las libertades públicas, que colocaba a los trabajadores en una situación desfavorable en la lucha por mejores condiciones de vida.

Naturalmente, el desfase entre la progresión del costo de vida y el nivel de salarios provoca un fuerte crecimiento de la explotación de la fuerza de trabajo y una plusvalía apreciable que genera una intensa acumulación capitalista. El enriquecimiento considerable de las clases poseedoras (o mejor dicho, de algunos de sus sectores mejor ubicados para prevalecer ante tal situación) que también se benefician gracias a la valorización de la propiedad inmobiliaria, principalmente la urbana (reflejo de la disminución del poder adquisitivo de la moneda, así como del desarrollo de los centros urbanos) y a la intensa especulación que caracterizó a la vida financiera de Brasil (y a la administrativa y política también) durante el transcurso de la guerra.

Ese equilibrio momentáneo y esa prosperidad artificial empiezan a declinar a medida que desaparecen las circunstancias extraordinarias que los provocaron. Las antiguas contradicciones que solapaban la economía brasileña, disfrazadas por un instante, vuelven a aparecer, muchas de ellas agravadas; y surgen otras nuevas para potenciarlas, profundizándose, en consecuencia, considerablemente la crisis del sistema en general, ahora ya con grandes repercusiones sobre la vida política y social del país. (…)

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En conclusión, en la crisis del sistema colonial brasileño, ya desencadenada en el período inmediatamente previo a la Segunda Guerra Mundial, y precipitándose en los años transcurridos desde entonces, surgen las fuerzas y los factores renovadores que develan largas perspectivas para la reestructuración de la economía brasileña sobre bases nuevas, más convenientes con el nivel alcanzado por nuestro pueblo. Aun así, estas perspectivas todavía son, fundamentalmente, rechazadas por los remanentes del viejo sistema. Allí se encuentran las raíces de las dificultades y perturbaciones económicas que afectan tan profundamente, en la actualidad (1970), la vida del país y de su gente.

Se trata, por lo tanto, de acelerar el proceso de transformación y orientarlo convenientemente, para llevar a cabo, así, la reforma estructural de la economía brasileña capaz de elevarla a un nuevo plano de manera completa y definitiva, liberado de su pasado colonial.

POST SCRIPTUM [1976]

(…) En el análisis de ese modelo brasileño tan alabado y adulado de desarrollo, que se elevó hasta la categoría de “milagro económico”, y que en palabras más simples y modestas, y sobre todo más verdaderas, quiere decir “el comportamiento impreso a la economía brasileña en su fase más reciente y actual”, es curioso observar que los economistas en general no hayan recordado lo suficiente, e incluso muchas veces no le hayan prestado siquiera atención, a la circunstancia que sin duda representa el rol principal, y hasta podría decirse, decisivo en el correr de los acontecimientos. Me refiero a la situación, esencialmente, de dependencia y subordinación de la economía brasileña con respecto al contexto internacional del capitalismo en el que nos enmarcamos, y donde comandan los centros financieros del sistema: las matrices de los viejos trust, conocidos hoy con la eufemística designación de “multinacionales”. En una palabra, el imperialismo, para emplear la expresión consagrada, en los medios menos ortodoxos, hace tres cuartos de siglo.

Esa falla del análisis económico en nuestro país se observa, en los días que corren, incluso en muchas de esas personas que, si bien reconocen dicha subordinación de la economía brasileña, aun así no van hasta las últimas y más profundas consecuencias. Y destaco a esos economistas porque de los demás ni vale la pena hablar. Son los ortodoxos de la Economía los que rezan fiel y exclusivamente siguiendo el modelo consagrado por los autores norteamericanos y semejantes, y que, lamentablemente, siguen siendo los teóricos de más influencia y poder de decisión en la política económica del país. Sueñan con un mundo keynesiano (o “neo-keynesiano”, como prefieren designarlo) modelado a imagen de las grandes potencias capitalistas, como si Brasil fuese cualitativamente su par, con un PBI apenas más modesto. Y no, como lo que realmente es, al igual que la mayoría de sus pares del mundo subdesarrollado: un simple sector periférico y satélite del capitalismo internacional de donde recibe todos los impulsos y frenos que comandan su comportamiento económico. Y por eso, tales economistas (y muchas veces, lamentablemente, otros menos apegados a los esquemas consagrados de la ortodoxia capitalista) emplean un lenguaje y conceptos inspirados en esa ortodoxia que precisamente tiene por uno de sus objetivos esenciales disfrazar las contradicciones del sistema capitalista, como esta que confina a los países de nuestra categoría a la situación de dependencia y subordinación en la que se encuentran.

Entonces, es interesante recapitular aquí, aunque ya sea harto conocida, la evolución económica capitalista internacional durante el período que nos compete, a fin de comprender mejor lo que sucedió y todavía sucede entre nosotros, como el reflejo que somos de dicha evolución.

En el período de posguerra subsiguiente, la economía capitalista, y particularmente Estados Unidos, que establece las consignas del sistema, conoció una etapa de fuerte crecimiento gracias sobre todo al estímulo de negocios propiciados, por un lado, por la holgada situación financiera en la que se encontraba Estados Unidos, que coincidía con la gran liquidez resultante del financiamiento de la guerra y de las restricciones al consumo durante esta, y la consecuente explosión de la demanda fuertemente contenida mientras duraron las hostilidades efecto de esas mismas restricciones. Por otro lado, los negocios se impulsaron gracias a la considerable tarea de reconstrucción de la Europa devastada y la reorganización de la vida convulsionada del continente. Ya son conocidos el rol y la proyección, en este caso, del famoso Plan Marshall.

El impulso adquirido, con la liquidez que lo acompaña, se prolongará mucho más allá de las consecuencias y de los efectos inmediatos de la guerra, tanto por obra de la política financiera del gobierno estadounidense, de vasta financiación de los gastos públicos y privados, como, sobre todo en el plano internacional, por la reorganización financiera mundial sobre la base de los acuerdos de Bretton Woods. Contribuirá entonces, particularmente, a la liquidez de la economía capitalista, el hecho de la liberación del dólar que se había erigido como patrón y moneda internacional para ser oficialmente recibida y convertida en moneda nacional por los países signatarios del acuerdo. Ese es el origen de los famosos eurodólares que determinarían, como era natural, amplia disponibilidad financiera en todo el mundo capitalista; y, a la par de la inflación de precios, la consecuente intensificación, sin precedentes, de los negocios y, en paralelo, la voracidad en la búsqueda de aplicación e inversión de los capitales logrados de esta manera.

Quienes se beneficiarán especialmente con esa coyuntura de holgura financiera, que les abrirá perspectivas y oportunidades inmensas, serán, naturalmente y en primer lugar, los grandes trusts y monopolios estadounidenses, y, como consecuencia directa, las demás potencias capitalistas, particularmente Alemania y Japón. El crecimiento de los monopolios capitalistas (ese retoño del capitalismo desarrollado y fruto de la tendencia natural hacia la concentración del capital) será tal, y su expansión internacional, su omnipresencia y papel tendrán tanto interés e importancia, que de ignorados, e incluso muchas veces negados por la ortodoxia económica, adquieren foros reconocidos, y con la eufemística designación de “multinacionales” se convierten en personajes aceptados por la teoría económica oficial.

Y es aquí donde entra en escena el caso brasileño. Nuestro país no quedaría al margen de tremenda ofensiva, en todo el mundo, del capitalismo internacional movilizado por los grupos financieros y monopolios, y que encontraría aquí una gran y generosa acogida gracias a la orientación política adoptada por nosotros. Los primeros, en busca de aplicaciones para los excesos de liquidez proporcionados por los eurodólares y otras fuentes abundantes de capitales disponibles en la época; los otros, los monopolios, como buenos negociantes, a la caza de cualquier oportunidad de nuevos negocios que eran relativamente abundantes, y de inmediata implementación, en las zonas del Tercer Mundo, prácticamente sin rasgos del progreso capitalista más reciente, donde casi todo, estaba por hacerse o introducirse. Por lo tanto, las perspectivas ofrecidas eran buenas: asociaban, por un lado, el ansia de una relativamente escasa, pero, en conjunto, considerable minoría de consumidores potenciales mejor dotados, y aspirantes sedientos de los patrones de la sociedad de consumo estadounidense y europea (lo que los economistas llaman “efecto de demonstración”). Por otro lado, la presencia en aquel Tercer Mundo de abundante disponibilidad de mano de obra de bajo costo y sin las impertinentes exigencias –o sin la libertad de expresarlas– que hacían que las relaciones de trabajo en el mundo del capitalismo desarrollado fueran tan incómodas y onerosas.

Estos son los factores que impulsarán la afluencia de iniciativas, capitales (el “ahorro externo”, como dicen los economistas) y tecnología desde los grandes centros hacia los países de nuestra categoría, imprimiéndoles el impulso momentáneo que experimentamos en Brasil –por más que relativamente tarde– durante estos últimos años. Y que nos promovieron, siguiendo con la jerga de los economistas, de “subdesarrollados” a “países en vías de desarrollo”. (…)

Los precarios fundamentos financieros en los que se apoyaba la expansión del sistema capitalista (y que solo un Jefe de Estado capitalista, el General De Gaulle, supo prever, o al menos atreverse a denunciar y, si bien de manera un tanto débil, a criticar y a combatir), por cierto, una organización financiera muy ingeniosa, ya que permitió disfrazar artificialmente durante tres decenios la tendencia estructural del sistema capitalista hacia el estancamiento, con apenas breves momentos de pequeñas y suaves recesiones, esos precarios fundamentos asentados en los acuerdos de Bretton Woods cederán, a fin de cuentas, como tenían que ceder algún día. Esto se revelará nítidamente entre 1971 y 1972, con un fuerte y generalizado proceso inflacionario de precios, acompañado, en especial en Estados Unidos, de un creciente desempleo y una capacidad industrial ociosa. Se esbozaba así una situación jamás vista e inconcebible en la teoría económica ortodoxa: inflación y un creciente estancamiento a la vez. Y mientras se aguarda una interpretación coherente y una explicación del hecho dentro de las concepciones ortodoxas (lo que hasta hoy no se propuso, ni parece posible proponer) los economistas se consuelan con bautizarlo, mediante la invención de un nombre extraño: “estanflación”.

Y, con esto, se empieza a desbaratar el sistema financiero que se armó durante la posguerra y que tanto había favorecido y posibilitado el crecimiento y la expansión de la economía capitalista internacional. (…)

Es a esta altura de los acontecimientos, que afectaban con tanta gravedad a la normalidad económica del mundo capitalista, que se desencadena el tremendo golpe propiciado por el súbito y brutal incremento del precio del petróleo, que representa un considerable déficit en las cuentas internacionales de las principales potencias capitalistas europeas (que no producen petróleo) y de Japón; déficit que toma justamente, en gran parte y a un plazo al menos medio, el aspecto de algo estructural. Será el doblar de las campanas del moribundo orden financiero y del equilibrio económico de la posguerra que había garantizado la relativa estabilidad y el desarrollo del sistema capitalista internacional durante los casi treinta años transcurridos desde entonces. Y hasta el momento (enero de 1976) nadie sabe, ni siquiera por aproximación, como se saldrá del verdadero caos en el que el mundo capitalista se sumergió y en el que se debate. (…)

Brasil estará incluido, no podía ser de otra manera, entre las víctimas de esa brusca transformación de la coyuntura internacional. Le faltarán los recursos suficientes de créditos e inversiones externas que venían estimulando y asegurando el procesamiento normal de sus actividades económicas. Y el país se enfrentará a una situación gravísima, de consecuencias finales aún imprevisibles, pero que empiezan a despuntar y de las que ya estamos sufriendo el anticipo. (…)

Allí se ve muy bien lo que se volvió el denominado “milagroso” modelo brasileño, que se presentó –o antes se presentaba, porque las ilusiones al respecto ya desaparecieron, por lo menos para la mayoría de los brasileños– como destinado a abrirle a nuestro país la perspectiva de una marcha acelerada hacia el estatus de gran potencia. Muy lejos de eso, e incluso, de cierta manera en sentido opuesto, lo que la situación presente y el futuro previsible evidencian, es que tal “milagro” no pasó de un breve impulso de las actividades económicas, condicionado por una coyuntura internacional momentánea, cuyo fatal fin, como ocurrió de hecho, trajo el derrumbe catastrófico del castillo de cartas que se había logrado erigir y, por un momento, sostener.

De hecho, lo que restará de ese breve impulso de las actividades económicas, como se verificó en el transcurso de los últimos años, es muy poco, casi nada, en términos de una contribución efectiva y sólidamente cimentada para un progreso real y un desarrollo futuro consistente del país; así como su integración y la de su población en los patrones de vida del mundo moderno, que es lo que efectivamente nos está faltando, y, lamentablemente todavía por mucho. Los índices económicos, nuestros famosos y tan ostentados índices, nos presentan una ganancia razonable en el crecimiento industrial que representaría, como se vanagloriaban los defensores de la política económica oficial, y a quienes muchos les creyeron, un paso decisivo de un proceso legítimo de industrialización autoestimulante y, si no cuantitativamente, al menos cualitativamente similar al de los países efectivamente industrializados del mundo moderno.

Sin embargo, debe indagarse lo que de hecho se esconde detrás de los engañadores números revelados en las estadísticas. Lo que se encontrará es fundamentalmente, y en esencia, una industria de bienes de consumo duraderos sustituta de importaciones, sin infraestructura apreciable, y dependiente del exterior para el abastecimiento de sus insumos principales y fundamentales. Además, la tecnología que utilizamos, que a falta de elaboración propia, producto del mismo sistema de nuestra dependiente economía, se produce como una simple repetición mecánica de modelos que recibimos listos y acabados, hasta en los detalles más mínimos, del exterior. Concretamente, esta industria es, poco o prácticamente, nada más que un modesto fin del proceso de estructuras industriales externas al país. De hecho, la industria brasileña, en lo que respecta a lo más significativo en términos modernos, no va, cualitativamente más allá, como en el pasado, y con relación a determinados aspectos de forma todavía más acentuada, de una dispersa constelación de filiales o dependencias periféricas, en mayor o menor medida, de grandes empresas internacionales (las llamadas eufemísticamente “multinacionales”) que, en un principio exportadoras de sus productos, transfieren a las proximidades del mercado local brasileño, como lo hacen a gran parte del mundo subdesarrollado al que pertenecemos, una u otra fase de sus actividades, para, de esa manera, aprovechar mano de obra más barata y menos reivindicadora, evitar problemas de transporte y obstáculos aduaneros, o para adaptarse mejor a situaciones y circunstancias específicas del mercado local que explotan.(…)

La política económica y social del milagroso modelo brasileño, para decir algo bueno de este, si se orientó y supo acomodar el camino –permitámosle ese reconocimiento– para el aprovechamiento máximo de la especulación en la que entró en ebullición durante estos últimos años el mundo capitalista, en el sentido de promoción de la economía brasileña dentro de su modelo colonial tradicional, no le imprimió, ni reflexionó sobre eso, ningún desvío de sus viejos patrones, que mantuvo prácticamente intactos. (…) En conclusión, el “milagro” brasileño no pasó –y esto ya (en enero de 1976) comienza a sentirse y comprenderse muy bien, incluso fuera del círculo de economistas–, no pasó de un breve impulso de las actividades estimulado por la coyuntura internacional momentánea y fruto de circunstancias excepcionales. La inflación de eurodólares en particular. Una vez cerrado el ciclo de esa situación excepcional, e invertida la coyuntura, como no podía dejar de suceder eventualmente, Brasil retorna a su mediocre normalidad aferrada al pasado.(…)

(Enero de 1976)